“Esto está demasiado flú. Nos tienen que pegar más. Antes del Mundial 1986 fue así y fuimos campeones del mundo”, llegó a decir el actual manager del seleccionado argentino, Carlos Bilardo, casi como dando a entender que todo estaba demasiado tranquilo, con alguna que otra crítica aislada, y que hacía falta escuchar a los tambores de guerra mediática. Acaso detrás de los exabruptos proferidos por el entrenador del equipo argentino, Diego Maradona, se agazape esta idea, con la sospecha de que fue tejida entre bambalinas por la misma tríada que se quedó con el título mundial en México 1986 luego de atravesar una durísima eliminatoria que se definió en el Monumental de Núñez a escasos minutos de terminar el partido, con aquel agónico gol de Ricardo Gareca tras la corajeada de Daniel Passarella, y que motivara aquella insólita foto con Bilardo abrazado a un policía. Aquel día, este cronista, sin canas plateando sus sienes, tuvo un incidente con el presidente de la AFA, Julio Grondona, por una pregunta tal vez demasiado indiscreta sobre el equipo nacional, y fue separado por algunos integrantes del equipo y otros colegas, ya más experimentados y tal vez por ello, más resignados. Pero en todo caso, se vivía un clima enrarecido. Bilardo diría años después que tuvo que estudiar dos carreras en su vida, “Medicina y Clarín”, para poder entender el por qué de lo que él consideraba un furibundo ataque de la sección, que no comulgaba con sus ideas. La venganza de la tríada vino en la misma antesala del vestuario cuando Argentina venciera 3-2 a Alemania y se consagrara campeona del mundo por segunda vez en su historia, y pareciera que los mismos tres protagonistas, que fueron rotando en sus desconfianzas y enfrentamientos, llegaron a un acuerdo como para encontrar un enemigo en común contra el que luchar y rebelarse. Y qué mejor amigo que la prensa. Por eso, Maradona no esperó más y lanzó sus dardos al primer cronista antipático para sus gustos y le dijo lo que le dijo sin buen gusto. Porque no encontraba la beligerancia necesaria y por algún lado debía aparecer.
Pero así como el equipo que ganó con justicia el Mundial 1986 pasó por momentos difíciles y casi se queda afuera del torneo en 1985, y también tuvo etapas de zozobra que la prensa se encargó de reflejar (entre ella, este mismo cronista), hoy otra vez hay mucho, muchísimo que cambiar y para eso vienen las críticas, que fuimos volcando en estas páginas. Porque para establecer un paralelismo con aquel equipo glorioso de 1986, habrá que encontrar un sistema de juego como aquel que plantó finalmente Bilardo con un marcaje por el que costaba llegar a José Luis Brown desde un mediocampo con Giusti, Batista y Olarticoechea, para luego llegar a los dos stoppers (Cuciuffo y Ruggeri) y recién luego, superando jugadores, altura y calor, dar de bruces con el líbero Brown y fueron escasísimos o tal vez nulos, los mano a mano con el entonces arquero Pumpido. Y deberán delimitarse funciones, como las que en aquel momento tenía Carlos Pachamé como ayudante, y ahora no parece lo mismo con Miguel Lemme y Alejandro Mancuso. Y el entrenador deberá tener claridad en sus convocatorias, cosa que no parece ni por asomo ocurrir, y un cuarto de siglo atrás, Bilardo fue armando una base fundamental. Y no deberán primar razones personales para convocatorias o alejamientos, como ocurrió en tiempos de Bilardo, en los que no había manager, ni tampoco Grondona increpaba a ningún miembro del cuerpo técnico instando a que no gaste su tiempo en contratar brujos. Tampoco a Bilardo se le ocurría no entrenar de mañana, y si podía, lo hacía en triple turno.
Lo que viene ahora que se terminaron las eliminatorias, es una etapa corta de reflexión, de mente abierta para establecer objetivos a corto, mediano y largo plazo. Determinar el plantel definitivo del cuerpo técnico en el que Maradona debería tener la humildad de aceptar que ha fracasado como estratega y escuchar (no sólo oir) a quienes tenga al lado, establecer cuál será su rol y cuál el de Bilardo y dejar de pelear como adolescentes, y será fundamental la elección de rivales ocasionales para partidos amistosos pensando en el Mundial. Y por el lado de Grondona, será muy importante también que aproveche por fin su presencia como segundo dirigente del fútbol mundial, para imponer que al seleccionado argentino le toque un grupo normal, como cabeza de serie, en el próximo sorteo de Ciudad del Cabo del 4 de diciembre. Que no ocurra como en los dos mundiales anteriores, en los que Argentina debió enfrentar a equipos demasiado fuertes para una fase inicial, poniendo en riesgo su clasificación. Nada tenía que hacer Inglaterra en un mismo grupo inicial en 2002, y en el mismo que Suecia (invicto en sus eliminatorias de entonces) y Nigeria, potencia africana. Y en 2006, también fue extraño que hayan tocado Holanda, otro invicto en sus eliminatorias como Serbia y Montenegro, y el mejor equipo africano, Costa de Marfil. Es hora de que Grondona haga acto de presencia real como dirigente y el poder que tiene como lo que él se da en llamar “vicepresidente del mundo” y que no sea un cargo testimonial, como cuando en Estados Unidos 1994, Maradona tuvo que ser retirado cuando le correspondía una sanción menor.
Pero si muchas de las energías están puestas en parecerse a 1986 en cuanto a buscarse un enemigo, el camino se llenará de espinas. Los jugadores son otros, el contexto también, y la historia se la forja cada uno día a día. Pensar que mágicamente esto se parecerá al Mundial de 1986 sólo porque algunos personajes se repiten será como cuando Bilardo pensaba que podía ganarse un Mundial besando la medallita. Con trabajo y coherencia se llega mejor.
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