Al día siguiente del triunfo por 2-1 como visitante
al Bayern Munich en el Allianz Arena alemán, que colocaba a su equipo con un
pie en la tercera final consecutiva de la Champions League, Zinedine Zidane
enfrentaba a la prensa con una mueca, una sonrisa tímida, reservada, y
respondía con contundencia.
“Son dos años y medio los que llevo aquí. No podemos
hablar del “Real Madrid de Zidane”. Hay entrenadores que han estado mucho
tiempo y han hecho muchas cosas. Aunque me guste lo que estamos haciendo, para
decir eso vamos a esperar un poco. Es el tiempo el que hace las cosas. No lo
estamos haciendo mal, pero tengo que seguir”, sostiene.
Si bien hoy Zidane representa como pocos al
madridismo, y él mismo suele sostener que tiene “ADN Real Madrid”, su historia
en el club blanco tiene dos capítulos bien pronunciados. El primero de ellos
comenzó en una final de Champions League que le era completamente ajena, la de
2000, salvo por un elemento: que se jugaba en París.
Allí los blancos
vapulearon al Valencia (3-0) y en una comida oficial, al jugador francés que en
ese entonces brillaba en la Juventus, le tocó sentarse frente al presidente del
club español, Florentino Pérez. El segundo, cuando llegó al cargo de director
técnico.
Pérez le extendió entonces un papelito que
preguntaba sencillamente “vous voulez Madrid?” (¿usted quiere venir al Real
Madrid?), y su respuesta fue “oui”. Sin embargo, la Juventus se resistiría un
año entero a traspasarlo hasta que la
insistencia dio resultado y el 10 de julio de 2001, con una hora de atraso, era
presentado como nuevo fichaje “Galáctico”, tras el del portugués Luis Figo un
año antes.
Para el momento de la firma del contrato, lejos de
allí, en una iglesia de El Chive, un pueblito de la zona de Lubrín, en Almería,
aparecía un grafitti que decía “Que viva Veronique”, una forma de reconocer sus
oficios como esposa para que Zidane fuera a jugar al futbol español.
Ella es la hija de dos andaluces, Antonio Fernandez
y Anita Ramirez. Tanto Veronique como su hermana Sandrian, nacieron en Rodez,
en el departamento de Aveyron, porque sus padres de Almeria se exiliaron en
Francia en los años sesenta. Veronique es espigada (1,72), morena y de ojos
claros, muy delicada y siempre sonriente.
A sus 19 años abandonó los estudios de biología y se
dedicó a la danza clásica y baile moderno en Cannes, cuando un amigo en común
los presentó en una discoteca y ya no se separaron más, aunque ella detestaba
el fútbol porque su padre las obligaba a verlo y ni conocía las reglas. Ella
dejó la danza pese a que tomaba clases con una de las mejores y famosas
bailarinas de los sesenta, Rosella Hightower. Se Casaron en Burdeos en 1993,
cuando Zidane jugaba en el Girondins.
Para referirse a Zidane, a muchos elementos que
componen su vida, su presente, hay que remontarse al pasado de sus padres, al
suyo mismo, influido por eso.
Smail, el padre de Zidane, acepta que
nunca le dijo “te quiero” pero sí llegó a aconsejarlo: “recuerda que la paz
puede existir en el silencio”. Para él, Yazid (el segundo nombre de Zinedine y
como le dicen en la intimidad) reúne todos los valores de su familia, “la
reserva y el entusiasmo”. Tal vez esto explique esa tranquilidad extraña que
transmite parado en el cuadrante sin dar demasiadas indicaciones a sus
jugadores.
Smail, poeta,
cuenta en su libro 'Sur les chemins de pierres' (Por
los caminos de piedra) cómo él y su esposa Malika tuvieron que irse de la
Kabilia –una zona de montañas altas-
cuando surgieron los movimientos de resistencia contra Francia, y se
establecieron en Marsella, en el barrio de La castellane, como tantos
inmigrantes argelinos, donde tuvo que
trabajar como albañil, y cómo fue la crianza de sus hijos.
Smail cuenta que
tras haber tenido a Zinedine Yazid, el médico advirtió con firmeza a su mujer: "Vuestro organismo
está cansado, un sexto embarazo lo pondría en riesgo". Ya habíamos pasado miedo cuando esperaba a Lila [la cuarta
hermana, la única hija]. Que Dios nos perdone, pero nos vamos a parar allí. Ya
cinco niños era una cifra perfecta".
Fue en sus primeros tiempos en
Marsella cuando Zinedine asistía al Stade de Velodrome sólo para ver a Enzo
Francéscoli, su ídolo. Ni miraba los partidos del Olympique. Sólo le
encandilaban los movimientos del uruguayo, a quien luego trató y fue la razón
de que le le pusiera Enzo a su hijo mayor. En ese tiempo, su padre trabajaba de
empleado en un supermercado.
Smail también cuenta en su libro el
contraste entre la enorme pobreza de sus orígenes en Francia y que el primer
entrenador le dijera a su hijo “Zidane, si hacés un gol te dejo ir a la mejor
tienda de Cannes para que te compres lo que quieras” y en 1991, el presidente
del club, Alain Pedretti, le prometió un coche si metía un gol “¡y lo hizo!”,
escribió, sorprendido: “Él andaba con su coche nuevo, y yo con un Renault 12
que llevaba 14 años”.
Para conseguir estas cosas, y basado
en su talento de futbolista que descubrió luego de haber sido cinturón verde en
judo, Zidane (23 de junio de 1972) tuvo que dejar su casa a los 14 años para
ser fichado por el Cannes, donde empezó viviendo en la casa de un directivo del
club, Jean Claude Elineau, y a los 17 ya estaba debutando en Primera de la
Ligue 1 pero llegó a hacerse conocido desde 1992, cuando fue transferido al
Girondins de Burdeos, donde jugó cuatro temporadas y en la última, logró la
clasificación a la Copa UEFA en 1996.
El paso por el Cannes no fue solo el
comienzo como futbolista, sino que le dejó una amistad que llega hasta hoy, la
de David Bettoni, colaborador suyo en el cuerpo técnico del Real Madrid.
Llegaron a compartir vivienda en Mimont, en las divisiones inferiores.
Bettoni tiene un diploma de DT de segundo grado, que
no vale en España y no puede sentarse en el banco. Para el debut del cuerpo
técnico contra Deportivo La Coruña, el
Real Madrid lo tuvo que inscribir como encargado de materiales para poder
entrar al césped. De hecho, Zidane lo defiende y siempre dice que si se
necesita algo está Chendo, el delegado, que tiene licencia UEFA Pro. “No es un
segundo entrenador. Es un asistente, trabaja conmigo”.
Bettoni es como un alter ego para Zidane, al punto
de que cuando éste fue fichado por la Juventus en 1996, Bettoni dejó todo y
también se marchó a Italia para jugar en equipos chicos como Avezzano,
Alessandria, Lucchesse y Brescello, de Segunda y Tercera, y se retiró en 2004
para seguir a su amigo en Madrid.
Ya en el Girondins de Burdeos también conoció a otro
de sus mejores amigos, el ex delantero Christophe Dugarry, luego campeón
mundial en Francia 1998.
En 1996 se produjo el salto a la
Juventus que lo marcaría mucho y no sólo como jugador. Es que se sumaría a un
plantel dominante, con el entrenador Marcello Lippi a la cabeza, de quien
tomaría muchas cosas aunque se quedaría en las puertas de ganar la Champions en
1997 y 1998 (la segunda, justo ante el Real Madrid en Amsterdam, cuando los
blancos ganaron la Séptima). Eso sería una espina clavada para Zidane, aunque
se acercaban gratos momentos.
Con aquel equipo con Alessando Del
Piero y Antonio Conte, entre otros ganó dos ligas italianas, Copa y Supercopa
de Italia y la Intercontinental de 1996 ante el River de Ramón Díaz en Japón y
eso lo proyectó a la selección francesa en el contexto de una oportunidad
única: el Mundial de 1998 en su propio país.
Zidane no sólo fue convocado para
integrar el plantel, conducido por un inteligente e integrador Aimé Jacquet,
quien logró amalgamar jugadores de muy variado origen (“Black, Blanc et Beurre”,
“Negra, Blanca y Árabe”) sino que consiguió el primer título mundial para el fútbol
“Blue”.
Pocos recuerdan ya aquella expulsión
de Zidane en la fase de grupos ante Arabia Saudita por una dura patada, porque
los dos goles a Brasil en la final (3-0) le dieron una popularidad impensada en
su país.
Sin embargo, Zidane tuvo actuaciones
más destacadas que la de 1998 en la selección francesa. Distintos analistas
coinciden en que su pico de producción fue en la Eurocopa 2000 jugada en
Holanda y Bélgica, también ganada por Francia, como también, y ya más veterano,
y a punto de retirarse, en Alemania 2006 cuando tras una muy mala primera fase,
Francia avanzó a octavos de final, y tuvo que enfrentar a España, a la que
conocía bien por pertenecer en ese momento al Real Madrid.
Varios medios españoles le dedicaron
ironías sobre el fin de su carrera y su veteranía para enfrentar al equipo de
Luis Aragonés, pero un inspirado Zidane incluso marcó el 3-1 a su compañero
Iker Casillas para clasificarse a los cuartos de final y allí tuvo una sublime
actuación ante Brasil, para colocar a su selección en semifinales.
En la final, en el estadio Olímpico
de Berlín, esperaba su conocida Italia, y alguien que tanto lo conocía desde
los tiempos de la Juventus, Lippi, sabía que su debilidad era su visceralidad,
al punto que diseñó una estrategia con sus jugadores para sacarlo del partido.
Así fue que el defensor Marco Materazzi le habló hasta descolocarlo y el
cabezazo que le dio Zidane y que motivó que el argentino Horacio Elizondo lo
expulsara, ya quedó entre las imágenes históricas de la historia de las Copas del
Mundo. Antes, había marcado un exquisito gol de penal, pateado a lo “Panenka”,
que dejó completamente desairado a Gianluiggi Buffon.
Era el final de su carrera porque
antes había decidido irse también del Real Madrid en el mismo instante en el
que el presidente Pérez, que lo había traído, también se había marchado debido
a la crisis política desatada en ese momento en el club.
"No puedo estar en el Madrid por estar. Si
estoy, lo hago al cien por ciento, y como no es así, mejor dejarlo". Así
se despedía Zinedine Zidane del Real Madrid tras cinco temporadas (2001-2006)
en las que ganó dos Supercopas de España, una Liga, una Supercopa de Europa,
una Intercontinental y la novena Copa de Europa del club blanco con su mágica
volea en el Hampden Park de Glasgow ante el Bayer Leverkusen (2-1). Zizou abandonó
el Bernabéu con un año más de contrato y perdonando a la entidad madridista
doce millones de euros.
Zidane se retiraba con un Balón de
Oro (1998) y tres FIFA World Player, los recuerdos de su clásica “Roulette”,
con la que conseguía girar siempre con la pelota en sus pies, con movimientos
elegantes, y con sus notables producciones en el Real Madrid, aunque la que más
queda en la retina es la impresionante volea con la que decidió la final de la
Champions 2002 ante el Bayer Leverkusen en Glasgow.
Pero también encontró un plantel a su
medida, con grandes cracks, un director técnico ideal para su juego, como
Vicente Del Bosque, quien supo manejar algún posible desborde del gran crack
francés, como aquella agresión a otro defensor que lo provocó, Pablo Alfaro,
del Sevilla, por un duro partido de Copa del Rey.
Para eso estaba su
compatriota y volante defensivo Claude Makelele, quien operaba como su
lugarteniente en el césped. “Déjenmelo a mí, yo me encargo”, solía decir, quien
sabía cuándo y cómo había que hacer faltas, sin que se notara.
Una vez que dejó el fútbol, Zidane
pareció no recordar lo que le dijo alguna vez al periodista español Enrique
Ortego para su libro “Zidane, la elegancia del héroe sencillo”: “no sé aún lo
que quiero pero sí sé lo que no seré, entrenador de fútbol”, y como lo
describen quienes lo conocen bien, siempre fue muy observador, especialmente en
los vestuarios.
Uno de los periodistas y compatriotas
que más lo conocen (hace casi dos décadas que tienen relación) sostiene que en
verdad Zidane “es un DT italiano, por su manera de pensar y de actuar, y suele
reivindicarse como tal, es de la escuela de la Juventus” y que “es todo lo
contrario a lo que fue de jugador, cuando dejaba mucho más lugar a la
improvisación y a la genialidad, aunque físicamente se cuidaba mucho. Como DT
quiere controlarlo todo, algo que tomó de Carlo Ancelotti y de Lippi. Es capaz
hasta de meterse en la cantidad de aceite que los jugadores ponen en la
ensalada”.
Cuando supo que tendría chances de
dirigir al regresar al Real Madrid Florentino Pérez, decidió ser lo más
metódico posible y aunque como ex internacional en España podía obtener un
título que lo habilitara para ejercer en un solo año, prefirió cursar el de
tres en Francia para sacar este diploma, y luego llegó a visitar entrenamientos
de equipos de Pep Guardiola o de su amigo y actual DT del Rennes y ex de la
Real Sociedad, Philipe Montanier, a quien conoce desde los juveniles tiempos
del Cannes.
En el Real Madrid, con Pérez, primero
fue consejero asesor suyo, luego fue director deportivo, más tarde encargado de
los juveniles del club, siguió como DT adjunto cuando asumió Ancelotti, luego
bajó a la Segunda B con el equipo, rechazando una oferta del Girondins –“quiero
empezar desde abajo”- y regresó de ayudante con Rafa Benítez hasta que en la
temporada 2015-16 le ofrecieron asumir en su lugar. “Zidane está más que
preparado. Lleva años preparándose para este momento”, dijo entonces Pérez. Y
no le faltó razón. Un equipo que acababa de ser vapuleado por el Barcelona en
el Santiago Bernabeu (0-4) estaba desorientado y en pocos meses, con Zidane, ya
estaba arriba y jugando mucho mejor, más suelto.
Como DT, Zidane logró un vestuario
tranquilo pese a la enorme cantidad de figuras con que cuenta. Los resultados
están a la vista, con dos Champions seguidas (algo nunca conseguido por nadie
con el formato actual) y en camino de jugar la tercera final consecutiva,
aunque le gusten más los torneos largos. Suele decir que son los que muestran
la capacidad de organización y de proyección de un DT.
Zidane, al contrario de muchos otros
DT, piensa que el futbolista es más importante que él y que con su trayectoria
y lo que ganó, sus futbolistas lo respetan y le creen. “En el vestuario, tiene
más autoridad que (José) Mourinho, pero no autoritarismo, sino autoridad por
convencimiento, y logra que los jugadores estén de su lado”, advierte alguien
que suele tener un asiduo contacto con él, es compatriota suyo y vive en
Madrid.
Por ejemplo, Zidane
no da nunca consejos de cómo atacar a los delanteros, especialmente a los top,
porque tampoco a él le gustaba que se los dieran y eso corresponde al talento
de cada uno. Siempre los consejos son defensivos para cuando se pierde la
pelota.
Cuando él era su ayudante, veía cómo Rafa Benítez le
explicaba a Cristisno Ronaldo cómo patear tiros libres o discutía con Modric
porque le decía que no usara tanto la cara externa de su pie, y el croata le
insistía que “así” es su juego.
Para la temporada 2016-17, cuando Cristiano Ronaldo
volvió de las vacaciones tras haber ganado la Eurocopa con Portugal, Zidane lo
vio desgastado y le recomendó que no jugara todos los partidos, que dosificara,
algo a lo que el delantero siempre se había negado. “¿querés alargar tu
carrera? Entonces escúchame, haceme caso. Jugá menos, no viajes en bus o en
tren, sólo en avión”. El resultado es óptimo: Cristiano Ronaldo ganó los
últimos Balones de Oro, y ya no siempre quiere jugar y hay partidos en los que
directamente se queda en su casa.
Uno de los puntos más altos de Zidane como director
técnico es su simpleza para sus charlas técnicas y su capacidad de observación.
Muchos analistas dan como mejor ejemplo su intervención en el entretiempo de la
final de la Champions de Cardiff en 2017, ante la Juventus (https://www.youtube.com/watch?v=c5TuAjgbSBc)
Tiene claro que no hay que volver locos a los
jugadores con las charlas. “No hay que marear a un futbolista con un discurso
de 20 minutos porque se cansa. Hay que transmitir un mensaje con dos
conceptos”, y termina diciendo siempre, “y ahora, a disfrutar en el campo”.
Zidane tiene cuatro hijos y todos siguieron su
camino de futbolista. Su hijo Luca (20) es el arquero del Real Madrid Castilla.
Enzo (23) en el Lausana aunque estuvo en la cantera del Madrid y en el Málaga
(es muy técnico pero tiene un físico no muy fuerte), Theo (15) deslumbra en el
Cadete A, y Elyaz (12) integra el plantel del Infantil B.
Le gusta la tranquilidad y así es que compró y
rehabilitó un caserón de tres pisos, terraza y pileta llamado “El Chorrico” en
un pueblito llamado El Chive, de cien habitantes. Tiene una fundación que ayuda
a chicos pobres de Argelia y que lleva su padre. “Muchos ayudan, no soy el
único”, suele relativizar, con la misma delicadeza con que respondió, cuando le
preguntaron por el magnífico gol de Chilena de Cristiano Ronaldo ante la
Juventus, “creo que el mío al Bayer Leverkusen fue mejor”, provocando la
carcajada general en la sala de prensa.
“Es un elefante con el cerebro de una bailarina”, lo
definió alguna vez Jorge Valdano.
Zidane, quien aparece de traje en los partidos y da
pocas indicaciones, reivindica los jeans y las remeras, y la vida en familia.
“A mi nunca me gusto salir porque cuando se sale, se hacen tonterías y yo
quiero estar con mi mujer y mis hijos en casa”, con la misma sencillez y una
leve sonrisa.
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