sábado, 24 de noviembre de 2018

Un Superclásico que esperaba el mismo mundo que no alcanza a comprender tanta violencia y tanto despropósito (Jornadaonline)





Costó días de negociaciones para que River Plate y Boca Juniors llegaran a un acuerdo en las fechas de la disputa de la  tan esperada final de la Copa Libertadores de América, y cuando se decidió que el partido definitivo, del Monumental, se jugase este sábado 24 de noviembre, fue, en buena parte, por la cercanía a la trascendente reunión del G-20 en la ciudad de Buenos Aires.

Sin embargo, ni la seguridad de River, ni la de la ciudad, pudieron garantizar que la entrada del micro con el plantel de Boca al Monumental fuera en paz y los jugadores recibieron una pedrada que rompió los vidrios de varias ventanillas y quedaron afectados por haber recibido gas pimienta, lo cual, en cualquier parte del mundo civilizado, hubiese implicado no sólo la suspensión inmediata del partido, sino también la clausura del estadio.

Pero estamos en la Argentina, país en el que muchos dirigentes y comunicadores culpan a “los inadaptados de siempre” por el “incidente”, en vez de admitir, por fin y luego de 327 muertos por violencia en el contexto del fútbol, que lejos de eso, son adaptados y funcionales a un sistema en el que cada parte tironea para su lado tratando de sacar hasta la más mínima tajada.

Por eso, en el marco de una Conmebol impresentable que permitió y hasta propició una Copa Libertadores de escritorio, con una suma impresionante de desprolijidades y disparates, y cuyos dirigentes ya debieron de renunciar hace rato, la entidad sudamericana que preside el paraguayo Alejandro Domínguez, en vez de seguir lo que indicaba el sentido común, volvió a exhibir esa exasperante lentitud que dejaba sin noticias a los miles de hinchas ya instalados en el Monumental para presenciar una final que debía comenzar a las 17,15, pero luego se fue postergando para las 18, después hasta las 19, 15, hasta que llegó la confirmación de la postergación definitiva para mañana a las 17 y en el mismo lugar.

¿Qué fue lo que ocurrió en el medio? Una suma de disparates, comenzando por la presión que ejercieron los factores de poder para que el partido se jugara allí mismo, pese a los jugadores de Boca afectados física y psicológicamente.  A tal punto fue así, que Pablo Pérez, con esquirlas en su ojo izquierdo, fue trasladado para su observación al Sanatorio Otamendi, a una media hora de distancia del Monumental, y la ambulancia regresó a apenas veinte minutos del último inicio anunciado, el de las 19,15.

Boca, a través de algunos dirigentes, y de los jugadores Fernando Gago y Carlos Tévez, dos de los mayores referentes del plantel, afirmaba a cada momento que el equipo no estaba en condiciones de jugar, River se mantenía en un extraño silencio, los dirigentes de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA) brillaban por su ausencia en vez de defender a sus afiliados, y la Conmebol insistía en jugarlo, aunque fuera más tarde y con iluminación artificial, mientras los hinchas llevaban horas esperando en las gradas.

Hasta se rumoreó que el ítalo suizo Gianni Infantino, presidente de la FIFA, llegó a amenazar a Daniel Angelici, presidente de Boca, con que una ausencia del equipo implicaría ser “descalificado” (sic) del certamen, aunque no queda claro tampoco por qué Boca no aceptó que Pérez fuera revisado por los médicos de Conmebol, como hizo saber en un comunicado la entidad sudamericana.

Así fue que al rato, y ante la euforia de los hinchas de River, el preparador físico de Boca, Javier Valdecantos, salió al césped del Monumental con los conitos de los entrenamientos previos, pero eso duró muy poco, porque ya a la hora del tercer inicio tras los dos pospuestos por la Conmebol, River, mediante su presidente Rodolfo D’Onofrio y su director técnico, Marcelo Gallardo, se avino a suspender el partido, y sumarse a la causa de Boca.

Luego, con los hechos consumados, y con Angelici destacando el gesto de River, D’Onofrio aclaró los tantos: en una hábil negociación, le propuso a su par xeneize el respaldo para la suspensión para mañana a las 17, a cambio de que “hiciera algo, ya que tenés más acceso a las autoridades municipales” para que el Monumental no fuera clausurado, como temía.  Y ahora parece que será una clausura "light".

En verdad, si la Bombonera fue clausurada el jueves pasado a minutos de un lleno conmovedor cuando abrió sus puertas al entrenamiento en forma gratuita a sus hinchas y hubo alrededor de 75 mil personas para una capacidad de 55 mil y algunos cientos rebosaron las posibilidades, ¿qué decir de un estadio con los incidentes que hubo en el final en sus pasillos o en el que, en sus alrededores, algunos de sus hinchas agredieron a los jugadores rivales, en su micro?

Si en 2015, en el episodio del gas pimienta que afectó a los jugadores de River por los octavos de final de la Copa Libertadores, no se jugó el segundo tiempo en la Bombonera, se le dio por ganado a River, y se clausuró la cancha de Boca, ¿cómo entender que mañana se juegue en el mismo escenario y con público local como si todo fuera una postergación temporaria y sin mediar ningún episodio de violencia?¿Cómo entender que el Monumental se clausure pero desde el lunes o que todo pase por una multa?

Por parte de la Conmebol, todo indica que su genuflexión hacia los detentadores de derechos de TV y su necesidad de que el partido se jugara si o sí en el día, y su sumisión ante el poder de Infantino, que ya tenía pasaje de regreso a Europa para mañana por razones de trabajo, operaron para tanto sinsentido, sin importarle los jugadores de Boca o los hinchas de River.

Y en cuanto a la seguridad, si no se pudo resguardar la llegada de un micro con jugadores a un estadio, ¿cómo hará la ciudad para mantener el orden en el G-20, con los principales mandatarios del mundo, si no fuera por la ayuda de organismos internacionales?

En todo caso, el mundo futbolístico esperaba un partido tan bueno o mejor que el de la final de ida en la Bombonera, pero no pudo ser. Otra vez la Argentina mostró la peor cara, y terminó de confirmar que no se trata de inadaptados, sino de uno de los tantos Cromagnones que nos sobrevuelan cada uno de los días del año.

Julio Grondona murió en julio de 2014, pero para esta dirigencia futbolera y política nacional, todo se reduce al “siga, siga” de la mediocridad. Siempre parece que toca fondo, pero siempre hay lugar para algo peor.


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