Un una jornada
muy intensa, llena de versiones sobre distintas sedes en el extranjero y con
presiones presidenciales para que vuelva a jugarse en la Argentina, la Conmebol
decidió a última hora de la tarde que la final postergada de la Copa
Libertadores entre River Plate y Boca Juniors se dispute el domingo 9 de
diciembre en el estadio Santiago Bernabeu, en Madrid.
Parece el
corolario perfecto para una Copa manchada desde principio a fin, con quejas
permanentes de clubes por mala inclusión de jugadores, a los que la Conmebol no
supo responder con precisión acerca de sus antecedentes, o con muy mala o nula
utilización del VAR o con expulsiones incongruentes, y ahora, con una final de
un torneo que evoca a los libertadores del continente sudamericano jugada en la
capital del país del que justamente se independizó el continente.
Alejandro
Domínguez, el cuestionado presidente paraguayo de la Conmebol, ya tenía la
decisión tomada de que la final se jugara pese a la sólida fundamentación de
Boca acerca de los incidentes producidos el 24 de noviembre pasado en el
Monumental, cuando el micro de los jugadores xeneizes fue atacado a piedrazos
por hinchas de River.
Domínguez,
incluso, se había adelantado al fallo de la Comisión Disciplinaria de la
Conmebol, que es independiente de la presidencia y que de esta forma se vio tan
condicionada por estas declaraciones y por el documento que emitió el
mandatario, que incluso de los cuatro miembros del tribunal, el presidente del
mismo, el también paraguayo Eduardo Gross Brown, la vicepresidenta del
organismo, la venezolana Amarilis Belisario, y el chileno Cristóbal Valdés,
quien quedó fuera de la votación fue el brasileño Antonio Meccia, quien, ya se
sabía, iba a votar por la postura de Boca y que, según fuertes versiones no
desmentidas, fue apartado porque se necesitaba que saliera uno de los miembros
para que el número fuera impar.
El fallo tardaba
horas en salir pero a los crecientes rumores de que la final sería en Madrid
luego de que aparecieran varias alternativas (primero Qatar, luego Medellín,
Miami, San Pablo, y finalmente París, Moscú y Barcelona), por dos razones
fundamentales: la primera fue la reiterada insistencia del presidente
argentino, Mauricio Macri, para que se volviera a jugar en el país por la mala
imagen que quedaría en el exterior acerca de la incapacidad manifiesta para
organizar un evento de esta naturaleza, lo que fue apoyado por el jefe de
Gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta (“la ida se jugó en la
Bombonera y no pasó nada”).
Macri aprovechó
la nueva visita al país del ítalo-suizo Gianni Infantino, presidente de la
FIFA, para exponer en el G-20, para presionar mediante su mayor representante
en temas diplomático-futbolísticos, Fernando Marín (a cargo también de la
candidatura para el Mundial 2030), para que dialogara con el máximo dirigente
del fútbol mundial para que éste, a su vez, convenciera a Domínguez de rever la
situación y que la final se jugara en la Argentina.
La segunda razón
estaba relacionada con la muy mala relación entre Domínguez y Daniel Angelici,
el presidente de Boca. Pocas veces en la historia, un club poderoso consiguió
tanto apoyo político antes de un fallo tan trascendente, porque los clubes
brasileños y uruguayos apoyaban a los xeneizes, y fueron estos mismos los que
se habían unido en el pasado al titular boquense para configurar lo que dieron
en llamar la Liga de Clubes Sudamericanos, un símil de la Asociación de Clubes
Europeos (ACE) que litiga con la UEFA en Europa.
En aquella
ocasión, Domínguez desmontó esta Liga después de que Angelici no pudiera pasar
en la Conmebol el llamado “Test de Idoneidad”, una forma de controlar a los dirigentes
mediante sus actuaciones en sus empresas privadas y el manejo de sus clubes,
algo parecido a lo que ocurre en la Asociación Uruguaya (AUF), que entró en
crisis y está a punto de ser desafiliada de la FIFA desde que dos de sus
candidatos en las elecciones no pasaron el mismo test.
Por este motivo,
Domínguez intuía que un fallo en contra de las pretensiones de Boca de que no
se jugara el partido, sería decisivo contra su propio futuro en la Conmebol, si
es que Angelici está determinado en arremeter con la idea de la Liga, más allá
de que se mostró contra el fallo y aseguró que su club, más allá de jugar la
final de Madrid, continuará el caso apelando y luego lo remitirá al máximo
tribunal mundial deportivo , el TAS, con sede en Lausana, pero que puede emitir
un dictamen tal vez en marzo o junio de 2019 cuando ya desde hace rato se haya
resuelto la Copa Libertadores en la cancha para un lado o para el otro.
Finalmente, las
presiones gubernamentales argentinas no tuvieron el efecto deseado y la final de
la Libertadores se jugará en el Santiago Bernabeu.
Por otra parte,
River fue sancionado por la Conmebol con dos partidos como local que sean
organizados por esta entidad, y a puertas cerradas, desde 2019 y deberá pagar
una multa de 400 mil dólares.
Evidentemente,
un fallo de Conmebol que deja disconformes a los dos finalistas, aunque un poco
más a Boca, que reclamaba que no se jugase la final, aunque River deberá
compartir público con su rival cuando la ida sólo tuvo hinchas xeneizes.
Ni bien se
conoció el fallo de Conmebol, estallaron las preguntas sobre qué ocurrirá con
las entradas ya vendidas por River en Buenos Aires, si los que compraron
entradas para el Monumental serán respetados para Madrid, quién acredita para
el partido y muchos otros elementos burocráticos en una jornada de locura y de
cambios permanentes.
Otros, ya
comenzaron a circular los memes de rigor, algunos de ellos, con el cambio en el
diseño de la Copa que se pone en juego en la final, ahora con orejas mucho más
grandes, y demasiado parecida a la Champions League, la llamada “Orejona”.
Al fin de
cuentas, una copa de pura cepa sudamericana, que comenzó a jugarse en 1960, se
definirá en España. Una incongruencia más de las tantas de 2018, y el colmo
para un trofeo que evoca a los héroes americanos de la lucha por la
independencia…de España. Y todo por la impericia y la incapacidad local. Habrá
que cruzar el océano para definir la Copa.
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