“Se murió, Argentina, se murió”, gritaban a ambos
costados de la fila india que llegaba para realizar los trámites en el
aeropuerto Ernesto Cortissoz de Barranquilla. La delegación de la selección
argentina y algunos periodistas enviados especiales regresaban tras la primera
caída del equipo nacional que dirigía Alfio Basile, ante Colombia, luego de 33
partidos invicto, por la clasificación para el Mundial 1994, y los ánimos
estaban caldeados.
En la escala de Bogotá, alguien volvió a burlarse de
la selección argentina y Diego Pablo Simeone, en aquel momento con 23 años, y
temperamental como siempre fue, no pudo aguantar y quiso irse a las manos. Este
cronista y Leo Rodríguez intercedieron y lo fueron calmando en el vuelo a
Buenos Aires.
Simeone (28-4-1970) siempre fue así, un cabeza dura,
como él mismo se suele autodefinir, y cree que se debe a la crianza de sus
primeros doce años de vida –hasta que su madre dejó de trabajar- con su abuela
de origen italiano, nacida en un pueblito cercano a Nápoles llamado Garófali, y
que solía repetir términos como “Mamma mía” o “Mannaggia”, que fue la que le
transmitió un orden y un carácter fuerte.
Simeone caracteriza a sus familiares como
“contestatarios, rebeldes e inquietos, siempre tratando de resolver
situaciones, y en movimiento, de personalidad fuerte”. “Había que poner la mesa
y ordenar los juguetes luego de jugar en el único lugar permitido, el piso,
pero esas situaciones menores van construyendo la personalidad”.
No recuerda nada sin una pelota, al punto de que cuando
le regalaron un fuerte con indios y soldados, los dividió en dos equipos de
once jugadores.
Además de jugar en el colegio, lo hizo en el club
Villa Malcolm, en la avenida Córdoba, de Buenos Aires. “Entre mis 8 y mis 9
años elegí la posición neurálgica de 5, y eso me dio la posibilidad de intuir
que se trataba de un deporte de ataque y de defensa”, recuerda.
Jugaba al Baby fútbol en el Estrella de Oro, con 9
años, y ensayaban jugadas de estrategia. “Desde muy chico intuí que jugar al
fútbol consistía en que en esos minutos que se juega sin pelota, hay que ocupar
bien los espacios, entonces, el juego del que todos nos enamoramos por la
pelota, es sin la pelota”, aunque su ídolo de chico era Paulo Roberto Falcao,
de la Roma, “un tipo elegante y con mucho juego” o José Berta, pero más que
nada porque jugaba de 5 en Racing, club del que siempre fue hincha.
Todo fue muy vertiginoso en su vida. A los 17 años
ya había debutado en Primera, y a los 18, en la selección nacional. Tanto es
así que con 14 años estaba en la Octava de Vélez Sársfield, en un entrenamiento
contra una categoría mayor, y Victorio Spinetto, que tenía 70 años y el mismo
que lo bautizó como “Cholo” porque también había tenido al marcador de punta
Carmelo en los años sesenta, al que apodaban así, lo llamó un día, le preguntó
la edad, y le dijo: “en dos años, usted está jugando en Primera”, y acertó.
Simeone siempre se consideró “un volante de llegada,
no defensivo” y que siempre fue “tremendamente competitivo” al punto de no hablarle al compañero que
venía a competir por el mismo puesto, y se enojaba con sus amigos si le
dirigían la palabra.
“En la competencia, hay que ser más fuerte que el
otro. En Primera, la línea entre titulares y suplentes no es tan grande. Gana
el que es más fuerte mentalmente, el que tiene más personalidad, aunque sea
algo menos técnicamente. La primera materia de un futbolista es la
personalidad, porque talento tienen todos. No todo es jugar bien. Si no, muchos
de los que juegan en las plazas o los barrios llegarían a Primera. La
diferencia con el futbolista profesional es que éste logra sostener los
diferentes momentos críticos que tiene el fútbol”, sostiene Simeone, quien
utiliza mucho en sus discursos la palabra “supervivencia”.
A los 12 años era alcanza pelotas en Vélez y el
árbitro lo expulsó en un partido de Primera contra Boca. Gatti cortó un avance
como marcador central, quedó lejos de su arco, tiró la pelota lejos, al
lateral, y él se la pasó rápido a Mario Vanemerak para que sacara partido de la
situación. El árbitro paró la jugada y lo echó. “A los 12 años yo ya no estaba
alcanzando pelotas sino jugando al fútbol. El partido estaba 1-1 y tal vez
Vanemerak pudo haberlo definido con mi “jugada”, rememora.
Esos genes parecían venir desde muy temprana edad:
“Cuando jugábamos con mi hermana Natalia a Titanes en el Ring, yo quería ser
Martín Karadagián, el campeón del mundo, el dueño del circo, cuando todos los
chicos querían ser La Momia o Caballero Rojo”.
Aquellos preceptos de “jugar al espacio”, ganar y
tener temperamento, serían vitales en su carrera. El primero de ellos
aparecería en su primer gol profesional ante Deportivo Español: “El Turco
García vino gambeteando desde la derecha hacia el medio y el equipo salió. Yo
rompí el offside y pasé de 5 a 9, él metió la pelota en el espacio y cuando
salió Catalano lo gambeteé para afuera y le pegué de zurda”.
Los asuntos relacionados con el carácter, siempre
fueron claros para él, al punto de que en su debut ante Gimnasia, en la Plata
(13-9-87), cuando Vélez perdió 2-1, cuando
tuvo que reemplazar a Claudio Cabrera y marcar a Charly Carrió, “no sentí nada.
Para mí, no había nadie en las tribunas. Lo único que quería era anular al tipo
y demostrar que estaba para jugar en Primera”.
En uno de sus primeros partidos con Vélez lo echaron
ante Newell’s Old Boys en Rosario cuando quiso hacerlo entrar a Gerardo Martino
en un choque, y reaccionó, Ricardo Calabria echó al Tata y a él lo amonestó
pero en la jugada siguiente se tiró a los pies de un rival y Calabria le sacó
la tarjeta roja. Le pidió que no lo expulsara porque iba a perder el puesto,
pero el árbitro no le hizo caso. Lo echaron ocho veces en toda su carrera, pero
nunca en los últimos 9 años de futbolista. Y como DT sostiene que “siempre
invito a mis jugadores a tratar de jugar sin amarillas”, y en los primeros 4
años en el Atlético Madrid no llegó a los 10 expulsados.
Sin embargo. Simeone estuvo siempre rodeado de
cuestiones relacionadas con meter fuerte, como aquellos tapones contra la
pierna sangrante de Julen Guerrero del Athletic de Bilbao, o cuando hizo
reaccionar a Romario, que fue expulsado por darle un puñetazo en un
Sevilla-Barcelona, o, la de mayor repercusión, cuando exageró una caída en un
roce ante David Beckham en el Argentina-Inglaterra del Mundial de Francia 1998.
“Yo cometo
una infracción normal, sin violencia, y entonces intuyo algo, me dejo caer y me
quedo un tiempo tirado. Eso es lo que provoca a él porque el contacto irrita.
Evidentemente saqué partido de la situación porque estaba concentrado en un
tipo de incidente que parece insignificante pero por el que se puede ganar o
perder un partido. Sin embargo, en ningún momento fui deshonesto o violento”,
sostuvo en su momento, con estas polémicas declaraciones, a las que sumó otra:
“Yo aprendí a jugar al filo del reglamento y a leer la característica del
árbitro que dirigía cada partido”.
De todos modos, Simeone se resiste a que lo llamen
líder. “No hay competencia para liderar. Al líder lo eligen los que lo rodean.
Hay escuelas de liderazgo y gente que lo estudia, pero si no es un liderazgo
natural, se nota, y yo no le tenía miedo a nada. Para llegar a un lugar
determinado en cualquier faceta de la vida, no hay que tener miedo y prepararse
para lo que se planteó como objetivo y yo siempre supe lo que quería, hasta por
detalles”.
Lo define con un ejemplo claro: “Entrar en el túnel
que conduce a la cancha es uno de los mejores momentos del fútbol. Es como un
viaje al futuro. Siempre digo que puede explotar una bomba a 100 metros que yo
no la escucho. Algunos suelen hacer chistes. Yo no, estoy concentrado. Para mí,
el partido era una guerra y tenía que matar al rival, ambas palabras, claro, en
sentido figurado. La del futbolista no es una inteligencia clásica. No se
cuenta con mucho tiempo para pensar. Yo la entiendo como una inteligencia
física, biológica, de supervivencia”.
A los 20 años emigró al Pisa en tiempos de sólo tres
extranjeros por equipo europeo y tras desechar al Verona antes. Estaba de
pretemporada con Vélez, parando en casa de una tía, sus padres de vacaciones y
le dieron una hora para pensarlo. “Estaba solo en una oficina y me dije “me
voy”. Fue un martes y el domingo estaba viajando, y el lunes, entrenándome.
Cuando se enteraron mis padres, se sorprendieron. Llegaba a un mundo distinto
en aquellas ligas italianas de oro, y en el primer año ganó la Copa Italia y
hasta enfrentó a Maradona con el Nápoli. “Me saludó antes del partido y me
insultó en la cancha por una falta que le hice”.
Maradona no sólo sería compañero suyo desde 1992,
cuando Carlos Bilardo, que ya lo tenía en la selección argentina desde hacía
cuatro años. Lo convocó para el Sevilla, sino que ambos estarían al borde de la
rescisión de contrato y del escándalo cuando se llegaron a enfrentar duramente
al presidente del club, Luis Cuervas, para jugar en el equipo argentino que
dirigía Alfio Basile. “En una oportunidad, jugamos contra Brasil, volvimos a
España en avión, de allí nos alquilamos un coche a Logroño, donde teníamos que
jugar por la Liga, dormimos cuatro horas, jugamos, y la Selección jugaba en Mar
del Plata ante Dinamarca por la Copa Artemio Franchi y Maradona me dijo ‘yo voy
a volver a Argentina, no sé vos’. Los dos quisimos regresar al coche pero el
presidente del Sevilla nos lo había quitado, nos tomamos un taxi hasta el aeropuerto,
luego un micro a Mar del Plata que se nos quedó y nos arreglamos para llegar y
jugar igual”.
Para Simeone, la Selección, en la que jugó entre los
16 y los 32 años desde 1988, no fue nunca un esfuerzo, sino lo más preciado,
aunque no pudo ganar la Copa del Mundo aunque sí dos Copas América: “Yo iba en
el avión y pensaba que era King Kong. Nunca estaba cansado porque la motivación
me alejaba del agotamiento y las dificultades. Para mí, cada convocatoria era
la vida”.
A fines de 2001, jugando para Lazio ante el PSV
Eindhoven, se lesionó el menisco y el ligamento cruzado y parecía que se perdía
el Mundial de Japón-Corea 2002, pero llegó,
Pudo haber estado, muy joven, en Italia 1990 y de hecho formó parte de
aquel equipo con los campeones del mundo de 1986, pero Bilardo lo dejó afuera
sobre el final, aunque estuvo en Estados Unidos 1994 (“después del palo del
doping de Maradona, jugamos un gran partido ante Rumania pero perdimos”), y en
Francia 1998 (“La prensa me mató con aquello del comunicado después de las
versiones de lo de Verón”). Y en las dos
Copas América ganadas con Basile tuvo enorme participación.
En 1991, un gol
suyo ante Colombia le dio el título, y en 1993, de un rápido lateral suyo llegó
el gol de Gabriel Batistuta ante México. También fue medalla plateada en los
Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, cuando tuvo sus idas y vueltas con el DT
Daniel Passarella.
Tras dos años en el Sevilla, el segundo de ellos con
una figura emblemática como Luis Aragonés, con quien simpatizó pronto, pasó a
un Atlético Madrid que peleaba por no descender, aunque al comenzar la
temporada siguiente llegaron jugadores como el arquero José Francisco Molina,
el delantero búlgaro Luboslav Penev y consiguieron el Doblete (Liga y Copa del
Rey), postergando al Real Madrid y al Barcelona, y es cuando se gestó la
idolatría de la hinchada rojiblanca, que propiciaría dos reencuentros. En el
Atlético 95-96 del Doblete. “Yo llegaba por la izquierda porque nuestro juego
se desarrollaba por la derecha, y así marqué 12 goles”.
De allí al Inter, donde coincidió en dos temporadas
con el brasileño Ronaldo, ganó la Copa UEFA y perdió la Liga en la última fecha
tras un escándalo en el que su club se quejó por ayudas arbitrales a la
Juventus. Quería quedarse en Milán pero la poderosa Lazio de la épica, que
venía de perder la Liga en el final, le vendió al Inter a Christian Vieri y
Simeone fue como parte de pago y se quedó cuatro años y ganó la Liga, la
Supercopoa de Italia y de Europa en un equipo con muchas figuras (Nedved,
Boksic, Verón, Salas, Nesta), dirigido por el sueco Sven Göran Erickson.
La segunda Liga italiana de su historia (la
anterior, 26 años atrás) la ganó la Lazio con una remontada que parecía única.
Llegó a la última fecha por debajo de la Juventus, que jugaba en Peruggia.
Lazio acabó ganando 1-0 el primer tiempo ante Udinese y en el otro partido
estaban empatando cuando una lluvia torrencial obligó a parar ese partido,
mientras la Lazio ganó el suyo. Los nervios le hicieron perder a los de Turín,
que perdieron 1-0. Lazio había estado seis puntos abajo pero llegó a quedar a
tres cuando ganó el duelo directo gracias a un gol de Simeone.
Simeone vivió otra remontada increíble en 2006 pero
ya como director técnico de Estudiantes, cuando estaba a cuatro puntos del Boca
bicampeón en el Apertura 2006. “Quedaban dos fechas, Boca perdió en Córdoba,
nosotros remontamos a Argentinos Juniors de 0-1 a 2-1 y en el descuento nos
empató Gonzalo Choy. Nuestro vestuario estaba muerto y entonces pregunté a mis
jugadores si no hubieran querido llegar a la última fecha con chances de
campeonato y dije a la gente que quien no crea que vamos a salir campeones que
no venga a la cancha. Se creó una energía especial, y llegamos a la final con
Boca y la ganamos y desde 1967 que Estudiantes no ganaba un torneo local”.
El final de su carrera como jugador lo encontró como
líbero en su reencuentro con el Atlético Madrid, para regresar a retirarse al
club de sus amores, Racing, en 2005. “Cuando salí del Atlético en la segunda
etapa intuí que el DT dejaba de tenerme en cuenta, pero yo me sentía bien y de
hecho, jugué un año y medio más en la Argentina. Pero sospechaba que tenerme
era un problema para el DT y para el equipo. Entonces, tomé la decisión de irme
pensando en que quería volver al Atlético Madrid algún día.
Y para volver al
lugar que uno quiere, hay que partir de la mejor manera. Cuesta saber irse.
Pero es una determinación que hay que tomar en el momento justo”.
Dice que una de las peores situaciones las vivió
como DT de Racing porque un jueves era jugador y el domingo estaba dirigiendo y
que al sexto partido se jugaban el descenso y los hizo concentrar en un hotel
hasta que salieran de la situación “porque hay que sufrir y nadie nos va a
venir a rescatar, hay que nadar”. El siente el trabajo en Racing como un fracaso,
pero su hermana Natalia (su representante) le dice que debe tomarlo como
un aprendizaje. Para pasar de jugador a
DT de Racing no hubo transición “como cuando pasé de Vélez al Pisa”.
Es el día de hoy que sigue considerando que en
Racing “me jugué mi futuro como DT”. Empezaron perdiendo 2-0 el clásico de
Avellaneda con 2 goles del Kun Agüero y perdieron 3-0 con Olimpo y 3-0 con
Estudiantes “pero yo estaba convencidísimo de sacar a al equipo de esa
situación”. Encima se fueron dos jugadores de peso como Rubén Capria y Claudio
Úbeda, pero terminaron jugando con tres pibes, Matías Sánchez, Diego Menghi y
Juan Manuel Chaco Torres, “a los que les transmitimos el sentimiento de
identidad” y ganó 4 partidos seguidos y no siguió la dinámica de River o
Independiente o el Atletico Madrid cuando descendieron por no poder manejar la
situación de desesperación.
La vida de Simeone se parece a una remontada. Dejó
Racing, desgastado, para hacerse cargo de un buen Estudiantes, en 2006, que
dejaba Jorge Burruchaga con un triunfo de 1-0 ante el San Pablo por los cuartos
de final de la Copa Libertadores, pero que fue eliminado por penales en la
revancha en Brasil. “En el vestuario les dije a mis jugadores “¡vamos a salir
campeones de Argentina!” Cuando desde 1970 que no ganaba un campeonato”. No
sólo salió campeón sino que incluyo la histórica goleada de 7-0 a Gimnasia.
Se fue de Estudiantes y enseguida ingresó como DT de
River en noviembre de 2007 y fue campeón de Clausura 2008 aunque se fue cuando
era último en el Apertura de ese mismo año, cuando Chivas lo eliminó de la Copa
Sudamericana, y aunque considera que tiene una cuenta pendiente, no se siente
parte del descenso de 2011: “con nosotros, jugó 14 partidos de un campeonato
sobre seis. Siempre me hago cargo de la responsabilidad pero acá, me cuesta
verla”.
Tras una mediocre campaña en San Lorenzo en 2009, se
tomó por fin un tiempo como para visitar entrenamientos y pudo charlar con Pep
Guardiola y José Mourinho hasta que fue convocado para dirigir al Catania, al
que llegó con tres puntos por encima del descenso y en el decimoquinto puesto,
terminó a diez y en el decimotercer lugar, la mejor ubicación de la historia en
la serie A italiana hasta entonces. Pero prefirió volver a dirigir a Racing, ya
más calmo que la primera vez, y quedó subcampeón del Apertura 2011 detrás de
Boca, hasta que llegó la gran oferta que estaba esperando, la del Atlético de
Madrid. El 23 de diciembre estaba firmando su contrato.
El Atlético era un caos. La comisión directiva había
cesado a Gregorio Manzano por los bajos resultados: estaban a 15 puntos del
cuarto puesto, el último para entrar a la Champions League de la temporada
siguiente, y competía sin mucho futuro en la Europa League. Le dijeron que
continuaría si alcanzaba la cuarta posición, “una locura”, reconoce. Pero al
“Cholo” le gusta esta clase de desafíos.
“Para ser DT del Atlético se dieron las
circunstancias a mi favor: el equipo estaba en una mala situación y me fueron a
buscar más por mi condición de ídolo futbolístico que por la de entrenador, y
yo aproveché las circunstancias, lo que está más allá de uno”, asevera, y
cuenta cómo fue trasformando la mentalidad del club:
“Cuando
llegué, empecé a hablar con los acomodadores de coches, los utileros, el que
está en la puerta de servicio, porque históricamente al Atlético se le decía
“´pupas” (mufa), aunque me parecía raro porque en lo personal no me había
tocado, pero es una cuestión de energía., de ambiente. Fui creando un sistema.
Cuando llueve y llegamos a un estadio y alguien dice que la cancha está mala,
lo peleo: “¡la cancha está perfecta! No hay calor, no hay barro, no hay lluvia,
porque cuando éramos chicos, ese no era un motivo para no jugar”.
Lo que fue capaz de hacer el Atlético Madrid desde
2011 está a la vista. Se coló entre los mejores equipos de Europa, estuvo dos
veces a punto de ganar la Champions League ante el Real Madrid, en 2014 se lo
impidió un fatídico cabezazo de Sergio Ramos en el minuto 93 cuando ganaba 1-0,
y en 2016, tras el empate en los 90 y el alargue, los penales en Milán. Ganó la
Europa League en 2012, la misma temporada en la que comenzó, vapuleó al Chelsea
en una Supercopa de Europa 4-1 )”Ese día jugamos un partido casi perfecto, pero
perfecto no porque nos metieron un gol”), le ganó la Copa del Rey al Real Madrid
en el Santiago Bernabeu y la liga 2013-14 al Barcelona en el Camp Nou, cuando
los azulgranas ganando eran campeones y se pusieron en ventaja y Simeone tuvo
que reemplazar a Arda Turán y Diego Costa en el primer tiempo, por dos
lesiones, pero aún así Diego Godín conquistó el empate preciado.
“Para obtener algo hay que estar en tensión, pero la
tensión que potencia, no la que bloquea. En aquel partido contra el Barcelona
en el Camp Nou que definía la Liga 2014, yo veía a mis jugadores en tensión
positiva. Frente a las dificultades más grandes, aparece lo mejor del jugador
con carácter. El partido siempre se resuelve emocionalmente”, sostiene.
En esta final de Europa League de Lyon ante el
Olympique de Marsella, el Atlético Madrid llegó a recurrir hasta el TAS, el
máximo organismo deportivo mundial para que le rebajen la suspensión de 4
partidos )ya cumplió uno), por haber insultado al árbitro en la primera
semifinal en Londres ante el Arsenal por la temprana expulsión de Sime
Vrsaljko.
Es que su presencia en el cuadrante es fundamental.
Simeone corre, camina la cancha, protesta, está en todos los detalles. No se
queda quieto. Sale a la cancha siempre con camisas azul, gris oscuro, negro o
celeste. Nunca de blanco porque ese color identifica al Real Madrid, al que
jamás dirigiría.
Como dice en su libro “El efecto Simeone” (2013) “El
esfuerzo no se negocia”, una de sus máximas para toda la vida, y por eso no lo
detiene ni el éxodo de jugadores como Diego Costa (que luego volvió), Agüero,
Falcao, Courtois, De Gea, Mandzukic, Miranda, Villa y acaso, en unos días,
Griezmann (al Barcelona).
Algunas frases muestran su manera de pensar, como
cuando insiste en que “El DT debe entender que no es el director de la orquesta
sino un instrumento de los dirigentes. En el momento en el que se cree el
director de orquesta, pierde, porque hay un empleador del que uno depende de lo
que en cada momento él considere y de la lectura que haga”. O que “Entre el minuto 5 y el 25 del ST un DT
demuestra si es bueno o no, si sabe leer el partido o no.
Reconoce influencias de Bilardo, Bielsa, Aragonés y
cree que Basile “emocionaba con sus charlas previas” y que Bielsa “fue el que
mejor preparaba los partidos”. Bilardo le hizo entender lo de “Todocampista” y
lo sacó del esquema del medio con el 8, el 5 y el 10. Basile le dijo que un DT
“debe tener enigma, que te vean y que no te vean, que estés y no estés”
“Yo lo que
busco en un análisis es intuir dónde el rival tiene más problemas. A partir de
ahí empieza la preparación del partido. A partir de ahí, mis charlas son
mínimas, duran 5 o 6 minutos en el vestuario. Cada partido es un proceso y se
empieza a jugar en la conferencia de prensa porque hoy el poder de comunicación
es enorme. No sé si es un juego de espías pero lo cierto es que uno va llevando
adelante estrategias sobre cómo vender la manera en que va a jugar, y esas
estrategias pueden estar basadas en la verdad o en el engaño”, dice en su libro
“Creer” (2016).
Si no puede estar en la final de Lyon, su lugar lo
ocupará su ayudante, el “Mono” Germán Burgos, a quien define como “un tipo
noble”. “En 2002, Bielsa lo había sacado de la titularidad para el Mundial y se
la dio a Pablo Cavallero, pero cuando quedamos eliminados ante Suecia y estaba
dando la charla técnica sobre los errores que cometimos, él fue y lo abrazó y
todos nos emocionamos”.
Simeone aclara aquella frase que quedó grabada, la
de que hay que jugar “con el cuchillo entre los dientes”: “Cuando dije eso fue
por instinto, espontáneo, después de perder 3-2 ante Serbia con la Selección en
Mar del Plata bajo la lluvia y en pocos días había que jugar ante Uruguay en
Montevideo por la clasificación al Mundial. Los uruguayos lo tomaron como que
era con ellos y lo tomaron muy mal. Y yo lo dije más por nosotros que por
ellos, fue un mensaje más interno, algo así como jugar con los dientes
apretados”.
Para Simeone, el fútbol es la vida. Hasta sus tres
hijos que tuvo con la ex modelo Carolina Baldini (ahora está en pareja con la
ex modelo Carla Pereyra y tiene una hija de dos años, Francesca) lo practican
–Giovanni en la Fiorentina, y Gianluca y Giuliano en River-: “Si un día no
existiera más el fútbol, aunque sea para mí el fin del mundo, estoy convencido
de que me reinventaría como persona. Seguiría cualquier luz que viera a lo
lejos para hacerlo porque si algo tengo es iniciativa. No me quedaría quieto.
Seguramente buscaría algo para competir, para disputar con mis mejores armas
algo que esté en juego”. Concluye.
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