Carlos Tévez llega a Boca Juniors en el momento
exacto del equipo. Cuando se reencontró con la punta, luego de un flojo final
de la primera parte del torneo, antes del receso, aunque los últimos puntos le
habían venido bien para acercarse a San Lorenzo y quedar en una posición
expectante con la que encarar esta segunda etapa con otro ánimo, despojado ya
del asunto de la Copa Libertadores con la peor eliminación posible.
Pero para borrar justamente esa eliminación, y
cuando River Plate sigue en carrera y nada menos que en semifinales es que
justamente esta comisión directiva de Boca sacó uno de los últimos (si acaso el
último) conejo de la galera con la contratación de Tévez un año antes de lo previsto
y contra toda lógica.
Aunque buena parte de la prensa se tragó el
caramelito del show de la contratación de Tévez, lo cierto es que el Apache
llega un año antes de terminar su contrato con la Juventus y eso no fue gratis,
cuando sí debió serlo para Boca, si podía esperar, como correspondía, un año
más, porque quedaba libre el 30 de junio de 2016 y llegaba con el pase gratis.
Pero la urgencia electoral del presidente de Boca,
Daniel Angelici y la de toda su comisión directiva, que ven que todo se puede
caer inesperadamente a fin de año (además, con competidores que llegan con
mucho apoyo político y económico) terminó de apresurar el pase y al club ni
siquiera le importó tener que pagar (o a través del sponsor de indumentaria)
una cifra importante y ceder a un chico con un gran futuro como Guido Vadalá,
todo para acelerar los tiempos.
Más allá de eso, lo que Tévez puede aportar a Boca,
futbolísticamente, es innegable. Porque
aunque cuenta con muy buenos jugadores en todos los puestos, su director técnico,
Rodolfo Arruabarrena, no acierta en conseguir un buen funcionamiento del medio
hacia adelante.
No hay creatividad, son escasos los momentos de un
juego con alguna estética, y se privilegia el correr sobre el juego.
Arruabarrena insiste en darle prioridad a jugadores de sacrificio como Marcelo
Meli y no le importa si pàra eso debe quitar un delantero, sumado a que sigue
creyendo, cuando los hechos demuestran lo contrario, que Jonathan Calleri no es
un nueve de área sino un aceptable segunda punta, para ir al roce con los
defensores rivales y jugar para un nueve goleador.
Tal vez por eso, si Tévez juega como nueve, una
posición que en principio le asignó el director técnico de la selección argentina,
Gerardo Martino, en esta etapa, Calleri bien podría ser un buen apoyo, pero
siempre que también haya, como mínimo, un extremo como Sebastián Palacios y en
lo posible, otro del otro lado.
Arruabarrena opta en este tiempo por un sistema
4-4-2, con un cinco como Fernando Gago que inicie la jugada, un batallador como
Marcelo Meli y dos que puedan alternar en la creación como Nicolás Lodeiro y
Pablo Pérez, pero al dejar en una punta a Palacios y siendo Calleri un atacante
del perímetro del área hacia afuera, pierde capacidad de gol, sumado a que cada
vez que llega a una diferencia, prefiere renunciar al juego y dedicarse a
conservar el resultado.
Por eso, el aporte de Tévez puede ser fundamental
por tratarse de un jugador que se auto-genera las jugadas, que puede recibir de
espaldas al arco rival y que puede ser un nueve aunque no lo es originalmente y
si se retrasa en el campo podría chocar con Calleri o bien alternar con éste en
las posiciones de diez y nueve, como hace una década ocurría con el brasileño
Iarley.
Si Tévez funcionó en la Juventus es porque los roles
estaban definidos y allí tenía por delante siempre un nueve de referencia como
Fernando Llorente primero, o Alvaro Morata después.
En Boca, Tévez deberá adaptarse a un sistema que por
ahora es rústico pese a la calidad de jugadores que tiene, y su peso
específico, en un torneo mediocre y con escasas figuras, puede ser
determinante, pero necesitará, seguro, de una buena compañía.
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