Hace escasos minutos, en el entretiempo del partido Argentinos Juniors-Racing Club, por la novena fecha del Torneo Apertura, sorpresivamente fue reporteado Diego Maradona, el entrenador del seleccionado argentino, presente en el estadio que paradójicamente lleva su nombre. Maradona fue reporteado por dos de los periodistas del Canal 7 estatal, siendo uno de ellos, el comentarista, Roberto Perfumo, uno de los grandes cracks de los años sesenta y hasta promediar los setenta y que como tantos otros ex jugadores, mejor o peores parlantes, integra el grupo de los "especialistas" que ocupan los lugares destinados anteriormente a periodistas a secas. Y fue precisamente Perfumo quien pareció valiente diciéndole a Maradona que él se hacía cargo de decir que le había preocupado el equipo argentino "hasta la última semana de las eliminatorias" a lo que Maradona respondió que "a mí también". Es decir que en ese momento, a pocas horas de uno de los tantos exabruptos de su carrera en el fútbol, por fin Maradona, casi sin querer, terminaba admitiendo lo que todos sabíamos y lo que algunos criticamos, muchos al final, algunos pocos, como quien esto escribe, desde el principio del ciclo.
La sensación que uno tiene es que Maradona lo pudo admitir ante Perfumo porque de alguna manera, significaba admitirlo ante un par, no ante un periodista. Lo hacía ante quien podía recordar anécdotas compartidas, como aquella jocosa que sintetizó antes de finalizar la entrevista, cuando en 1977, Perfumo lo lesionó en un Argentinos-River de ese tiempo. Días atrás, a Maradona le pusieron uno de los tantos micrófonos para que ratificara lo escupido en Montevideo. Y lo que también ratifica lo que decíamos en las primeras líneas, acerca de que en todo caso, ése es el "periodismo" que a Maradona le gusta: un periodismo chupamedias, sídieguista, el mismo que puede verse apenas sintonizando los canales de TV por cable, en un caso por quienes directamente osan ponerle el micrófono en su boca para que diga lo que quiera, y se le festejará cualquier broma, porque justificará la futura venta de entrevistas y la cercanía al ex supercrack, que levantarán seguramente todos los medios del mundo. El costo es aguantarlo, reirse a carcajadas de algo que no causa la menor gracia, aceptar ir a buscarlo con la camioneta a donde sea, llevarlo a la casa de unos parientes, pagarle algo en el banco, comprarle en el kiosco una bebida gaseosa, y dentro de poco, por qué no, limpiar el piso de su casa. Cambiando de canal, siempre en la TV por cable, veremos otros de saco y corbata, ya canosos y muy serios ellos, pero sin disponibilidad de ser críticos con el amigo de siempre, al que no se puede "traicionar", mientras que otros, ya sea por afecto, o por pena, o por nacionalismo, tampoco lo criticarán como corresponde. Luego estará el falso progresismo, una especie en ascenso en el medio, que rondará cualquier excusa para buscar responsables en la dirigencia o Carlos Bilardo, que queda fenómeno, para no tener problemas con el ídolo, siempre víctima, jamás responsable.
Y Maradona siempre a salvo, siempre a flote, justificado por periodistas, pseudoperiodistas, jugadores, técnicos, dirigentes. Apenas unos pocos que se disponen a decir lo que nadie quiere, ni puede. Como un niño malcriado al que hay que proteger, entender, justificar para no dañarlo, para no enfrentarnos con la realidad que indica que se trata del mayor talento que haya dado el fútbol pero que ya hace doce años que no juega más y en esta función, es uno más entre el común de los mortales.
Este periodista recuerda cuando ya hace casi un cuarto de siglo, Osvaldo Ardizzone, verdadero maestro de periodistas entre tantos pretendidos docentes en estos tiempos grises de biblias y calefones, reprendia en las páginas de la revista "Goles" a un joven Maradona que saludaba para fin de año con una carta en inglés que decía "Seasons Greetings". "Yo sólo pretendía un Feliz Año Nuevo, Diego", dijo don Osvaldo, en lo que parecía un sacrilegio, máxime en tiempos de oro. Hoy nos damos de bruces con esta realidad en la que un entrenador de un seleccionado argentino de fútbol nos insulta, y nosotros, nada. O casi nada. Y luego pretendemos que se nos respete. Empecemos por respetarnos nosotros. Seamos independientes, críticos, fiscales. Sin miedos, con valentía, diciendo las cosas por su nombre. Al pan, pan. Al vino, vino. Y un día nos respetarán. Ya verán.
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