martes, 27 de noviembre de 2018

Boca tiene razón pero va en coche (bus) al muere






Esta edición de la Copa Libertadores 2018 no podía terminar de otra manera. Todo ha sido tan espurio, con jugadores confusamente habilitados, con decisiones tardías, con trato desigual a unos clubes respecto de otros, con sanciones que fueron y vinieron, como ocurrió en el Caso Dedé, con un VAR descontrolado, que lo único que faltaría es que se falle acerca de un campeón en los escritorios.

Dentro de esta locura de dirigentes ineptos en una Conmebol a puertas cerradas para la prensa, Boca aparece muy complicado a partir de una determinación dirigencial basada en haber apretado el acelerador desde una insólita presión generada por los jugadores de mayor peso en el plantel (Fernando Gago, Carlos Tévez y Pablo Pérez) y por miembros de comisión directiva enceguecidos y fanatizados, el sábado pasado por la noche, en el hotel de la concentración, luego de los escandalosos incidentes alrededor del Monumental.

Uno de los aspectos destacables para ser dirigente es el equilibrio, la templanza, la visión a futuro, el saberse manejar entre pares, pero en la alta competencia deportiva y con tantos intereses en juego, y más aún si se trata del máximo objetivo de su ciclo, es lograr intuir, leer lo que ocurre en su contexto, aún teniendo razón.

El convivir dentro del marco de una institución, por más corrupta que ésta sea (como es el caso de la Conmebol) implica, a veces, leer que si se tiene razón (como le asiste a Boca en este caso) pero es claro que el presidente de la entidad (Alejandro Domínguez) no es proclive a decidir una final en los escritorios, el insistir con no jugar el partido es lo mismo que un suicidio con mucha premeditación.

Es así de contradictorio: Boca tiene razón (porque ya hay pruebas contundentes de que el micro de sus jugadores recibió piedras hasta la puerta del estadio y porque éticamente fue recibido a los golpes y River era el club organizador, que así consta en el reglamento de Conmebol) pero la Conmebol piensa y actúa de otra manera.

De esta forma, si Daniel Angelici, el presidente de Boca, cree que porque las pruebas sean contundentes, la Conmebol lo va a aceptar, está en un muy posible grave error, porque antes, cometió él mismo dos errores importantes: uno forzado, y el otro, a medias.

El forzado ocurrió en la tarde del sábado en el Monumental, cuando no le quedó otra que aceptar la “mano tendida” de River (que sabía que Boca estaba entre la espada y la pared) y firmó un documento, refrendado por su rival y el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, en el que acepta jugar al día siguiente en el Monumental y con público, y en el que admitió también que en la agresión al micro hubo “una piedra” (sic) –algo que luego fue objeto de críticas duras de sus compañeros de comisión directiva- y sólo pudo rescatar, a su favor, que el partido sólo se jugaría “con los jugadores en condiciones”, algo que tiene un corto alcance porque si Conmebol decidiera jugarlo el 8 de diciembre, no habría excusas.

El error no forzado (del todo) ocurrió el sábado a la noche, cuando sabiendo que tenía firmado este documento de “Pacto de Caballeros” con River (que en su momento, en 2015, corrió a llevar a Paraguay un certificado oftalmológico extraño y en la madrugada), Angelici no tuvo el equilibrio emocional, la capacidad de disuadir, la visión a futuro, como para frenar el ímpetu de sus jugadores de mayor peso como Gago, Tévez y Pérez, que junto con otros dirigentes presionaron para cambiar el eje de la protesta.

Así es que Angelici, con un documento que firmó y dice lo contrario, y con una Conmebol que sabe que quiere jugar la final a toda costa (negocios son negocios) aunque no se debería porque Boca tiene razón, igual insiste en que todo se decida en los escritorios y tiene todas las de perder.

Acaso, Boca podría forzar jugar una final fuera del Monumental y sin público, y luego apelar al TAS, pero si Angelici insiste en no jugarlo y rechaza la decisión de la Conmebol de que la final se determine en la cancha, muy posiblemente le haga perder la Copa sin haberlo intentado.

Además, una apelación al TAS no sólo no garantiza ganar el caso (y la Copa), aunque cuente con más chances, sino que postergaría una definición por varios meses, lo cual afectaría el Mundial de Clubes y eso, a su vez, colocaría a Boca enfrentado con la Conmebol y con la FIFA, un asunto sin retorno por mucho tiempo.

Por eso, Boca tiene razón pero no parece ir por buen camino. Tener razón, en determinados contextos, no sólo no garantiza nada sino que, al contrario, si la vista se nubla en la obcecación, puede ocasionar graves perjuicios.

Y Boca, como decía el genial Jorge Luis Borges en su cuento sobre los sucesos de Barranca Yaco con el caudillo Facundo Quiroga, va en coche al muere.

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