domingo, 4 de noviembre de 2018

El Real Madrid no puede vivir en paz (Yahoo)




Si algún lector de esta columna asistiera por estos días a algún partido del Real Madrid en el estadio Santiago Bernabeu, seguramente creería que el equipo se encuentra en una crisis terminal, en la parte baja de la tabla de posiciones de la Liga Española, eliminado de la Copa del Rey, y muy cerca de quedar fuera de la Champions League en la fase de grupos.

Los pitidos que muchos simpatizantes blancos regalan a jugadores como Gareth Bale o Sergio Ramos, el murmullo casi desaprobatorio cada vez que Luka Modric entra en contacto con el balón, los tibios aplausos para muchas de las estrellas cuando el equipo es anunciado por los altoparlantes previamente a los partidos, nos refieren a una situación muy enojosa, casi imposible de sostener.

Es cierto que el Real Madrid acaba de despedir a su entrenador Julen Lopetegui tras un muy duro 5-1 en el Camp Nou ante el Barcelona, y que los resultados durante el ciclo de quien se quedó sin la chance de dirigir a la selección española en el Mundial de Rusia fueron muy malos y el equipo nunca encontró un rumbo, pero todo indica que como en tantas otras oportunidades, es tanto lo que genera como club que pareciera que hubiera una necesidad de remover el avispero y generar escándalos permanentes.

De otra manera, no se entiende cierta reacción del público con jugadores que han dado notables resultados, que han liderado remontadas inolvidables, que han ganado tres Champions Leagues seguidas, y en algunos casos, como Sergio Ramos, cuatro copas europeas en cinco temporadas, algo sólo comparable a los tiempos de Alfredo Di Stéfano, Francisco Gento o Ferenc Puskas.

Menos aún se entiende que una parte de la prensa sostenga ese mismo discurso y pueda referirse sin problemas a que hay jugadores acomodados, que no pareciera que tuvieran deseos de ganar o de esforzarse por creer, tal vez, que ya lo han ganado todo.

Una buena pregunta que podríamos formular desde aquí es cuál es la medida para determinar si un jugador ha perdido el deseo de esforzarse. Cuando esta misma plantilla ganó la Champions en 2016, con Carlo Ancelotti sentado en el banquillo, ¿no podía darse ya por satisfecha?  Finalmente, no fue así, y ganó otra Copa de Europa consecutiva en 2017 y con otro entrenador, Zinedine Zidane. ¿Acaso allí era para darse por hechos y bajar los brazos? Parece que no, y fueron por la tercera consecutiva, y también la ganaron. ¿Entonces tres copas seguidas podrían ser la medida de la abulia, el hartazgo y el acomodamiento?

Desde esta columna más bien tendemos a creer que el problema no pasa por la prensa o por la afición solamente, sino que desde hace ya dos décadas que este Real Madrid, con alguna pequeña leve transición en el medio, viene generándose problemas sin necesidad de que otros lo hagan, algo así como aquella frase que dice que “no hay peor enemigo que uno mismo”.

Desde 2000, cuando llegó a la presidencia del Real Madrid a través de la promesa de fichar a Luis Figo, estrella portuguesa del Barcelona, Florentino Pérez siempre creyó que el club debe ser administrado, en todo sentido, como una empresa privada, aunque se trate (junto al Barcelona y al Athletic de Bilbao) de uno de los tres que participan en Primera División de la Liga Española que es una asociación civil sin fines de lucro, es decir que el club es de los socios y no tiene un dueño.

Ya para la temporada 2002/03, luego de ganar la Liga con una plantilla de grandes estrellas, y un excepcional manejo de vestuario con mano izquierda por parte del entrenador, Pérez decidió, de buenas a primeras, finalizar con un ciclo muy ganador, que se llevó las Champions Leagues de 1998, 2000 y 2002, sólo porque pensó que el club necesitaba un revulsivo y que Del Bosque, con algunos kilos de más, cara redonda y bigotes a la vieja usanza, no tenía el glamour necesario para el banquillo blanco, lo mismo que el volante francés Claude Makelele no aseguraba una gran venta de camisetas aunque su aportación fuera fundamental para los títulos conseguidos.

Al Real Madrid le llevó años encontrar entrenadores al estilo de Del Bosque y de hecho, tras pasar por el escarnio de José Mourinho que hizo descender la imagen del club en todo el planeta, recién lo encontró con Ancelotti y luego con Zidane, pero volvió a desperdiciar estos hallazgos para meterse nuevamente en dificultades.

Parece tardía la rectificación de Florentino Pérez de acudir a Santiago Solari, entrenador de la cantera desde hace cinco años, para equilibrar la situación y convocar por fin al joven delantero brasileño Vinicius Jr, que no era tenido en cuenta por Lopetegui, luego de aceptar a regañadientes la marcha de Zidane en mayo, cuando el francés se hartó de que el criterio empresarial valga más que su probada intuición de DT.

Un Cristiano Ronaldo que sigue marcando goles, ahora en la Juventus, se cansó de manifestar que no se sintió del todo bien tratado en el Real Madrid, un Keylor Navas, que siendo una de las grandes figuras de la última Champions, fue relegado en la Liga por la llegada de Thibaut Courtois sólo porque “ya tocaba” o “para que no se acomode” creyendo que ya se ganó la titularidad, o un Bale cuestionado por su “actitud”, como si sobrara, a los pocos meses de haber sido fundamental en la final de Kiev ante el Liverpool.

¿Es casualidad que Modric, ganador del último The Best”, quiera marcharse? ¿Merece Marcelo, el mejor lateral del mundo, con tres goles consecutivos en tres partidos, los pitidos de parte del público del Bernabeu?

Lo que parece claro es que muchos jugadores del Real Madrid, que lo han ganado todo (literalmente), sienten que hay un intento de renovación sólo porque sí, porque en una empresa, a los empleados hay que tenerlos siempre atentos a que pueda venir alguien a reemplazarlos, pero en el fútbol, y a esos niveles, esto no funciona así, y bien lo sabe Pérez, porque ya lo ha ocurrido.

Difícil tarea entonces para Solari: tratar de volver a motivar a su plantilla, que sus jugadores no se harten y se quieran ir, y que todo acabe con otra larga travesía, como aquella que comenzó en 2003, cuando los dirigentes confundieron a un gran club como Real Madrid, con una empresa.

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