El fútbol argentino sigue siendo el Reino del Revés,
como aquella magnífica canción que compuso la inigualable María Elena Walsh.
Nadie se hace cargo de nada y no parece primar la sensatez aunque haya algunos
que lo intenten, pero el sistema suele acabar con cualquier indicio de ella.
Lanús y River Plate deben jugar el martes por la
noche por la revancha de la semifinal de la Copa Libertadores de América. Sin
dudas, uno de los partidos más trascendentes de 2017 y como estaba
previsto, como en la ida en el
Monumental, debe jugarse sin público visitante por una cuestión de “seguridad”
que hemos repetido hasta el cansancio desde que se implementó por primera vez,
en 2004 y casualmente por otra semifinal de Copa Libertadores (Boca vs River),
sólo es como intentar tapar el cielo con un pañuelo.
Aún así, se insiste en la Argentina con lo de no
jugar con público visitante en los estadios desde 2013 en forma oficial en los
torneos locales, como si esa fuera la única forma de parar con la violencia y
de hecho, tampoco así lo consiguen porque desde hace tiempo que los
enfrentamientos son “intra-barras” y ya no, casi, “inter-barras”.
Tanto es así que en el verano, o por la Copa
Argentina, se juega con público de ambos equipos y los resultados no son
diferentes a cuando se juega sin una de las hinchadas. Pero todo da lo mismo en
la Argentina del “sé gual”, como decía el recordado cómico Minguito
Tinguitella.
Ahora, el fútbol argentino acaba de agregar un
insólito capítulo de una gran hipocresía, cuando Lanús puso una buena cantidad
de entradas a la venta (no menos de cinco mil) que no tenían como requisito ser
socio de Lanús y por lo tanto, rápidamente fueron adquiridas por los hinchas de
River, que vieron el resquicio, la posibilidad, y se lanzaron para poder ver a
su equipo in situ.
Fue entonces que apareció en escena Nicolás Russo,
el presidente de Lanús, afirmando primero que no se pusieron en venta entradas
para los hinchas de River, algo muy fácilmente rebatible en estos tiempos de la
hiper comunicación y ya se podía observar por TV cómo los simpatizantes
millonarios hacían cola para retirar sus entradas adquiridas por internet y ya
pagadas con sus tarjetas de crédito.
Lo que no se puede entender de Russo (por otra parte, de gran gestión como dirigente granate) es esa eterna
justificación argentina hacia algo que bien podría admitir desde otro lugar,
como que Lanús no reúne la cantidad de hinchas para llevar todo su estadio y el
club necesita ingresos y esta es la ocasión para conseguirlos. ¿Cuál sería el
delito de esa admisión?
Sin embargo, como ocurre tantas veces, Russo
prefirió mantener un discurso alejado de la realidad más como mensaje a sus
hinchas que a la sociedad, algo así como “nos hacemos los tontos, los de River
compran las entradas que faltan vender, pero lo negamos siempre y así no
quedamos mal ante la sociedad y las instituciones y tampoco los hinchas nos
miran mal por haberle vendido entradas al rival”.
Pero ese doble discurso también está relacionado con
la falta de imaginación, de otras ideas. ¿No podía Lanús prever esta situación
cuando consiguió participar en esta edición de Copa Libertadores y, por ejemplo
(puede haber otras ideas mejores, sólo señalamos una) abrir un registro de
hinchas no pagantes del abono a plateas o de asociado, generando otra categoría
para el posterior reparto de entradas como en este caso?
Sin embargo, la cosa no termina allí, porque además
de Lanús, salta ahora el titular del organismo de seguridad (APREVIDE); Juan Manuel Lugones, que por fin, luego de
muchos desatinos, decidió tomar el toro por las astas en cuanto a tratar de
terminar con los barras bravas desde lo institucional, sin dejar este rol a los
dirigentes de clubes, con experiencias
probadamente negativas.
Lugones, en este caso de las entradas, cometió un
imperdonable desatino para un funcionario, como es el de afirmar por los medios
de comunicación que si los hinchas de River (que ya adquirieron sus entradas y
esto ocurrió porque estuvieron a la venta libre, porque de o contrario no
habrían podido) llegan a acudir al estadio de Lanús “no serán bien recibidos y
se deberán mezclar con los hincas locales porque no vamos a colocar una tribuna
para ellos”, como forma de espantarlos y propender a que, ante la sola idea de
ser agredidos o pasar un mal momento, devuelvan esos tickets.
La de los organismos de seguridad estatal no es una
función coercitiva, sino justamente, de brindar seguridad en los espectáculos
masivos, por lo cual, este es un discurso inaceptable para un funcionario.
Al contrario, parece mucho más decorosa y sensata la
postura del presidente de River, Rodolfo D’Onofrio, quien sostiene que le
preocupa que los hinchas “puedan ser maltratados” y hasta pidió que los
simpatizantes de su club no acudan a Lanús respetando la reglamentación (por
más inútil que ésta sea, comprobada en el tiempo) y que aquellos que
adquirieron los boletos, los devuelvan.
Desde ya que hay cuestiones muy complejas de manejar
en esta Argentina del Siglo XXI, como que los hinchas saquen a relucir la
“viveza criolla” de comprar entradas a sabiendas que no son para ellos, o que
dos hinchadas no puedan convivir en un mismo espacio social en un espectáculo
futbolístico en el que sólo las separan colores distintos de camisetas –al
cabo, un enorme fracaso como sociedad-, o que un dirigente quiera quedar bien
ante los suyos y entonces oculte el verdadero propósito de haber liberado unos
miles de tickets.
Por supuesto que los funcionarios o los dirigentes
no pueden solucionar solos un problema social que lleva años arraigado. Pero no
vendría mal que contribuyeran un poco desde el criterio, la sensatez, la
imaginación y la verdad.
El tema de las entradas parece dejar otra vez al
fútbol sin salida.
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