Desde Río de Janeiro
Acaban de
terminar los cuartos de final, y de los ocho equipos participantes, apenas uno
marcó goles en los noventa minutos (Argentina, que le ganó 2-0 a Venezuela en
el mítico estadio Maracaná). Los otros tres partidos, finalizados sin tantos,
terminaron en penales, con las sorpresivas eliminaciones de dos de los mejores
conjuntos de una Copa América muy igualada, Uruguay y Colombia.
Cuando la
paridad entre los equipos es tan grande, los resultados pueden ser inesperados,
como viene ocurriendo en esta edición de la Copa América de Brasil. De hecho,
el local, amplio favorito al título y con un grupo inicial muy accesible (le
tocó enfrentar a Bolivia, Perú y Venezuela), no pudo pasar del empate sin goles
al terminar el primer tiempo en tres de los cuatro partidos que jugó hasta
ahora, y ante su público. Ante Paraguay, en cuartos, le pasó lo mismo y debió
pasar en la angustiosa tanda de penales.
Tal vez esto
explique las dificultades que todos los equipos tienen para llegar al arco
rival. Brasil es el equipo que más pases hizo, pero sin Neymar (lesionado) y
sin Marcelo (no convocado), el talento para dar aquel pase filtrado que haga
definir los partidos, cuesta encontrarlo.
Es cierto que
Brasil tiene muy buenos jugadores en todos los puestos, pero el problema reside
en quién se hace cargo de llevar el peso del juego. Para Philippe Coutinho esto
por ahora parece demasiada exigencia, y termina ocurriendo que los defensores
se adelantan mucho (no tienen muchos delanteros para marcar porque todos se le
colocan muy atrás para aguantar el cero), y resultan ser decisivos Dani Alves
por la derecha o Willian desbordando por un costado o Everton por el otro.
El otro problema
de Brasil es que sus dos centrodelanteros, Roberto Firmino y Gabriel Jesús, no
han estado finos en las definiciones, mientras que la defensa es una incógnita:
no tiene goles en contra pero tampoco nadie la exigió hasta ahora, y acaso la
gran prueba va a ser el próximo martes en el estadio Mineirao (donde Alemania
le ganó 7-1 en el Mundial 2014) cuando enfrente a la Argentina con Lionel
Messi, Sergio Agüero y Lautaro Martínez.
Argentina llega
al partido ante Brasil sabiendo que no es favorita, que el local está obligado
a ganar en tu propia Copa y eso operará para que vaya perdiendo aquella presión
inicial de tener que pasar la fase de grupos y ya se notó ante Venezuela en
cuartos en Río de Janeiro, cuando se impuso bien 2-0.
Hay una frase
que se usa mucho en la Argentina que es muy aplicable en este caso. Dice que a
veces los melones (fruta de gran tamaño, algo ovalada) se suelen acomodar con
el movimiento de los camiones. Algo así como que las cosas se acomodan solas, a
veces, con el paso del tiempo. Y esto es lo que le ocurrió al equipo
albiceleste: comenzó a la deriva, perdiendo muy mal ante Colombia, con un
esquema 4-4-2 que no le funcionó, y entonces su inexperto entrenador Lionel
Scaloni decidió reforzar la marca en el mediocampo quitando a Giovani Lo Celso
para incorporar en las bandas a Rodrigo De Paul (derecha) y Marcos Acuña
(izquierda). Quitó a Ángel Di María, completamente aislado en el extremo, para
colocar a un jugador ágil, dinámico y técnico como Lautaro Martínez al lado de
Sergio Agüero y por delante de Lionel Messi, para un 4-3-1-2 mucho mejor.
Lo extraño de
Argentina es que Messi casi que no ha jugado en ninguno de los cuatro partidos.
La explicación la ensayó el propio jugador del Barcelona, aduciendo que el
césped está siempre en mal estado y la pelota pica mal, pero dijo también que
se sintió respaldado por el conjunto, algo poco usual en la selección
argentina.
En los otros dos
partidos de cuartos hubo sorpresas. Un poco menor en el Colombia-Chile de San
Pablo porque se trataba de un partido parejo. Chile, con el colombiano Reinaldo
Rueda de entrenador, viene recuperando a jugadores que estaban en muy bajo
nivel, como Gary Medel o Alexis Sánchez, y la llegada de Gabriel Arias al arco
en lugar de Claudio Bravo parece un acierto. El bicampeón de América actual
parece ir recuperando la memoria y venció por penales a una Colombia, que con
la dirección técnica del portugués Carlos Queiroz juega unos metros más
adelantada que antes y conserva su estilo técnico y su fino toque.
Chile fue
siempre superior, e incluso convirtió dos goles que a mi criterio fueron mal
anulados por el VAR y tuvo que definirse por penales.
En el último
partido llegó la sorpresa mayor. Perú había caído 5-0 ante Brasil, se clasificó
como uno de los dos mejores terceros de grupo porque tuvo la suerte de que
Japón y Ecuador empataron, pero el partido ante Uruguay en Salvador fue muy
parejo, no se sacaron grandes ventajas y luego pudo pasar a semifinales (por
tercera vez en las últimas cuatro ediciones de la Copa) y ahora enfrentará en
San Pablo a Chile que aparece como gran candidato a jugar la tercera final
consecutiva.
Uruguay, el
equipo más sólido, con más tiempo de trabajo en una continuidad envidiable, no
pudo superar en cuartos el escollo peruano, pagó caro el haber fallado varios
goles (más tres anulados, esta vez bien, por el VAR) y luego, extrañamente,
Luis Suárez perdió el único penal que no fue gol de toda la definición, y así
quedó eliminado cuando muchos habíamos aventurado que la final de la Copa sería
Brasil-Uruguay. Pero ya no habrá otro “Maracanazo”. Al menos, no esta vez.
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