Si siempre sus
choques paralizaron la Argentina y concentran el setenta por ciento de los
hinchas en un país en el que el fútbol más que un deporte es una forma de
vivir, y aunque llegan a jugar, a veces, cuatro partidos al año, Boca Juniors y
River Plate protagonizarán, los sábados 10 y 24 de noviembre próximos, la Madre
de todas las Batallas que los han enfrentado: la final de la Copa Libertadores
de América, la versión sudamericana de la Champions League.
En la Argentina,
en la que todos hablan de fútbol a cada momento, faltan a la escuela o la
universidad o se hacen los enfermos en las oficinas para asistir a los
partidos, el “Superclásico” dejará a millones con insomnio hasta que se conozca
al ganador de la ansiada Copa.
No sólo la
sociedad está dividida en dos entre los hinchas desde que a principios del
siglo XX ambos clubes fueran vecinos en el humilde barrio napolitano de la
Boca, cerca del Río de la Plata hasta que River se mudó a una zona de clases
altas, sino que hasta el presidente del país, Mauricio Macri –un personaje con
cierto parecido a Silvio Berlusconi, el hijo de un magnate italiano que hizo
fortuna y fundó varias empresas en la Argentina- llegó a la política gracias a
los títulos internacionales conseguidos en su paso por la presidencia de Boca
entre 1995 y 2007, y en la que lidió con jugadores como Diego Maradona o Juan
Román Riquelme.
La división de
tres cuartas partes de la sociedad a favor de Boca o River es un fenómeno de
las últimas dos décadas. Si bien antes eran siempre, por mucha distancia, los
dos clubes más populares del país, la notable concentración de poder económico
derivó en que los jóvenes ya no se decantaran por tantos otros equipos de
Buenos Aires como antes, mientras que desde siempre, Boca y River fueron clubes
de carácter nacional y muchos hinchas de otras provincias suelen tener dos
afectos a la vez, el club de su ciudad y el nacional, al mismo tiempo.
Los dirigentes
de Boca y River acordaron que en los dos partidos de la final no haya hinchas
del equipo visitante, algo que está prohibido en la Argentina desde 2013 por
razones de seguridad (hay 325 muertos por violencia en la historia, de los
cuales 210 se produjeron desde 1990 hasta hoy).
Macri, pese a la
enorme crisis económica y social que vive la Argentina, que acaba de endeudarse
en 57.000 millones de dólares con el FMI, vive obsesivamente esta final y sostuvo
que el equipo que pierda “quedará marcado por dos décadas” por las burlas de
los rivales y porque este partido tomó tal dimensión que será transmitido a
todo el mundo y ya adquirió un carácter global.
Tradicionalmente,
Boca está asociado más al carácter, la fuerza, y River, a la técnica, la habilidad, aunque
hoy todo eso está mezclado y ya depende de cada época de los jugadores o los
entrenadores con que cuentan.
Boca, con la
dirección técnica de Guillemo Barros Schelotto, un ídolo del club y el que ganó
más títulos en la historia con esta camiseta (16), viene dominando en los
torneos locales, debido a que por su muy buena situación económica, cuenta con
un plantel con muchas estrellas entre las que se destacan su goleador Darío
Benedetto (recuperado de una larga lesión), el ex mundialista Fernando Gago, el
volante central colombiano Wilmar Barrios o su extremo Cristian Pavón, que jugó
el Mundial 2018, pero tiene la cuenta pendiente de ganar un título
internacional en esta etapa.
River, que
descendió a Segunda por única vez en su historia en 2011 y regresó a Primera al
año siguiente, desde que Marcelo
Gallardo (también ex jugador del club y ganador de varios títulos) se hizo
cargo de la dirección técnica en 2014, tuvo una enorme proyección internacional,
ganando la mitad de las Copas de su historia en los últimos cinco años, con
jugadores de fuerte personalidad como su arquero Franco Armani, sus
experimentados defensores centrales Jonhatan Maidana y Javier Pinola, su
volante central Leonardo Ponzio y la nueva estrella, el también volante
Exequiel Palacios, surgido de la cantera.
River viene
ejerciendo, además, un dominio sobre Boca cuando tuvieron que eliminarse en
instancias anteriores de Copa Libertadores o en la Copa Sudamericana (similar a
la Europa League) y este año venció en los tres partidos que jugaron, entre
ellos, una final –la segunda que los
enfrentaba en la historia- por la Supercopa argentina.
Estos hechos,
sumados a que el segundo partido se jugará en River y en el caso de que haya
penales se defina ante su público, otorga al equipo de Gallardo el rótulo de
favorito, aunque no por mucha distancia, por el nivel de paridad que hay entre
los dos planteles.
Un hecho
importante es que Gallardo no podrá estar presente en ninguno de los dos
partidos, suspendido por la Conmebol porque llegó dos minutos tarde al segundo
tiempo en la semifinal ante Gremio, en la ida en Argentina, y ya sancionado
para la revancha ante el mismo equipo, igualmente se metió en el vestuario en
el entretiempo en Brasil agravando su situación.
La Copa Libertadores es la obsesión de los dos
La Copa
Libertadores genera un sentimiento especial en los hinchas de toda Sudamérica.
Nacida con la idea de parecerse a la Champions League, comenzó a jugarse en
1960, cinco años después que la europea, y si bien en 1966 ya Peñarol había conseguido el tricampeonato y junto a Nacional, el otro club uruguayo,
totalizaron ocho hasta 1988, ahora llevan tres décadas de sequía.
Esta Copa será
la última con dos finales, porque la Confederación Sudamericana (Conmebol)
determinó que desde 2019 habrá un partido único. La primera se jugará en la
Bombonera de Boca Juniors, un estadio cerrado, con tribunas construidas como
acantilados, y con forma cuadrada que cuando los hinchas saltan, se mueve hasta
el piso, mientras que la definición será en el Monumental de River Plate, el
estadio en el que la selección argentina se consagró campeona del mundo en 1978
en aquel 3-1 ante Holanda.
Boca ya la ganó
seis veces, y si consigue ésta, alcanzará a otro club argentino, Independiente,
en el récord histórico continental con siete, mientras que si bien River la
ganó en tres oportunidades, cinco de sus diez títulos internacionales los
consiguió en este ciclo desde 2014, con Marcelo Gallardo, a quien ya apodan
“Napoléon” (por su baja estatura, su capacidad táctica y por haber sido el
asistidor de David Trezeguet en sus tiempos de jugador en el Mónaco), como
entrenador.
Con la
tecnología y las transmisiones por TV, en los años setenta, la violencia entre
los jugadores fue bajando, pero en la primera década se trató de verdaderas
batallas campales, algo que pudo vivir el Ajax de Cruyff cuando visitó a
Independiente de Argentina en 1972 por la Copa Intercontinental.
Además del
prestigio que otorga ganar la Copa Libertadores, esto da derecho al campeón a
disputar el Mundial de Clubes, en el que, este diciembre, en Emiratos Árabes, espera, entre los
vencedores de cada continente, el Real Madrid.
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