Al partido de
ida de la serie Superclásica más importante de la historia no le podía ir en
zaga un papelón menos impactante de la Conmebol, cuya impericia y desconcierto
no parecen tener límites. Y no nos referimos a la suspensión del partido por
razones climáticas porque no hay demasiados estadios en el mundo que soporten
la cantidad de milímetros de agua caída, sino a que desde hace por lo menos
cuatro días que todos los pronósticos coincidían en que la del sábado sería una
jornada con tormentas eléctricas y un 90 por ciento de probabilidades de
precipitaciones.
Si esta Copa
Libertadores tenía todo para ser una de las mejores de los últimos tiempos, con
casi todos los clubes poderosos de Argentina y Brasil en la primera fase,
rápidamente esta Conmebol, que dice haberse lavado la cara respecto de sus
antecesores pero repite los esquemas del FIFA-Gate, se encargó de derrumbar las
expectativas.
Pero a la
institución futbolística sudamericana no le alcanzó, parece, que repetir muchos
de los medios beneficiados durante la espuria etapa que acabó con muchos
dirigentes presos en Estados Unidos o buscados por Interpol, o con libertad
condicional luego de haber delatado a sus pares.
Entonces, esta
Copa que pudo haber dejado huella futbolística, terminó siendo la de los casos
de jugadores inhabilitados que jugaron igual, la de un trato de inequidad a
clubes participantes ante casos similares en los que fue la Conmebol la que se
equivocó en la información previa que les brindó (casos Zuculini y Carlos
Sánchez y diferencia en el trato a River Plate y al Santos), la de la pésima
aplicación (o, mejor escrito, su falta) en el escandaloso penal no cobrado de
Javier Pinola a Martín Benítez en el River-Independiente de cuartos de final, o
la expulsión de Dedé- luego rehabilitado-, del Cruzeiro, por un duro choque de
su cabeza con la mandíbula del arquero de Boca, Esteban Andrada.
Esta Conmebol
también fue la del extraño VAR en el penal de Bressan sobre el final del
Gremio-River, cuando ningún jugador del club argentino había reclamado, y el
delantero Ignacio Scocco pedía córner, y desde imágenes de confuso origen.
Sin embargo, y
pese a haber transformado lo que podía ser una hermosa Copa Libertadores en una
disputa de escritorio, con tironeos varios y quejas por doquier para sacar partido
de cada tajada, la Conmebol tuvo una oportunidad de oro para resarcirse, cuando
en su última edición con dos finales de ida y vuelta (desde 2019 será a partido
púnico, en esa ocasión en Santiago de Chile), llegaron nada menos que Boca
Juniors y River Plate, en dos Superclásicos que encabezan cualquier encuesta
mundial sobre partidos de fútbol de trascendencia.
Pero esta
dirigencia de Conmebol no está por la labor. Está demasiado lejos de poder
estar a la altura. Sus dirigentes son muy cortos de miras. El negocio está
demasiado por encima de lo deportivo y así es que también cualquier motivo es
materia de multa con el fin de recaudar. Un ejemplo de esto es la sanción al
director técnico de River, Marcelo Gallardo, quien reglamentariamente puede
estar bien suspendido (además, reincidió), pero evidentemente, llegar tarde por
dos minutos al segundo tiempo no puede ser motivo de tanta exageración.
Y con el plato
de los dos Superclásicos finales servido en la mesa, la Conmebol no tuvo mejor
idea que escupir la comida. Cuando desde hacía por lo menos cuatro días que se
conocía el pronóstico de lluvia con tormenta eléctrica en Buenos Aires para ese
día, la Conmebol decidió jugarlo el sábado a las 17, lo que determinó un
corrimiento de varios partidos de la fecha de la Superliga para desusadas fecha
y hora, y cuando la semana próxima, en fecha FIFA, ninguno de los dos equipos
aportará jugadores por tratarse de tamaña final.
Entonces, ¿por
qué este sábado, cuando ya se conocía el pronóstico climático?, ¿por qué a esa
hora, que significa que vean por TV el partido en el continente asiático a las
5 de la mañana del domingo?, ¿por qué la enorme tardanza –una vez más- en
suspenderlo cuando ya era imposible jugarlo, la pelota no picaba, había zonas
con charcos, el barrio de la Boca comenzaba a inundarse?, ¿por qué dejar
expuesta a tanta gente, cuando las puertas de la Bombonera se abrieron,
irresponsablemente, a la lluvia, al viento, a la tormenta, hasta tomar una
decisión?
Acaso, por la
misma impericia de siempre y porque, en el fondo, la gente mucho no interesa,
igual que antes, que los del FIFA-Gate, que los de siempre. Igual que los
empresarios de los medios interesados en vender los derechos. La gente, que
espere.
Una vez más,
Conmebol no supo aprovechar la oportunidad de enmendar tantos papelones en la
Copa de este año con dos Superclásicos globales, mundiales, y entonces, quiso
estar a la altura, porque su papelón fue planetario.
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