Si algún lector
de esta columna asistiera por estos días a algún partido del Real Madrid en el
estadio Santiago Bernabeu, seguramente creería que el equipo se encuentra en
una crisis terminal, en la parte baja de la tabla de posiciones de la Liga
Española, eliminado de la Copa del Rey, y muy cerca de quedar fuera de la
Champions League en la fase de grupos.
Los pitidos que
muchos simpatizantes blancos regalan a jugadores como Gareth Bale o Sergio Ramos,
el murmullo casi desaprobatorio cada vez que Luka Modric entra en contacto con
el balón, los tibios aplausos para muchas de las estrellas cuando el equipo es
anunciado por los altoparlantes previamente a los partidos, nos refieren a una
situación muy enojosa, casi imposible de sostener.
Es cierto que el
Real Madrid acaba de despedir a su entrenador Julen Lopetegui tras un muy duro
5-1 en el Camp Nou ante el Barcelona, y que los resultados durante el ciclo de
quien se quedó sin la chance de dirigir a la selección española en el Mundial
de Rusia fueron muy malos y el equipo nunca encontró un rumbo, pero todo indica
que como en tantas otras oportunidades, es tanto lo que genera como club que
pareciera que hubiera una necesidad de remover el avispero y generar escándalos
permanentes.
De otra manera,
no se entiende cierta reacción del público con jugadores que han dado notables
resultados, que han liderado remontadas inolvidables, que han ganado tres
Champions Leagues seguidas, y en algunos casos, como Sergio Ramos, cuatro copas
europeas en cinco temporadas, algo sólo comparable a los tiempos de Alfredo Di
Stéfano, Francisco Gento o Ferenc Puskas.
Menos aún se
entiende que una parte de la prensa sostenga ese mismo discurso y pueda
referirse sin problemas a que hay jugadores acomodados, que no pareciera que
tuvieran deseos de ganar o de esforzarse por creer, tal vez, que ya lo han
ganado todo.
Una buena
pregunta que podríamos formular desde aquí es cuál es la medida para determinar
si un jugador ha perdido el deseo de esforzarse. Cuando esta misma plantilla
ganó la Champions en 2016, con Carlo Ancelotti sentado en el banquillo, ¿no
podía darse ya por satisfecha?
Finalmente, no fue así, y ganó otra Copa de Europa consecutiva en 2017 y
con otro entrenador, Zinedine Zidane. ¿Acaso allí era para darse por hechos y
bajar los brazos? Parece que no, y fueron por la tercera consecutiva, y también
la ganaron. ¿Entonces tres copas seguidas podrían ser la medida de la abulia,
el hartazgo y el acomodamiento?
Desde esta columna
más bien tendemos a creer que el problema no pasa por la prensa o por la
afición solamente, sino que desde hace ya dos décadas que este Real Madrid, con
alguna pequeña leve transición en el medio, viene generándose problemas sin
necesidad de que otros lo hagan, algo así como aquella frase que dice que “no
hay peor enemigo que uno mismo”.
Desde 2000,
cuando llegó a la presidencia del Real Madrid a través de la promesa de fichar
a Luis Figo, estrella portuguesa del Barcelona, Florentino Pérez siempre creyó
que el club debe ser administrado, en todo sentido, como una empresa privada,
aunque se trate (junto al Barcelona y al Athletic de Bilbao) de uno de los tres
que participan en Primera División de la Liga Española que es una asociación
civil sin fines de lucro, es decir que el club es de los socios y no tiene un
dueño.
Ya para la
temporada 2002/03, luego de ganar la Liga con una plantilla de grandes
estrellas, y un excepcional manejo de vestuario con mano izquierda por parte
del entrenador, Pérez decidió, de buenas a primeras, finalizar con un ciclo muy
ganador, que se llevó las Champions Leagues de 1998, 2000 y 2002, sólo porque
pensó que el club necesitaba un revulsivo y que Del Bosque, con algunos kilos
de más, cara redonda y bigotes a la vieja usanza, no tenía el glamour necesario
para el banquillo blanco, lo mismo que el volante francés Claude Makelele no
aseguraba una gran venta de camisetas aunque su aportación fuera fundamental
para los títulos conseguidos.
Al Real Madrid
le llevó años encontrar entrenadores al estilo de Del Bosque y de hecho, tras
pasar por el escarnio de José Mourinho que hizo descender la imagen del club en
todo el planeta, recién lo encontró con Ancelotti y luego con Zidane, pero
volvió a desperdiciar estos hallazgos para meterse nuevamente en dificultades.
Parece tardía la
rectificación de Florentino Pérez de acudir a Santiago Solari, entrenador de la
cantera desde hace cinco años, para equilibrar la situación y convocar por fin
al joven delantero brasileño Vinicius Jr, que no era tenido en cuenta por
Lopetegui, luego de aceptar a regañadientes la marcha de Zidane en mayo, cuando
el francés se hartó de que el criterio empresarial valga más que su probada
intuición de DT.
Un Cristiano
Ronaldo que sigue marcando goles, ahora en la Juventus, se cansó de manifestar
que no se sintió del todo bien tratado en el Real Madrid, un Keylor Navas, que
siendo una de las grandes figuras de la última Champions, fue relegado en la
Liga por la llegada de Thibaut Courtois sólo porque “ya tocaba” o “para que no
se acomode” creyendo que ya se ganó la titularidad, o un Bale cuestionado por
su “actitud”, como si sobrara, a los pocos meses de haber sido fundamental en
la final de Kiev ante el Liverpool.
¿Es casualidad
que Modric, ganador del último The Best”, quiera marcharse? ¿Merece Marcelo, el
mejor lateral del mundo, con tres goles consecutivos en tres partidos, los
pitidos de parte del público del Bernabeu?
Lo que parece
claro es que muchos jugadores del Real Madrid, que lo han ganado todo
(literalmente), sienten que hay un intento de renovación sólo porque sí, porque
en una empresa, a los empleados hay que tenerlos siempre atentos a que pueda
venir alguien a reemplazarlos, pero en el fútbol, y a esos niveles, esto no
funciona así, y bien lo sabe Pérez, porque ya lo ha ocurrido.
Difícil tarea
entonces para Solari: tratar de volver a motivar a su plantilla, que sus
jugadores no se harten y se quieran ir, y que todo acabe con otra larga
travesía, como aquella que comenzó en 2003, cuando los dirigentes confundieron
a un gran club como Real Madrid, con una empresa.
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