Desde Barcelona
Andrés Iniesta llora. Acaba de marcar el gol de su
vida, de volea, venciendo a Maarten Stekelenburg en Johannesburgo y la
selección española se consagra campeona mundial por primera vez en su historia
en 2010.
También lloró cuando tenía 12 años y se dio cuenta
de que sus padres ya habían puesto marcha hacia su pueblo, Fuentealbilla, a
pocos kilómetros de Albacete, y lo habían dejado en La Masía, en los juveniles
del Barcelona, para iniciar una vida de adulto, por su propia elección. Y llora
ahora, a cada rato, en un acto en el auditorio del club de sus amores, rodeado
de sus compañeros del plantel, dirigentes y familiares en el momento del adiós
a su etapa de jugador con estos colores.
Parece que Iniesta es como cualquier jugador de
primer nivel. Rodeado de muchísima gente conocida, protagonista de hechos
históricos del fútbol, y sin embargo, es capaz de recordarlo todo, o casi todo,
con una sensibilidad poco común, al punto de tener que dedicarle especialmente
un párrafo, un instante, a cada uno de los que tuvieron que ver con su carrera.
Por eso, en el palco del Auditorio 1899 en el Camp Nou, también se encuentra
Josefina, la cocinera de La Masía que hacía lo que podía para que comiera unas
espinacas que no le gustaban.
Iniesta acaba de cumplir los 34 años (11-5-1984), y
desde que tiene uso de razón, se recuerda a sí mismo jugando al fútbol en la
calle, con un sándwich de chorizo en una mano, y con una pelota de goma blanca
ya desgastada de tanto patearla, hasta
que quedaba todo oscuro y la madre o la abuela tenían que ir a buscarlo, o en
el patio del colegio, con un solemne árbol de testigo en el patio “Polideportivo”.
Solía jugar con chicos al menos cuatro años mayores, porque se aburría con los
de su edad.
La madre regenteaba un bar, “Luján”, como su
apellido, mientras su padre, José Antonio, seguidor del Athletic de Bilbao y
que había sido volante en el Atlético Ibañés, manejaba una cuadrilla de
albañiles de la zona.
Era claro que Andrés jugaba demasiado bien al fútbol
aunque sólo tenía siete años y al aparecer un anuncio en los diarios en el que
se informaba que el Albacete probaría chicos pata las divisiones inferiores,
quiso aprovechar la oportunidad. También su primo Manuel lo recomendó, pero le
dijeron que no cumplía con los requisitos.
Pero los Iniesta son duros, tenaces, y entonces José
Antonio acudió a Pedro Camacho, que había sido director técnico suyo y hermano
del ex jugador del Real Madrid y la selección española, José Antonio Camacho, y
si bien acabó aceptando, le advirtió que hay unos 50 kilómetros entre
Fuentealbilla y Albacete. “Los tengo contados, son 46”, fue la respuesta.
Andrés comenzó a jugar fútbol siete pero pasado el
año, cuando ya tenía los 8 de rigor y se hizo una nueva prueba, quiso pasar a
la categoría siguiente. Necesitó muy pocos minutos y ya había convencido al
jurado y se destacó rápidamente. Todos querían jugar con él pero él elegía
siempre a los peores, para respaldarlos y
solía llegar algo tarde porque el padre tenía que hacer malabares para recorrer
cada día tantos kilómetros para llevarlo y regresar a su trabajo.
“Para
algunos, éramos los tontos del pueblo. A mi padre lo tachaban de loco por creer
que su hijo podía llegar a futbolista. Sí, estaba loco. También se preguntaban
por qué mi madre se aguantaba tanto. ¿Y qué? ¿Acaso ocurre algo si alguno se
queda a medio camino? Se pregunta
Iniesta en el magnífico libro “La Jugada de mi vida”, escrito por Marcos López
y Ramón Besa, en el que que recuerda que sus padres “no tenían ni para pagar
las letras pero pagaron un dineral para comprarme las Adidas Predator en cuanto
salieron porque querían ver a su hijo con los mejores botines del momento”
Eran los tiempos del Dream Team de Cruyff e Iniesta
admiraba a Laudrup (le
imitaba una jugada, la “croqueta”) y a Guardiola, del
que le encantaba eso de mirar a todos lados antes de recibir la pelota.
Con tan poca edad, Iniesta ya era muy serio. Todos
recuerdan este aspecto de alguien que a tan corta edad parecía saber lo que
quería para su futuro y estaba absolutamente determinado. Un ex compañero suyo
al que le decían “Chapi” por su parecido al recordado ex lateral del Barcelona
Albert Ferrer, contó que la noche previa a un partido en un importante torneo
infantil en Brunete comenzó a saltar por las camas y que Iniesta le dijo “José,
apagá la luz por favor, mañana tenemos partido a las diez y media. Ahora, ¡a
descansar!”.
Como siempre ocurre, hay una situación de azar que
marca en la vida. Y ocurrió en ese torneo de Brunete de 1996 en un torneo cada
vez más mediático relacionado con el reconocido periodista español José Ramón
de la Morena. Albert Benaiges, ligado al Barcelona, quedó deslumbrado por un
Iniesta de 12 años que casi no hablaba y huía de cualquier contacto (“Hable con
mi padre, hable con mi padre”), pero Benaiges no podía hacer eso, porque estaba
de buzo con el escudo del Barcelona y todos los demás equipos se darían cuenta,
por lo que envió a un representante del club, el Sr Fábregas, que estaba de
traje y corbata.
Iniesta llevaba la camiseta 5, a veces de blanco y a veces de rojo. Llegó a
semifinales y fue eliminado por el Racing de Santander, que en cuartos había
eliminado al Atlético del “Niño” Fernando Torres . Iniesta ya había estado en
el torneo de 1995 pero no había aparecido tanto. En 1996, Albacete terminó
tercero y él fue elegido mejor jugador del torneo. En cuartos, cuando nadie lo
pensaba, el Albacete había eliminado por penales al Real Madrid. Habían puesto
tribunas especiales porque había llegado a ver el torneo nada menos que Lorenzo
Sanz, el presidente blanco.
En ese torneo, otro chico, Jonatan Valle, marcaba
goles maradonianos en el Racing, pero bastó que un dia llegara Radomir Antic,
el director técnico del Atlético Madrid que ese año ganaría el Doblete (Liga y
Copa del Rey) y dijera “ustedes no tienen ni puta idea, el mejor de todos es el
5 del Albacete, que no se equivoca nunca”.
Cuando terminó la competencia, De la Morena fue a
buscar a Iniesta al hotel Alcalá de Madrid, donde se hospedaban todos los
chicos, para el premio. Allí el chico dijo dijo que su padre era albañil “pero
dejará de serlo cuando yo sea figura, lo quiero bajar del andamio”. Como mejor
jugador, Iniesta ganó un viaje a Puerto Aventura, que aprovechó la familia para
pasar a conocer las instalaciones de La Masía en Barcelona. Allí, todos se
convencieron de que era un lugar posible para Andrés, quien ya era seguido de
cerca por Oriol Tort, un gran caza talentos del club.
Lo cierto es que a mediados de setiembre de 1996,
cuando ya había pasado el límite de tiempo que le había dado el Barcelona para
que se decidiera, Andrés le pidió a su padre que llamara al club para aceptar
la propuesta. “¿Por qué ahora, hijo?”, le preguntó el padre. Por qué ahora,
hijo? “Porque sé que es lo que tú quieres. No te puedo dejar sin esa ilusión
después de todo lo que has luchado por mí”, respondió el chico de 12 años.
Es el día de hoy que Iniesta recuerda con pelos y
señales aquel viaje desde Fuentealbilla hasta Barcelona con el Ford Orion azul
con su padre, su madre y su abuelo materno. Iba para quedarse en La Masía y
apenas se dijeron algunas frases de ocasión. El silencio era total. Había un
clima de tristeza por la separación, más allá de que era algo soñado por
Andrés.
“Parece absurdo, pero es cierto: el peor día de mi
vida lo he pasado en La Masía…tuve una sensación de abandono, de pérdida, como
si me hubiesen arrancado algo de adentro, en lo más profundo de mí. Fue un
momento durísimo. Yo quería estar allí, sabía que era lo mejor para mi
futuro…pero pasé por un trago muy amargo, tuve que separarme de mi familia, no
verlos todos los días, no sentirlos cerca…lo elegí yo, es verdad”, recuerda
Iniesta.
Mientras los padres hablaban con Juan César Farrés,
director de la residencia, el arquero de los juveniles, José Bermúdez, de 17
años, y con un porte tal que Iniesta le
llegaba poco más que a la cintura, le mostraba las instalaciones al chico.
Iniesta lloraba y lloraba. Compartiría litera con Jorge Troiteiro, y los padres
y su abuelo materno se fueron a un hotel a unos 200 metros, apenas cruzando la
calle Maternidad.
José Antonio no aguantaba en el hotel y estuvo a un
paso de buscar a Andrés para llevárselo al pueblo, pero fue frenado por Mari,
su esposa: “si se va y no triunfa, lo habré perdido por 6-7 años. Si se va y
triunfa, también. Siempre pierdo….si te lo llevas eres un egoísta porque
piensas en ti pero no en él. Dale la posibilidad de probarlo. Ahora no podemos
acobardarnos”. Iniesta pensó que sus padres se marcharían en la noche, pero a
la mañana siguiente aparecieron por La Masía y lo acompañaron al colegio. Con
él iba también Troiteiro. Se dieron dos besos en la mejilla como si todo fuera
como siempre.
La primera vez que volvieron sus padres, al mes,
Iniesta ya los esperaba una hora antes sentado en la rampa. Mirando cada coche
a ver si se veía el Ford Orion azul pero a pocos km de llegar se les quedó el
coche en la autopista y hubo que llamar a la grúa.
“En el canal que hay en el pueblo no caben las
lágrimas que derramó entonces mi nieto”, suele decir su abuelo Andrés Luján.
El día del debut en el Infantil B del Barcelona, se
quedó dormido No sabe bien por qué. Se fue sin desayunar. Ganaron al final 8-0
a la peña Cinco Copas y marcó 4 goles.
A ese chico triste que iba superando el trauma de a
poco, Benaiges se lo llevaba al cine junto con su hijo para distraerlo, o a una
piscina con bolas de espuma en un parque infantil.
Jordi Mesalles, otro chico de la época, cuenta que
no se perdían un partido del Barcelona de Van Gaal. Se sentaban todos cerca y
él admiraba a Cocú, y al haberse ido Michael Laudrup al Real Madrid, Iniesta
miraba más a Josep Guardiola.
El gran escaparate de Iniesta y su generación fue la
Nike Cup, un torneo muy prestigioso, y en el Camp Nou, ante 20.000 personas, y
era la final ante Rosario Central. El Barcelona lo había goleado en el inicio
del torneo pero la cosa se puso mal hasta que Iniesta fue de media punta. Vino
la remontada, con un “gol de oro” suyo, el presagio de lo que serían el gol al
Chelsea y el de la final del Mundial. Fue elegido mejor jugador del partido y
Guardiola fue el encargado de darle el trofeo. Le dijo “Dentro de 10 años, yo
estaré sentado en una grada para verte jugar”. Fue en 1999 pero pasaría menos tiempo para que eso ocurriera.
Cuando Lorenzo Serra Ferrer era el DT del equipo,
bajó a las inferiores a ver a Iniesta y consideró que debía estar cerca de
referentes como Guardiola y Xavi. “Yo no descubrí nada. Andrés era un genio. Un
fenómeno de la naturaleza como jugador y persona. Jamás lo dudé”. Llamó a La Masía
y pidió que avisaran a Iniesta que mañana se entrenaba con el Primer equipo.
“Quise premiarlo por su liderazgo en el campo, por su actitud con los
compañeros, por su comportamiento en el colegio. Entendía el juego, sabía de
memoria la filosofía del Barcelona. Sabíamos que con él no íbamos a fallar”. Serra
Ferrer estaba a cargo de todas las inferiores. Iniesta pasó rápido por el
Juvenil A y por el Barcelona B porque todos ya lo conocían.
Jordi Gonzalvo, el último DT que tuvo en juveniles,
descubre algo distinto: “Tiene una mentalidad como la de Carles Puyol. Son
distintos por fuera, pero se parecen mucho más de lo que ellos creen. Andrés es
mucho más rebelde de lo que parece. Sabe disimular la mala leche que lleva
adentro pero la tiene, claro que la tiene, pero la contiene apretando los
dientes. Es más, creo que Andrés necesita ese punto de rebeldía. Unos lo
muestran pegando gritos, él no. Lo muestra jugado, superando todas las
adversidades con una pelota”.
Había estado ya a punto de debutar en diciembre de
2001, en tiempos convulsionados de crisis y cambios de DT. Carles Rexach lo
puso en el banco en el derbi contra el Español en el anterior estadio de
Montjuic. Xavi y Gerard López estaban lesionados, pero optó finalmente por el
francés Christanval para jugar en el medio al lado de Cocú. El Barcelona perdió
2-0.
Ya para el inicio de la temporada 2002-03, Louis Van
Gaal, que creía en la necesidad de renovación con jóvenes de la cantera, lo
convocó para iniciar la temporada con la Primera pero él tenía justo Europeo
sub-19 con la selección. Sin embargo, el holandés le dijo que fuera y que a la
vuelta se sumara. El 29 de octubre de 2002 debutó con la número 34 ante Brujas.
El Barca ganó 0-1 con gol de Juan Román Riquelme. “Salí y pásalo bien. Hacé lo
que más sabés, jugá al fútbol”. Fue titular en los últimos 6 partidos de Van
Gaal como DT.
Ya con otro holandés, Frank Rikjaard, pasó por una
etapa especial en la que no hubo feeling, aunque eso apareció especialmente en
la final de la Champions League de 2006 en París ante el Arsenal. Iniesta
sentía que había jugado bien ante Benfica y Milan, los partidos anteriores en
el camino de la final. Incluso había invitado a amigos a verlo a París, cuando
a pocos minutos del partido se enteró de que no sería titular. En el medio
entrarían Edmilson, Deco y Van Bommel. “Fue uno de los momentos más duros que
viví”, cuenta Iniesta.
El Barcelona no encontraba el partido. Sol Campbell
había puesto en ventaja a los ingleses, que amenazaban en cada contragolpe por
Thierry Henry. En un momento del primer tiempo, Samuel Eto’o se acercó al banco
de suplentes a preguntarle a Ten Cate, ayudante de Rikjaard, si había alguna
chance de que entrara Iniesta. “Lo estamos pensando”, le contestaron.
Efectivamente, Iniesta entró para el segundo tiempo por Edmilson. Henry cree
que ese partido “lo cambió Iniesta. Por una hora aguantamos pero él empezó a
girar y me mató porque se iba en velocidad y nosotros estábamos con 10 (por
expulsión del arquero Jens Lehmann). Hasta ahí, me las venía arreglando bien”.
“Las cosas que me dijo Rikjaard antes de entrar al
vestuario, al bajar del bus para la final, me las guardo para mí”, dice hoy
Iniesta.. Txiki Beguiristain, director deportivo, no sabe qué fue lo que le
dijo Rikjaard pero él le dijo al oído al DT en los festejos “debes hablar con
Andrés”. Rikjaard tampoco nunca aclaró qué fue lo que dijo.
En 2009, en Stamford Bridge, durante la primera
Champions de Guardiola como DT, el Barcelona venía de ganar 2-6 al Real Madrid
en el Bernabeu, pero el tiempo se iba, con el
ya casi clasificado por un gol de Essien, sin que el Barcelona pudiera
rematar al arco de Peter Cech hasta que en el minuto 92, Iniesta sacó un
derechazo acomodando la pelota un poco atrás, de adentro hacia afuera, y con
ese mítico gol, que festejó de una manera loca, impropia de él, su equipo consiguió
el pase a la final de Roma ante el Manchester United.
A partir de ese momento, la idolatría de los hinchas
culés era total. Era aplaudido cada vez que tocaba la pelota. El Barcelona
festejaba su título de Liga ante el Villarreal pero Iniesta se había vuelto a
lesionar otra vez muscularmente, la cuarta en la misma temporada. No podría jugar
la final de la Copa del Rey ante el Athletic, ni la de la Champions en Roma.
También parecía ya que se perdía con la selección la Copa Confederaciones de
Sudáfrica.
Pero Iniesta no se dio por vencido y le dijo al
doctor Ricardo Pruna “Estaré en Roma”. La final de la Copa del Rey en Mestalla
estaba complicada. 1-1 en el entretiempo con goles de Toquero y de Yaya Touré,
cuando Guardiola les dijo en el vestuario: “Andrés se rompió porque cuando
remató en Stamford Bridge, en su pierna estaba depositado todo el barcelonismo.
¡Juguemos ahora por él!”. En 20 minutos, el Barcelona liquidó el partido con
goles de Messi, Bojan y Xavi de tiro libre.
Iniesta salió a jugar la final de la Champions muy
delicado. De hecho, no podía patear porque ahí es cuando más trabaja el recto
anterior. Pruna estaba pendiente de sus movimientos. Le había pedido “no
patees, por favor”. Guardiola le dijo “aguantá lo que puedas, ¿ok?” Pero a los
10 minutos se sacó de encima a Carrick,
habilitó a Eto’o, que se le fue a Evra con un movimiento, y definiría para el
primer gol y luego Messi, de cabeza, aumentaría la diferencia.
Paco Seirulo, el preparador físico, dice que los
músculos de Iniesta “son como él, un misterio. De fibras blancas, compactos,
como una liebre del campo que nunca sabes por dónde te va a salir…es un
genio”. Pero la alegría por el título
duró poco. Iniesta estaría 4 meses y 2 días sin poder jugar. “Pensé que sería
el mejor verano de mi vida, pero fue el peor”.
Iniesta mismo trata de definirlo en “La jugada de mi vida”, pero dice que no sabía
bien qué le pasaba, dejó de ser él mismo, y aunque pasaba todas las pruebas,
había algo en su cuerpo que no podía definir. Al volver de las vacaciones, se
resintió. En medio de esa situación, se acercó Puyol para decirle que su amigo
Dani Jarque, defensor del Español, había muerto. “A partir de ahí empezó mi
caída libre hacia un lugar desconocido. Vi el abismo…y fue entonces cuando le
dije al doctor “No puedo más”. Hugo un momento de mi vida en el que mi cuerpo
dijo basta. “Estuviste muchos años escuchando y complaciendo a todo el mundo.
Ahora es tiempo de escucharte y darte tiempo a vos mismo”. ¿Qué explicación le
doy a eso? Que dentro de mí me quedé sin nada. No era consciente de eso.
Pensaba que era un superhombre y que lo aguantaría todo. Pero no”, trata de
explicar.
Puyol tiene su idea: “Andrés lo somatiza todo, quizá
por eso se lesiona tanto. Creemos que podemos con todo, pero no es así”. No
comía y a veces se iba antes de los entrenamientos porque ya se lo había
adelantado Guardiola: “sólo importas tú, si te sientes sin ganas, te vas del
entrenamiento cuando quieras”. De la Morena dice que tuvo “un amago de depresión”.
La forma de darse cuenta de que estaba curado fue
extraña: esperó a que todos durmieran en el hotel de Johannesburgo, y entonces
salió a correr por el pasillo para probarse, justo antes del Mundial. Fue su
forma secreta de estar seguro de que ya estaba bien, que la crisis había
pasado. Raúl Martínez, uno de los dos que trabajó con él en la recuperación (el
otro fue Emili Ricart) descubrió un tejido que provocaba desorganización en la
pierna y se la desbloqueó, mientras Ricart le limpió la mente con un video que
le hacía ver cada noche antes de dormir. “Sólo puedo decir que deportivamente,
Raúl me salvó la vida. Conoce mi cuerpo y mis reacciones como si me hubiese
parido”.
Por si fuera poco, el 13 de abril de 2010 se lesionó
el isquiotibial derecho (“pensé que no llegaba al Mundial”). Iniesta lloraba y
lloraba bajo la ducha, con el capitán Puyol hablándole: “ánimo, Andrés, todo
irá bien. Tienes que hablar con Raúl” pero Iniesta parecía no escucharlo, ni a
Seirulo. Finalmente, habló con Martínez, quien le dijo que llegaría bien al
Mundial “y una vez allí, haremos todo lo posible para que tu cuerpo vuelva a La
normalidad”. Ese Mundial fueron inseparables. Por la noche, en la
concentración, pasada la cena llegaba “el momento Raúl”. Iniesta se estiraba en
la camilla y el otro trabajaba en sus músculos. Luego veía siempre el video de
Ricart.
A una semana del Mundial, Iniesta maravillaba en un
amistoso ante Polonia en Murcia, pero a los 39 minutos pidió el cambio y todos
se asustaron. Desde el cuerpo médico cuentan que hubo un pinchazo y prefirieron
preservarlo pero llegaba con un desgarro fibrilar, con el muslo derecho casi
roto. Llegó, de todos modos, al partido inaugural ante Suiza, pero a la hora
salió lesionado por un golpe de Lichsteiner. Como siempre, fue reemplazado por
Pedro y se tocaba la parte posterior del muslo. Había sentido una especie de
calambre luego de haber jugado un muy buen partido. España comenzó perdiendo,
hubo críticas a Del Bosque, e Iniesta estaba en gran duda para Honduras para lo
que quedaban cinco días (”en esos días lo pasé muy mal”) pero Martínez parece
que hizo un clic y encontró lo que pasaba.
“Es difícil entenderlo y a veces pienso que no acabo
de entenderlo. Iniesta es difícil, es abstracto, es un enigma, nunca sabes en
qué piensa, vive en su mundo, como si estuviera desconectado, desconfiado de
entrada. No se puede ingresar en su cerebro, pero es un reloj suizo y los dos
hemos aprendido qué ajustes hay que hacer, y ahora había que rearmonizar su
cuerpo. Y eso hicimos”.
Iniesta comenzó a sentirse bien. Tan bien que en un
micro tensionado en el camino a enfrentar a Chile para definir el grupo, le
dijo a Valdés “hoy hago un gol y te lo dedico” y cumplió. O después del gol de
Puyol en la semifinal ante Alemania, cuando le decían que era el más importante
de la historia de la selección y el respondía “ojala sea sólo hasta el domingo
en la final”, Iniesta dijo “de eso me encargo yo”. Y así fue.
Y tras el gol a
Holanda en el que varios compañeros casi se caen al foso por el envión en el
abrazo, salió corriendo y se sacó la camiseta española y abajo tenía otra que
decía “Dani Jarque, siempre con nosotros”. Lo había conocido en los juveniles,
ganaron juntos el europeo sub-19 a Alemania con gol de Fernando Torres.
“Cuando recibo la pelota, no escucho nada. Cuando la
controlo, siento que se para el mundo. No sentí nada, sólo silencio. La pelota,
el arco, yo…un poco antes de que me pasaran la pelota, di un paso atrás para no caer en offside aunque
sabía que no estaba en offside, fue instintivo. Y después hay que aguantar,
aguardar el momento exacto para enganchar bien la pelota. Allí sólo mandaba yo.
La pelota era la manzana de Newton y por lo tanto, yo era Newton. Sólo tenía
que esperar que la ley de la Gravedad haga bien su trabajo”.
El remate dobló la
mano derecha del arquero. Iniesta jugó 6 de los 7 partidos del Mundial y fue
elegido el mejor de la cancha en 3, la final incluida.
Hoy, para quienes lo conocen de cerca es
inconcebible este Iniesta sin su mujer Anna, decoradora de interiores y asesora
de imagen, sus dos hijos –perdieron un tercero- y sus padres y hermana, con los
que conforma un núcleo granítico y regresa siempre a Fuentealbilla, donde tiene
viñedos.
El respeto de sus compañeros es reverencial y se
notó especialmente en los actos de despedida de estos días. Incluso Xavi
Hernández, compañero suyo de tantas batallas y tantos recitales con la pelota,
lloraba a mares de emoción en el acto del Auditorio. En el primer entrenamiento
de Iniesta en el Camp Nou, Guardiola le dijo a Xavi: “Tú me quitarás el puesto,
pero este chico nos lo va a quitar a los dos”. También Pep suele decir que el
fallecido Tito Vilanova tenía razón en su definición sobre Iniesta: “No corre,
se desliza”, mientras que para Vicente Del Bosque, es uno de los más grandes
porque es un maestro de la relación espacio-tiempo”
Lionel Messi dice que se parecen bastante aunque los
dos son de poco hablar. “En el vestuario ocupamos rincones distantes pero somos
de hablarnos con la mirada. Él es más un armador de juego. Me gusta tenerlo
cerca cuando el partido se pone duro, raro, áspero”.
Tan genial como impredecible, acaso el mejor ejemplo
de lo que es Iniesta sea algo que ocurrió en el inicio de la temporada 2008-09
en el Barcelona. Era el debut de Guardiola como director técnico, y el inicio
de con una derrota ante Numancia en Soria y un empate ante el Racing de
Santander en el Camp Nou.
Empezaron las críticas, del tipo “el peor arranque
de la historia”. Sólo Cruyff apoyaba desde una columna en “El Periódico”: “Este
Barca pinta bien, muy bien, yo no sé qué vieron ustedes”. Guardiola parecía
solo, muy joven, y con dos muy malos resultados. Estaba en su despacho cuando
alguien golpeó la puerta:
“¡Hola míster! Quédese tranquilo, lo ganaremos todo,
estamos por el buen camino. Sigamos así, vale? Jugamos increíble, lo pasamos
fabuloso en los entrenamientos. No cambiemos nada, por favor. ¡Jugamos de puta
madre! ¡Este año vamos a arrasar!”
Y ese Barcelona arrasó y fue campeón e inscribió uno
de los capítulos más gloriosos de la historia del fútbol. E Iniesta es ya parte
fundamental de esa historia, aunque el tiempo sea inexorable y haya decidido,
entre lágrimas, dar un paso, siempre elegante, al costado.
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