El 7 de junio de
1967, en un partido homenaje organizado por el Real Madrid ante el Celtic de
Glasgow, se despedía del fútbol Alfredo Di Stéfano, considerado por la FIFA
como uno de los mejores cuatro jugadores del Siglo XX junto a su compatriota
Diego Maradona, Pelé y Johan Cruyff.
En verdad, hacía
ya tres temporadas que Di Stéfano había dejado de ser jugador del Real Madrid
porque, por las vueltas de la vida, el mismo Miguel Muñoz que se deslumbró
cuando en 1952 bailó a los blancos con la camiseta azul de los Millonarios de
Bogotá y recomendó su contratación, fue el que sugirió al presidente del club,
Santiago Bernabeu, que le dieran la baja tras la derrota en la final de la Copa
de Europa (cuando aún no era la Champions League) ante el Inter el 27 de mayo
de 1964 por 3-1. “Me echaron con nocturnidad y alevosía”, se quejó amargamente
con el paso de los años.
Fue entonces que
tras dos temporadas en el Español de Barcelona, Di Stéfano colgó los botines y
se dedicó a ser director técnico y el primer equipo que dirigió fue al Elche y
no necesitó más que unos pocos minutos para parar el primer entrenamiento y
pedir que todos los jugadores se reunieran en el círculo central alrededor
suyo.
“Lo que acabo de
ver es horrible, así que les haré algunas preguntas que quiero que me
respondan”, pidió Di Stéfano, con un lenguaje cerrado que a veces no se
entendía. “¿De qué está hecha la pelota?” “De cuero”, respondieron los
jugadores. “¿Y el cuero de dónde sale?”, “De la vaca”. Volvieron a responder,
risueños. “¿Y la vaca qué come?”. “Pasto”, dijeron. “Bueno, entonces el fútbol
es pasto, pasto, pasto. Siempre al ras. ¡No revienten más la pelota por el
aire, por favor!”, remató.
Di Stéfano dejó
el Real Madrid con 396 partidos y 307 goles, ganando ocho ligas españolas, una
Copa de España, cinco Copas de Europa consecutivas, una Intercontinental y dos
Copas Latinas, pero más que todo, el recuerdo de su brillo en las canchas,
convirtiéndose en un “Todocampista”, luego de tener que acomodarse un poco al
principio. “En Argentina, el fútbol era todo creatividad, y en España, todo
físico. Pasabas a un jugador, y ya lo tenías de vuelta encima. En Argentina, los
partidos se suspendían por lluvia, en España se jugaba igual, con lluvia y con
balas”, destacaba siempre.
También sostenía
que llegó bastante tarde al fútbol europeo y porque River Plate, invitado a
jugar un torneo internacional en conmemoración del cincuentenario de la
fundación del Real Madrid en 1952, renunció pero recomendó que lo reemplazaran
por los Millonarios de Bogotá, el equipo de “La Saeta Rubia”.
Aquella vez, Di
Stéfano le pegó un tremendo baile al Real Madrid y el Millonarios, contra todo
pronóstico, le ganó a los blancos 4-2 la final del torneo con un equipo que fue
apodado como “el ballet azul” y que componían entre otros Adolfo Pedernera,
Néstor “Pippo” Rossi, Julio Cozzi y
Antonio Báez.
Di Stéfano fue
dos veces goleador del certamen de la Dimayor, en Colombia, que era una liga
pirata (no reconocida por la FIFA) y obtuvo cuatro títulos de liga, y enamoró
tanto al fútbol español, que el Barcelona y el Real Madrid entraron en una puja
por ficharlo.
El Barcelona se
adelantó y por eso Di Stéfano recaló en el club catalán y hasta llegó a
disputar un par de partidos junto al húngaro Ladislao Kubala en una pareja
sensacional, pero Bernabeu, presidente del Real Madrid, y su dirigente Raimundo
Saporta, tesorero, se dieron cuenta de que no había que tratar con Millonarios,
porque pertenecía a una liga no reconocida, y acordaron con River, aunque en
Cataluña se insiste con que el dictador Francisco incidió para que el jugador
pasara al club de la capital, algo que hizo tomándose un tren, y de manera inmediata cuando el 22 de setiembre de 1953 se anunció
su fichaje.
“Tácticamente,
mi madurez llegó en mi paso por Bogotá –recordaba Di Stéfano—En el barrio, yo
era ocho o diez, en River, puntero derecho y cada tanto bajaba a buscar la
pelota pero me hacían volver a subir., Hasta que un día se lastimó el nueve y
me pusieron en ese lugar. El maestro Carlos Peucelle (ex jugador de los años
treinta) me decía que me retrasara un poco, como hacía Pedernera. Le ganamos
7-0 a Atlanta pero no marqué ningún gol y estaba amargado, pero cuando el DT me
felicitó al terminar el partido, me di cuenta de que estaba bien rumbeado”.
Di
Stéfano le encuentra similitudes a los tiempos de “La Máquina” de River con el
Barcelona de Cruyff. “El secreto es que todos bajaban un poco, menos Ángel
Labruna, y cuando volvían al ataque con la pelota, ningún rival sabía quién era
el siete, quién era el once. O quién era el diez” y sostuvo siempre, ante la
sorpresa de los españoles que lo vieron cinco veces campeón de Europa con el
Real Madrid, que los mejores jugadores de la historia fueron “Labruna,
Pedernera, José Manuel Moreno y Félix Loustau”.
“Ellos
sabían cuándo tenían que salir y cuándo, no.
La gente escucha la palabra “cabaret” y ya piensa algo que no es porque
en aquel tiempo, se iba a bailar, a escuchar orquestas. Tampoco tomaban mucho
whisky”, resaltaba, y su admiración por el “Charro” Moreno no tenía límites.
“Fuye un artista en todo. En fútbol, en teatro, en baile. Me llevaba diez años
y aprendí mucho con él. Un día frente a Tigre nos tiraron piedrazos y yo le
quise avisar dos veces que tenía sangre en la frente, pero me respondió
“cállate la boca. Un jugador de fútbol no se entrega jamás”.
Siempre
dijo que a River llegó por casualidad desde Los Cardales, donde se crió. “Mi
padre conocía a un jugador que era electricista, me probó Peucelle y me
ficharon. En Tercera ganaba veinte pesos por partido ganado y con el primer
premio que gané, me compré un traje en la tienda “Auténtico” y dos pantalones
en la sastrería “Casa Danubio”.
Contaba
cómo llegó a debutar en Primera. Fue en un amistoso ante San Lorenzo en la
cancha de Chacarita Juniors. “Había dieciséis jugadores. Los titulares estaban
sentados en el banco y nosotros, en el césped. “¿Y vos, qué? ¿No te ponés la
venda?”, me preguntó Moreno. “¿Yo, venda? Si no sé lo que es una venda”. “Tené
cuidado porque la cancha está muy mal y se te va a doblar el tobillo y después
tenés para dos meses” y llamó al utilero: “Traele una venda a este pibe”.
Oficialmente,
debutó el 15 de julio de 1945 con 19 años, y dirigido en River or Renato
Cesarini y perdió 2-1 contra Huracán en la cancha de San Lorenzo, aunque ese
año ganó su primer título profesional, para ser prestado en 1946 a Huracán. Lo
tapaba nada menos que Pedernera pero éste se fue a Atlanta en 1947 y “La Saeta
rubia”, como le decían, regresó a River y volvió a ser campeón, ahora dirigido
por José María Minella, con 27 goles en 30 partidos, siendo el máximo anotador
del continente y también figura en el Sudamericano de Guayaquil, ganado ese año
de manera brillante por la selección argentina, y donde se reencontró con su ex
compañero en Huracán, Norberto “Tucho” Méndez.
Siguió
en River en 1948 pero fue un año tortuoso por la larga huelga del sindicato de
futbolistas y en 1949 cuando llevaba nueve goles en los primeros once partidos,
partió a Colombia ante la irrechazable oferta de Millonarios de Bogotá, dejando
un balance riverplatense de 66 partidos y 49 goles, y una canción recordada en
la tribuna, que marcó una época: “Socorro, socorro, ahí viene la saeta con su
propulsión a chorro”.
Con la selección
argentina, no tuvo la posibilidad de jugar mundiales porque coincidió con un
tiempo de aislamiento internacional, y cuando se decidió a jugar con “La Roja”
de España, no pudo clasificarse a Suecia 1958, y se lesionó en uno de los
entrenamientos previos a Chile 1962 y ya el de Inglaterra 1966 lo encontró en
decadencia.
Como
director técnico tuvo la particularidad de haber sido campeón tanto con Boca
como con River. En 1969 fue tentado por el entonces presidente xeneize Alberto
J. Armando y armó un gran equipo, con la base de jugadores como Norberto
Madurga, Silvio Marzolini, el marcador central peruano Julio Meléndez, la
habilidad de Ángel Rojas, o el desequilibrio de Ramón Ponce e Ignacio Peña por
las puntas. Perdió por un gol la chance de llegar a la final del Metropolitano,
ganó la Copa Argentina y fue campeón del Nacional en un vibrante partido ante
River, en el Monumental, que empataron 2-2 y en el que de vencer, los
millonarios se habrían asegurado un partido final.
Tras
varios años en España, regresó como director técnico de River para el Nacional
de 1981, cuando Mario Kempes integraba el equipo, y Diego Maradona jugaba para
Boca. Venía a reemplazar a Labruna, quien había conseguido seis campeonatos en
seis años, y desplazó nada menos que a un ídolo como Norberto Alonso, con quien
tuvo serias discrepancias y acabó yéndose a Vélez Sársfield, pero logró el
objetivo buscado y se llevó el título.
A Boca
volvió en 1985 pero sin el mismo suceso que en 1969.
Le gustaba leer
el “Martín Fierro” y cada tanto citaba alguna frase. “Es que siempre aprendés
algo y hubo un tiempo en el que me gustaba el campo porque mis padres
cultivaban papas. En el río Luján había jabalíes pero a mi papá no le gustaba
cazar y el único arma que había era para que no se nos llevaran las vacas ni
los caballos”.
Di Stéfano pasó
también por un secuestro. El 26 de agosto de 1963, en Caracas, unos
guerrilleros de la Fuerza de Liberación Nacional de Venezuela (FALN)
aprovecharon que allí se disputaba la Pequeña Copa del Mundo de Clubes y
liderados por “Máximo Canales” (Paúl Del Río) se lo llevaron del hotel bajo el
pretexto de que alguien de su mismo nombre era buscado por tráfico de
estupefacientes, y sirvió para divulgar la proclama.
Pero Di Stéfano
contó que con las FALN jugó al ajedrez y al dominó, miró televisión, apostó a
los caballos y diseñó su propio menú. Y no pidieron rescate por él. La
situación fue muy parecida al secuestro de Juan Manuel Fangio en 1958 en La
Habana por la guerrilla castrista.
En la puerta de
su casa en Madrid, Di Stéfano tenía un monumento a una pelota y la frase
“gracias, vieja”, que lo simbolizaba todo. Murió el 7 de julio de 2014, en
pleno Mundial de Brasil-.
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