Costó días de negociaciones para que
River Plate y Boca Juniors llegaran a un acuerdo en las fechas de la disputa de
la tan esperada final de la Copa
Libertadores de América, y cuando se decidió que el partido definitivo, del
Monumental, se jugase este sábado 24 de noviembre, fue, en buena parte, por la
cercanía a la trascendente reunión del G-20 en la ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo, ni la seguridad de River,
ni la de la ciudad, pudieron garantizar que la entrada del micro con el plantel
de Boca al Monumental fuera en paz y los jugadores recibieron una pedrada que
rompió los vidrios de varias ventanillas y quedaron afectados por haber
recibido gas pimienta, lo cual, en cualquier parte del mundo civilizado,
hubiese implicado no sólo la suspensión inmediata del partido, sino también la
clausura del estadio.
Pero estamos en la Argentina, país en el
que muchos dirigentes y comunicadores culpan a “los inadaptados de siempre” por
el “incidente”, en vez de admitir, por fin y luego de 327 muertos por violencia
en el contexto del fútbol, que lejos de eso, son adaptados y funcionales a un
sistema en el que cada parte tironea para su lado tratando de sacar hasta la
más mínima tajada.
Por eso, en el marco de una Conmebol
impresentable que permitió y hasta propició una Copa Libertadores de
escritorio, con una suma impresionante de desprolijidades y disparates, y cuyos
dirigentes ya debieron de renunciar hace rato, la entidad sudamericana que
preside el paraguayo Alejandro Domínguez, en vez de seguir lo que indicaba el
sentido común, volvió a exhibir esa exasperante lentitud que dejaba sin
noticias a los miles de hinchas ya instalados en el Monumental para presenciar
una final que debía comenzar a las 17,15, pero luego se fue postergando para
las 18, después hasta las 19, 15, hasta que llegó la confirmación de la
postergación definitiva para mañana a las 17 y en el mismo lugar.
¿Qué fue lo que ocurrió en el medio? Una
suma de disparates, comenzando por la presión que ejercieron los factores de
poder para que el partido se jugara allí mismo, pese a los jugadores de Boca
afectados física y psicológicamente. A
tal punto fue así, que Pablo Pérez, con esquirlas en su ojo izquierdo, fue
trasladado para su observación al Sanatorio Otamendi, a una media hora de
distancia del Monumental, y la ambulancia regresó a apenas veinte minutos del
último inicio anunciado, el de las 19,15.
Boca, a través de algunos dirigentes, y
de los jugadores Fernando Gago y Carlos Tévez, dos de los mayores referentes
del plantel, afirmaba a cada momento que el equipo no estaba en condiciones de
jugar, River se mantenía en un extraño silencio, los dirigentes de Futbolistas
Argentinos Agremiados (FAA) brillaban por su ausencia en vez de defender a sus
afiliados, y la Conmebol insistía en jugarlo, aunque fuera más tarde y con
iluminación artificial, mientras los hinchas llevaban horas esperando en las
gradas.
Hasta se rumoreó que el ítalo suizo
Gianni Infantino, presidente de la FIFA, llegó a amenazar a Daniel Angelici,
presidente de Boca, con que una ausencia del equipo implicaría ser
“descalificado” (sic) del certamen, aunque no queda claro tampoco por qué Boca
no aceptó que Pérez fuera revisado por los médicos de Conmebol, como hizo saber
en un comunicado la entidad sudamericana.
Así fue que al rato, y ante la euforia
de los hinchas de River, el preparador físico de Boca, Javier Valdecantos,
salió al césped del Monumental con los conitos de los entrenamientos previos,
pero eso duró muy poco, porque ya a la hora del tercer inicio tras los dos
pospuestos por la Conmebol, River, mediante su presidente Rodolfo D’Onofrio y
su director técnico, Marcelo Gallardo, se avino a suspender el partido, y
sumarse a la causa de Boca.
Luego, con los hechos consumados, y con
Angelici destacando el gesto de River, D’Onofrio aclaró los tantos: en una
hábil negociación, le propuso a su par xeneize el respaldo para la suspensión
para mañana a las 17, a cambio de que “hiciera algo, ya que tenés más acceso a
las autoridades municipales” para que el Monumental no fuera clausurado, como
temía. Y ahora parece que será una clausura "light".
En verdad, si la Bombonera fue
clausurada el jueves pasado a minutos de un lleno conmovedor cuando abrió sus
puertas al entrenamiento en forma gratuita a sus hinchas y hubo alrededor de 75
mil personas para una capacidad de 55 mil y algunos cientos rebosaron las
posibilidades, ¿qué decir de un estadio con los incidentes que hubo en el final
en sus pasillos o en el que, en sus alrededores, algunos de sus hinchas
agredieron a los jugadores rivales, en su micro?
Si en 2015, en el episodio del gas
pimienta que afectó a los jugadores de River por los octavos de final de la
Copa Libertadores, no se jugó el segundo tiempo en la Bombonera, se le dio por
ganado a River, y se clausuró la cancha de Boca, ¿cómo entender que mañana se
juegue en el mismo escenario y con público local como si todo fuera una
postergación temporaria y sin mediar ningún episodio de violencia?¿Cómo entender que el Monumental se clausure pero desde el lunes o que todo pase por una multa?
Por parte de la Conmebol, todo indica
que su genuflexión hacia los detentadores de derechos de TV y su necesidad de
que el partido se jugara si o sí en el día, y su sumisión ante el poder de
Infantino, que ya tenía pasaje de regreso a Europa para mañana por razones de
trabajo, operaron para tanto sinsentido, sin importarle los jugadores de Boca o
los hinchas de River.
Y en cuanto a la seguridad, si no se
pudo resguardar la llegada de un micro con jugadores a un estadio, ¿cómo hará
la ciudad para mantener el orden en el G-20, con los principales mandatarios
del mundo, si no fuera por la ayuda de organismos internacionales?
En todo caso, el mundo futbolístico
esperaba un partido tan bueno o mejor que el de la final de ida en la
Bombonera, pero no pudo ser. Otra vez la Argentina mostró la peor cara, y
terminó de confirmar que no se trata de inadaptados, sino de uno de los tantos
Cromagnones que nos sobrevuelan cada uno de los días del año.
Julio Grondona murió en julio de 2014,
pero para esta dirigencia futbolera y política nacional, todo se reduce al
“siga, siga” de la mediocridad. Siempre parece que toca fondo, pero siempre hay
lugar para algo peor.
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