Esta edición de
la Copa Libertadores 2018 no podía terminar de otra manera. Todo ha sido tan
espurio, con jugadores confusamente habilitados, con decisiones tardías, con
trato desigual a unos clubes respecto de otros, con sanciones que fueron y
vinieron, como ocurrió en el Caso Dedé, con un VAR descontrolado, que lo único
que faltaría es que se falle acerca de un campeón en los escritorios.
Dentro de esta
locura de dirigentes ineptos en una Conmebol a puertas cerradas para la prensa,
Boca aparece muy complicado a partir de una determinación dirigencial basada en
haber apretado el acelerador desde una insólita presión generada por los
jugadores de mayor peso en el plantel (Fernando Gago, Carlos Tévez y Pablo
Pérez) y por miembros de comisión directiva enceguecidos y fanatizados, el
sábado pasado por la noche, en el hotel de la concentración, luego de los
escandalosos incidentes alrededor del Monumental.
Uno de los
aspectos destacables para ser dirigente es el equilibrio, la templanza, la
visión a futuro, el saberse manejar entre pares, pero en la alta competencia
deportiva y con tantos intereses en juego, y más aún si se trata del máximo
objetivo de su ciclo, es lograr intuir, leer lo que ocurre en su contexto, aún
teniendo razón.
El convivir
dentro del marco de una institución, por más corrupta que ésta sea (como es el
caso de la Conmebol) implica, a veces, leer que si se tiene razón (como le
asiste a Boca en este caso) pero es claro que el presidente de la entidad
(Alejandro Domínguez) no es proclive a decidir una final en los escritorios, el
insistir con no jugar el partido es lo mismo que un suicidio con mucha
premeditación.
Es así de
contradictorio: Boca tiene razón (porque ya hay pruebas contundentes de que el
micro de sus jugadores recibió piedras hasta la puerta del estadio y porque
éticamente fue recibido a los golpes y River era el club organizador, que así
consta en el reglamento de Conmebol) pero la Conmebol piensa y actúa de otra
manera.
De esta forma,
si Daniel Angelici, el presidente de Boca, cree que porque las pruebas sean
contundentes, la Conmebol lo va a aceptar, está en un muy posible grave error,
porque antes, cometió él mismo dos errores importantes: uno forzado, y el otro,
a medias.
El forzado
ocurrió en la tarde del sábado en el Monumental, cuando no le quedó otra que
aceptar la “mano tendida” de River (que sabía que Boca estaba entre la espada y
la pared) y firmó un documento, refrendado por su rival y el presidente de la
Conmebol, Alejandro Domínguez, en el que acepta jugar al día siguiente en el
Monumental y con público, y en el que admitió también que en la agresión al
micro hubo “una piedra” (sic) –algo que luego fue objeto de críticas duras de
sus compañeros de comisión directiva- y sólo pudo rescatar, a su favor, que el
partido sólo se jugaría “con los jugadores en condiciones”, algo que tiene un
corto alcance porque si Conmebol decidiera jugarlo el 8 de diciembre, no habría
excusas.
El error no
forzado (del todo) ocurrió el sábado a la noche, cuando sabiendo que tenía
firmado este documento de “Pacto de Caballeros” con River (que en su momento,
en 2015, corrió a llevar a Paraguay un certificado oftalmológico extraño y en
la madrugada), Angelici no tuvo el equilibrio emocional, la capacidad de
disuadir, la visión a futuro, como para frenar el ímpetu de sus jugadores de
mayor peso como Gago, Tévez y Pérez, que junto con otros dirigentes presionaron
para cambiar el eje de la protesta.
Así es que
Angelici, con un documento que firmó y dice lo contrario, y con una Conmebol
que sabe que quiere jugar la final a toda costa (negocios son negocios) aunque
no se debería porque Boca tiene razón, igual insiste en que todo se decida en
los escritorios y tiene todas las de perder.
Acaso, Boca
podría forzar jugar una final fuera del Monumental y sin público, y luego
apelar al TAS, pero si Angelici insiste en no jugarlo y rechaza la decisión de
la Conmebol de que la final se determine en la cancha, muy posiblemente le haga
perder la Copa sin haberlo intentado.
Además, una
apelación al TAS no sólo no garantiza ganar el caso (y la Copa), aunque cuente
con más chances, sino que postergaría una definición por varios meses, lo cual
afectaría el Mundial de Clubes y eso, a su vez, colocaría a Boca enfrentado con
la Conmebol y con la FIFA, un asunto sin retorno por mucho tiempo.
Por eso, Boca
tiene razón pero no parece ir por buen camino. Tener razón, en determinados
contextos, no sólo no garantiza nada sino que, al contrario, si la vista se
nubla en la obcecación, puede ocasionar graves perjuicios.
Y Boca, como
decía el genial Jorge Luis Borges en su cuento sobre los sucesos de Barranca
Yaco con el caudillo Facundo Quiroga, va en coche al muere.
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