domingo, 25 de noviembre de 2018

Argentina perdió la oportunidad de globalizar su Clásico (Yahoo)




Un reconocido periodista español admitió cerca del pasado fin de semana, luego de observar por televisión desde Madrid cómo 55 mil personas llenaban la mítica “Bombonera” de Boca Juniors, en Buenos Aires, tan sólo para observar un entrenamiento del equipo, que se preparaba para la gran final de la Copa Libertadores de América de dos días más tarde, y cuando otras veinte mil se quedaron sin poder ingresar, que eso era algo insuperable, y que ni siquiera un Barcelona-Real Madrid podía acercarse.

Para la Conmebol, la Confederación Sudamericana de Fútbol, que dos acérrimos adversarios de la misma ciudad, Buenos Aires, como Boca Juniors y River Plate, llegaran a una final para dirimir quién será el campeón continental, era un sueño que llevaba mucho tiempo y que desde la primera edición, en 1960, nunca había podido ocurrir, primero porque la Copa Libertadores sólo era jugada por los campeones de cada país, y luego, porque el reglamento no permitía una final entre dos clubes compatriotas.

Recién en los últimos años esto cambió y justo en la última edición con dos finales, una en cada estadio (desde 2019 se jugará un partido único, cuya primera sede será la de Santiago de Chile), dos de los equipos más fuertes del mundo, y de una tremenda rivalidad, pudieron encontrarse, con todo el condimento que esto agrega a la hora del enfrentamiento más importante de su muy rica historia (Boca es el club argentino con más títulos, y seis de ellos son de esta Copa, mientras que River lleva tres trofeos de esta clase).

Entonces, el mundo del fútbol se preparó para una fiesta. Era el partido perfecto. La ocasión incomparable para viajar a Buenos Aires a observar lo que tantos medios de todo el planeta pregonaban. Revistas especializadas de los países con mayor tradición en Europa recomendaban asistir a un clásico argentino como una de las cosas imperdibles que un ser humano debe hacer antes de morir.

Esto se vio reforzado por un muy buen partido en la ida, en la Bombonera de Boca, cuando empataron 2-2 con un ritmo trepidante, sólo ante hinchas locales porque en la Argentina no se permite el acceso de los visitantes debido a la creciente ola de violencia en los estadios (las estadísticas marcan 328 muertos en la historia y 40 de ellos, desde 2014, cuando ya regía la prohibición de hinchas visitantes).

Como el reglamento de la Copa Libertadores indica que en las dos finales no cuenta como doble el gol fuera de casa, finalmente el empate 2-2 en la ida se anuló y el del regreso, en el Monumental de River Plate, acababa siendo, en verdad, una final a partido único, aunque sólo con hinchas locales.

Fue entonces que la expectativa se multiplicó. El sábado 24 de noviembre, se definiría la Copa Libertadores en una final de una notable paridad y con cerca de mil periodistas acreditados de todo el mundo, y por si fuera poco, ante la presencia del presidente de la FIFA, Gianni Infantino.

Pocos lo dudaban. Este partido, era lo mejor que le podía pasar al fútbol argentino luego de que otra vez, en el Mundial de Rusia, su selección nacional desilusionara al quedar eliminada ante Francia en los octavos de final, y nuevamente decepcionaba al planeta que Lionel Messi, un jugador extraordinario que marcó una época, perdiera otra chance de coronarse.

También era una muy buena chance para la Conmebol de tratar de mejorar una pésima imagen luego de permitir que durante toda esta Copa hubiera toda clase de confusiones con jugadores que estaban mal incluidos por varios equipos, y que permitieron reclamos de los clubes adversarios que la entidad sudamericana tardaba horas o días en resolver. O de sustentar el muy mal uso del VAR en determinadas ocasiones, con resoluciones desastrosas en muchos partidos decisivos.

River-Boca era, entonces, el partido perfecto, y la prensa mundial se estaba convenciendo (española incluída) de que no había ninguna comparación posible, por rivalidad, pasión e historia, ni siquiera con un Real Madrid-Barcelona.

Sin embargo, todo se comenzó a hundir un par de horas antes del partido, cuando el autobús de los jugadores de Boca fue atacado a piedrazos por decenas de hinchas de River, que se encontraron con que había demasiadas facilidades para llegar hasta el rodado, sin apenas protección policial.

Dos de los jugadores de Boca, entre ellos su capitán y pieza clave del equipo, Pablo Pérez, aparecieron con lesiones en sus ojos, mientras otros llegaron al estadio vomitando, pero la Conmebol, en otro absoluto desatino, insistió en que el partido se jugara de todos modos, y con todo el público ya instalado dentro del estadio durante horas. Ante la negativa de Boca, que llevó a Pérez a un hospital cercano para ser evaluado –se comprobó que uno de s ojos tiene la visión disminuida en un 40 por ciento por haberle ingresado esquirlas de vidrios de la ventanilla del bus-, Conmebol decidió posponer dos veces la hora del inicio, hasta que finalmente River se congració con Boca, y a cambio de que su rival aceptara jugar al día siguiente sin que el estadio fuese suspendido, y ante el mismo público, logró posponer todo para el domingo a la misma hora.

Finalmente, tampoco se jugó el domingo. Boca insistió en que si tiene varios jugadores que no están en condiciones de jugar, no puede presentarse así a una final, y la Conmebol terminó aceptando esto y citando a los presidentes de ambos clubes a una reunión en su sede de Paraguay para determinar una nueva fecha, aunque Boca considera reclamar la descalificación de su rival.

Esta final entre Boca y River, que pudo colocar su partido como el mejor del planeta, que pudo ayudar a una difusión mucho mayor que la actual, terminó en cambio mostrando al mundo la peor imagen posible, la de un fútbol que no sabe sostenerse, que vulnera permanentemente el reglamento, y que le da un protagonismo inusual a los violentos, ayudados por la impericia de las autoridades locales en materias de seguridad, y por los dirigentes de los clubes, que sólo tratan de sacar algún interés para los suyos.

Los medios españoles pueden respirar aliviados. Real Madrid-Barcelona podrá ser un Clásico más ligado a la actualidad o a las estrellas que albergan, y no tendrá la historia del “Superclásico” argentino, pero sí que suele ser una fiesta y, al menos, el partido se juega, no se suspende, ni se deja al público por muchas horas en las tribunas sin saber qué sucede.

El fútbol argentino perdió una oportunidad histórica, gane quien gane la Copa Libertadores. El crédito, ahora, es mucho menor que antes. Y por responsabilidad propia.

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