DESDE SANTIAGO DE CHILE
En 2014, en el Maracaná, la selección argentina
tenía la chance de ganar un título histórico en suelo de su mayor rival en el
planeta, Brasil. Para Lionel Messi, ganar allí hubiera sido, tal vez, quedar
para el imaginario colectivo argentino a la par de Diego Armando Maradona, por
el carácter del éxito.
Pero aquel equipo argentino que jugaba al
contragolpe, al error del adversario, perdió en el tiempo suplementario ante
Alemania, que fue entonces el primer equipo europeo que ganaba un Mundial en
Sudamérica.
La tristeza fue enorme pero demasiado pronto llegó
la revancha: justo un año más tarde, y con otro entrenador, Gerardo Martino, y
con una idea diferente, la de la posesión de la pelota, mayor apuesta al juego
colectivo, y una victoria esperanzadora ante Paraguay en semifinales 6-1, se
abría una nueva posibilidad ante un Chile que jamás en la historia le había
ganado por Copa América, pero otra vez el mismo final.
La selección argentina no sólo perdió por penales
4-1 ante Chile, sino que aceptó jugar el partido que su rival propuso:
friccionado, de mucha presión y juego fuerte y psicológicamente, los locales
siempre manejaron las situaciones.
También se volvieron a repetir algunas cuestiones,
como otra vez una lesión de Angel Di María, y también otra vez Gonzalo Higuaín
fallando un penal como hace pocas semanas le ocurrió con el Nàpoli ante la
Lazio para clasificarse a la Champions League.
La mayoría se pregunta en Argentina por qué no fue
Carlos Tévez, quien definió con su penal la serie ante Colombia en cuartos de
final, el que entró por Sergio Agüero, en vez de Higuaín. Pero esa clase de
preguntas, en Argentina, ya pasan a ser un clásico desde que ganara su último
título en el ya lejano 1993, en la Copa América de Ecuador.
Otra pregunta es por qué un joven Lionel Messi ni
entró en aquel partido con Alemania en cuartos de final del Mundial 2006, o por
qué Tévez no estuvo en Brasil 2014, o por qué Diego Maradona fue designado
director técnico para Sudáfrica 2010 sin ningún pergamino. O por qué Messi
llegó a plantearse en algún momento renunciar a la selección argentina, aunque
ese sentimiento se haya ido pronto.
Acaso la respuesta a la falta de éxitos en ocho
Copas América consecutivas y en seis Mundiales seguidos, que sumados a la Copa
Confederaciones de 1995 y 2005 son dieciséis títulos perdidos en veintidós
años, sea justamente el cúmulo de preguntas de toda clase sobre convocatorias
equivocadas, designaciones que no correspondían, ausencias insólitas, cambios
inoportunos y una muy pequeña dosis de mala suerte, como aquel gol de Adriano
en el minuto noventa que le dio a Brasil la chance de los penales en la Copa
América de Perú en 2004.
“Lo de la selección argentina es un vía crucis”, nos
comenta Javier Mascherano, ya resignado a que por más que haya ganado dos
medallas doradas en los Juegos Olímpicos de Atenas y Pekín, no tenga nada en su
palmarés con el equipo de los mayores.
Parece increíble pensar que una selección con Lionel
Messi, que posiblemente gane este año su quinto Balón de Oro, Mascherano, Angel
Di María, Sergio Agüero (goleador de la Premier League de esta temporada), o
Carlos Tévez (crack de la Juventus campeona de Liga y Copa en Italia y
finalista de la Champions League) siga sin títulos.
Algunos ensayan otra clase de explicación, como el
propio Martino, el entrenador: “nosotros en la selección argentina no tenemos
una línea. Cambiamos primero de César Menotti y un fútbol de toque, a Carlos
Bilardo. Después cambiamos de Daniel Passarella a Marcelo Bielsa. Para el
jugador es un problema porque cada tanto tiempo debe adaptarse a una línea
cuando todos sabemos a qué juegan siempre Alemania o Brasil”.
El propio Martino ya advirtió los días previos a la
final de la Copa América ante Chile: “importa lo que pase en los próximos
cuatro días, pero importa mucho más lo que pase en cuatro años”.
El mayor problema es el crédito ante la sociedad y
los hinchas argentinos cuando en el ciclo no se obtienen victorias y el tiempo
pasa. Para Messi, por ejemplo, es otra frustración cada vez más difícil de
llevar y ni él mismo encuentra una explicación. “No sé por qué me cuesta tanto
hacer un gol con la selección”, llegó a decir, en tono de queja, durante su
estadía en Chile en la Copa América, de la que se va habiendo convertido un
gol, de penal, aunque haya participado en muchas asistencias y algunas de
ellas, con su sello de calidad.
Otros van más allá con sus análisis. Hablan de una
generación demasiado apegada a lo individual, al estrellato fácil, a los
millones de euros como quien cuenta un vuelto, que mantiene una distancia tan
grande con la sociedad que ya llegó a prescindir de ella, al punto de que
durante la Copa América de 2011 como local, nunca salió del hotel para saludar
a los ciudadanos de la provincia de Córdoba, que llevaban décadas sin tener a
la selección argentina cerca.
Instalada en hoteles a los que casi nadie puede
acceder y con guardias que no dejan acercarse a nadie, sin información precisa
para el periodismo, al que muchos de sus jugadores detestan y otros tienen poco
para decir, sin saber siquiera dónde queda en el mapa la ciudad a donde van a
ir a jugar, la selección argentina es un equipo antipático, frío, lejano.
Cuando la selección argentina se clasificó para la
final de la Copa América, y recordando la final jugada en 2014 por el Mundial,
Mascherano dijo a la prensa que “algo bien deberemos estar haciendo para haber
jugado dos finales seguidas en dos años” y es posible que sea así.
Pero también “algo debe estar haciendo mal” la
selección argentina, para que con semejantes jugadores pueda estar más de dos
décadas, y dieciséis títulos sin ganar nada, siendo, como es, primera en el
ranking mundial FIFA.
En todo caso, es tarea de Martino y de sus
dirigentes (si tienen por fin la capacidad necesaria) evaluar los motivos de
tantos años de frustraciones, entre las que se encuentra, también, el perder la
chance de jugar la Copa Confederaciones de Rusia en 2017.
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