Transcurría 1983, éramos muy jóvenes, estudiantes, casi imberbes, ilusionados, zambullidos en el movimiento político que en pocos meses iba a dar lugar al retorno ansiado a la democracia y la mayoría de nosotros, llegando a la segunda decena, creíamos que eso sería el paso final al cambio verdadero, al que habíamos estado esperando en los siete años en los que habíamos hibernado por obligación.
Fueron momentos de luchas estudiantiles, de centros de estudiantes (quien esto escribe fue calificado graciosamente de "Ubaldini", por portar campera, como el conocido sindicalista de la CGT ya fallecido, y participar, con cierto poder de decisión, en uno de ellos, que se reunía siempre en el mismo bar de la esquina de Lavalle y Rodríguez Peña, cuyo mozo fue el "apodador").
Y en ese contexto es que el Centro de Estudiantes que pudimos conformar en la escuela de periodismo en la que estudiábamos, es que logramos que las autoridades nos permitieran invitar a una cantidad de periodistas a que nos dieran unas conferencias, unas charlas. Procedimos a votar para determinar quiénes vendrían y para sorpresa de las autoridades, que nos insistían en que nosotros debíamos ser periodistas "de-por-ti-vos", entre los más votados estuvieron Eduardo Aliverti y Oscar Raúl Cardoso, a quien se respetaba especialmente por aquel informe "Malvinas, la trama secreta". Porque nosotros, insistíamos a los veinte años, queríamos ser "periodistas" a secas, no necesariamente deportivos.
Aún se recuerdan esas conferencias, el colocar sillas de más en el bar del subsuelo, porque no alcanzaban las que había. O el caminar nervioso de un lado al otro del balcón por un vicepresidente de la entidad, que esperaba cronistas de vestuarios, acaso a algún relator que nos viniera a decir que no hay que mezclar al fútbol con la política. Recordamos también ese mágico momento cuando don Osvaldo Ardizzone no nos contó una anécdota de un partido, sino que nos recitó nada menos que "Qué, carajo", en medio de un silencio atronador de respeto absoluto y emoción intensa. Y también como recuerdo la ansiedad con la que todos los que habíamos organizado esa conferencia, esperábamos en la puertita del Círculo que Cardoso viniera, aún cuando llovía a cántaros. Y en un instante, el taxi se detuvo en la puerta, y Cardoso bajó con toda su humanidad, cargado de libros, tapado con su saco, nos miró, estiró la mano, y dijo "hola, soy Cardoso". Luego vino su charla magistral sobre Malvinas, que acababa de ocurrir, hacía meses.
Hoy, al enterarnos de su partida, esterecuerdo y la nostalgia de aquel tiempo en el que creíamos en tantas cosas, en el que nos esperanzábamos con la llegada de la democracia.
Hoy, tantas cosas han cambiado. Nuestras sienes plateadas, sin tanta esperanza, acaso reservada para los más jóvenes, acaso con más experiencia (que como decía Rngo Bonavena, es un peine que te dan cuando te quedás pelado), con algunos de aquellos compañeros habiendo hecho lo contrario a lo que pregonaban, acaso inconcientes e idealistas y hoy demasiado pragmáticos. Y ahora sin Cardoso.
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