DESDE SANTIAGO DE CHILE
Si la selección chilena había dado varios pasos
hacia adelante en tiempos recientes del argentino Marcelo Bielsa como
entrenador, lo que acaba de conseguir el sábado en la final ante Argentina, al
ganar la Copa América por primera vez en su historia, es un salto de calidad
fundamental para su fútbol.
Se decía que ésta era la “Generación Dorada” del
fútbol chileno. Se repetía desde los tiempos en los que arañó una final de Mundial
sub-20 en Canadá 2007 con la dirección técnica de José Sulantay, pero allí
chocó en semifinales justamente contra Argentina, con varios de los que
enfrentó en la final del Estadio Nacional, como Sergio Agüero, Ever Banega o
Sergio Romero, pero varios de esos chicos estaban inmaduros todavía y hasta
protagonizaron hechos de indisciplina.
Pasaron ocho años y Chile es campeón de América con
justicia, con un equipo sólido, que propone un fútbol abierto y ofensivo, y con
la consolidación de varios cracks por más que en el torneo sudamericano algunos
no tuvieron el nivel esperado, seguramente por el enorme cansancio de las
exigentes ligas europeas.
No fueron la excepción ni Arturo Vidal ni Alexis
Sánchez porque eso mismo le ocurrió a Brasil (aún sin talentos, salvo el caso
de Neymar, expulsado y marginado por la suspensión) o a Argentina, y es un tema
a revisar en el futuro por una Conmebol que ahora no tiene tiempo para eso
porque primero debe solucionar el problema de sus dirigentes, involucrados
todos en enormes casos de corrupción, algunos ya detenidos por Interpol y
otros, en camino.
Pero si Vidal o Sánchez no pudieron estar en su
nivel (además, el primero estuvo involucrado en un caso de accidente de coche
en el que atropelló a una persona con un índice de alcohol mucho mayor al
permitido y al final terminaron perdonándolo), sí aparecieron otros jugadores,
como el defensor del Inter Gary Medel, transformado definitivamente en ídolo de
“La Rojita”, y muy especialmente el que fue el mejor jugador del torneo (aunque
no lució en la final) como Jorge Valdivia, a quien hay que reivindicar por
seguir jugando como “diez” clásico, manejando los hilos del equipo con una
precisión impresionante.
Decir que este equipo chileno es producto de Bielsa
es reducir mucho el análisis. En este último tiempo es dirigido por otro
argentino, de la misma región de su
antecesor (la rica provincia de Santa Fe), pero que no ha seguido exactamente
su línea sino que se fue volcando a un juego más preciosista, más estético y
sin renegar de cierta pausa en Valdivia.
Antes de comenzar la Copa América, muchos medios
periodísticos chilenos manifestaban su lógico temor por el cambio que proponía
este entrenador, Jorge Sampaoli. Éste dijo tras la derrota por penales en
octavos de final del Mundial pasado ante Brasil, al que estuvo a punto de
eliminar (si por ejemplo, el remate de Pinilla entraba en vez de pegar en el
larguero), que si tomaba una enseñanza de aquella experiencia es que no había
que atacar tan ciegamente.
Lo que Sampaoli planteaba era que a veces, en el
fútbol, y en la vida, es bueno dar un paso atrás para luego dar dos adelante.
Es decir, seguir atacando, no retirar la propuesta ni la idea, pero sí, pensar
un poco antes de actuar. Tomarse unos segundos para la pausa antes del estiletazo
final. Y esa pausa la aportó Valdivia,
un jugador del que dudaban muchos por su irregular presente en el fútbol
brasileño, por sus lesiones y por anteriores comportamientos que le generaron
sanciones y que lo apartaran de su selección en tiempos de otro entrenador
argentino, Claudio Borghi.
Chile se recostó también en la solidez de su arquero
Claudio Bravo, que puede transformarse en 2015 en el jugador con más títulos en
el mundo, ganador del tricampeonato con el Barcelona y ahora con la Copa América,
la que levantó como capitán, pero aún puede ganar las Supercopas de España y
Europa y el Mundial de Clubes de Japón con su equipo blaugrana.
Si hubo algún punto flojo, ése fue el defensivo pero
tiene cierta lógica. Porque el biotipo de jugador chileno no es alto y tiene
cierto déficit en el juego aéreo, al que hay que sumar que con el deseo de irse
al ataque, quedan descubiertas las espaldas de sus laterales isla y Mena.
También el equipo chileno debió superar la sanción a
Gonzalo Jara, protagonista de un desagradable episodio con Edinson Cavani en el
partido de cuartos de final ante Uruguay y Sampaoli nunca consiguió reemplazar
bien a este marcador, por más que buscó distintas variantes tácticas.
Hay que decir también que en la primera fase, la de
grupos, Chile tuvo rivales de muy escasa monta, como Ecuador, México B (el
primer equipo estaba enfocado en la Copa de oro de la Concacaf) y Bolivia, pero
luego tuvo que sortear a Uruguay, el rival más duro, con Perú en semifinales se
benefició de la temprana expulsión del defensor rival Carlos Zambrano, y allí
sí, vino lo más difícil, la final contra la selección argentina.
Y si bien fue un partido parejo, Chile siempre
impuso las condiciones, con una altísima presión, un marcaje fuerte pero leal
pero su ataque fue controlado por los albicelestes y acabó ganando por penales.
Este equipo chileno tiene proyección, porque ahora
podrá jugar la Copa Confederaciones de Rusia 2017, y seguramente su punto de
mira será el Mundial 2018, pero lo más importante es que es claro a qué juega
cuando sale a la cancha y que esta generación, efectivamente, es la más
importante de su historia.
La euforia que se vive en Chile por estas horas,
está ampliamente justificada.
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