Apenas un año y
medio atrás, la selección española era una firme candidata a ganar su segundo
Mundial. En muchas encuestas, aparecía en el vértice de la pirámide entre los
treintidós participantes en Rusia 2018 debido a su excelente andar durante todo
el ciclo, especialmente desde que finalizó la Eurocopa de Francia en 2016.
Sin embargo,
bastó una inoportuna decisión del presidente del Real Madrid, Florentino Pérez,
no por contratar a Julen Lopetegui, que estaba en su derecho para cuando
finalizara el Mundial, sino por el hecho de anunciarlo en el peor momento
posible, a dos días del debut de “La Roja” en Rusia. El entrenador y ex portero
no tiene tanta relación con lo segundo como sí, complicidad en lo primero que
dio origen a lo segundo, porque ni siquiera debió sentarse a conversar sobre su
futuro a tan poco de una cita tan importante para él como para el fútbol
español.
Lo cierto es que
un año y medio más tarde, ni el Real Madrid, ni la selección española, han
podido recuperarse de ese cimbronazo que fue el anuncio (sin ningún interés por
lo que le rodeaba) de Pérez de la contratación de Lopetegui, que determinó su
inminente despido y reemplazo por Fernando Hierro, el desequilibrio de un
equipo que se encontró con otro rostro y otras formas en el momento menos
pensado, y tras un mediocre certamen en Rusia, la llegada de Luis Enrique, con
sus ideas y mucho, aún, por demostrar.
Pese a todo lo
conseguido en sus tiempos cercanos con el Fútbol Club Barcelona, siempre hemos
insistido desde esta columna que a Luis Enrique Martínez le queda mucho por
demostrar como entrenador que pretende dirigir equipos al más alto nivel.
Si bien ha
tenido un gran comienzo con “La Roja”, con muy buenos rendimientos y
especialmente, resultados más que favorables en la Copa de las Naciones, los
resultados todavía no se ven (algo lógico) pero menos aún, una idea de
funcionamiento colectivo, algo muy parecido a lo que ocurría en los tiempos azulgranas,
cuando tremendos jugadores como Lionel Messi, Gerard Piqué, Jordi Alba, Marc
Ter Stegen, Iván Rakitic, Luis Suárez, un Xavi Hernández en su última
temporada, y muchas veces un ya en baja Andrés Iniesta, le acabaron salvando
partidos que en otros casos, sus equipos habrían perdido o empatado.
Escrito de otra
manera, Luis Enrique ganó mucho más por aceptar cierto funcionamiento sugerido
por su plantilla tras aquella dura caída en Anoeta ante la Real Sociedad en la
primera temporada, y por acompañar, sin demasiada polémica, aquel camino
emprendido cuando aprobó rectificar un camino que aparecía como conflictivo
dentro y fuera del campo.
Tras el Mundial
de Rusia, el nuevo entrenador de la selección española se encontró con un nuevo
inconveniente a subsanar: que aquella generación dorada que ganara
consecutivamente dos Eurocopas y un Mundial entre 2008 y 2012 ya empieza a despedirse
del más alto nivel.
Con los
anunciados retiros de “La Roja” de Iniesta, Piqué y David Silva, y sin ser
convocado Iker Casillas (al que algunos nostálgicos reclaman a partir de sus
siempre buenas intervenciones en el Porto), son escasos los remanentes de aquel
tiempo que se empieza a esfumar para la llegada de otro, distinto, y que
requiere de otro esquema, adaptable a los jugadores del presente.
Si aquella
selección española se caracterizaba por la horizontalidad para crear y “llegar
más que estar” hacia la portería contraria (a nuestro gusto, con un exceso de
carencia de gol en proporción al dominio ejercido ante la gran mayoría de los
adversarios), ésta de Luis Enrique debió penar en más de una oportunidad para
que el entrenador entendiera que lo que ocurrió entre 2008 y 2012 fue una
excepción basada en una generación distinta que se apoyó en un equipo
irrepetible, único, y que quedará como uno de los mejores de la historia, el
Barcelona de Josep Guardiola.
Pero pasado ese
tiempo, hoy el propio Barcelona no tiene ese brillo, lo cual no significa que
juegue mal, porque está muy lejos de aquello, pero sí va intentando, en lo posible,
otra verticalidad, y en los últimos años ganaron terreno los dos equipos de
Madrid, especialmente el Real, y ya la base de la selección española la
componen muchos jugadores de los clubes de la capital o que forman parte de
equipos de la Premier League inglesa.
Si bien el
equipo español pudo haberse clasificado tranquilamente para la Final Four de la
Copa de las Naciones y en el final del grupo no lo pudo conseguir, en muy buena
parte por la derrota in extremis en Zagreb ante Croacia (al que había goleado
6-0 en la ida), el problema no pasa en este tiempo de inicios de un trabajo,
como el de Luis Enrique, por el éxito o fracaso en los puntos obtenidos.
El gran problema
de la selección española es la falta de una idea madre, de no saber muy bien
qué se pretende, si mantener un juego de posesión para regresar a los tiempos
guardiolianos y de Luis Aragonés-Vicente Del Bosque, o un juego más práctico y
certero, y con qué tipo de jugadores se encarará este ciclo.
La sensación que
transmite Luis Enrique es que valen muy poco los equipos que no están en la
élite, como los tres más grandes de Barcelona, los de la Premier League y acaso
alguno de la Bundesliga, cuando hay algunos casos de estrellas que no se
encuentran en el nivel del pasado, caso Sergio Ramos en la marca, disimulado
por sus cuatro goles consecutivos con “La Roja”.
El momento de
experimentación es ahora. Luego, ya vendrá la clasificación para la Eurocopa
2020 y la competencia europea y será cuando haya que buscar respuestas más
rápidas.
Por eso, con o
sin pase a la Final Four, es que Luis Enrique empieza a remitir a las mismas
dudas que en sus inicios en el Barcelona, y la confirmación de que le espera un
largo y sinuoso camino con la selección española.
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