Jorge Almirón siente que está capacitado para
dirigir a la selección argentina, y es posible que así sea. Ramón Díaz
considera que es su momento tras todos los títulos que consiguió como DT, su
capacidad para elegir jugadores y para motivarlos, y no deja de ser verdad.
Daniel Angelici, el presidente de Boca Juniors, número 2 de la AFA y verdadero
“Hombre Fuerte” del fútbol argentino no deja de lado a Guillermo Barros
Schelotto, que pese a que su equipo nunca jugó a gran cosa, también es cierto
que lleva dos campeonatos largos seguidos y en un tiempo se solía nombrar a
quien era el último entrenador campeón.
Nombres, en el fútbol nacional, siempre hay muchos
porque hay DT variados y capaces, y la prueba fue el reciente Mundial de Rusia,
en el que hubo cinco argentinos en distintas selecciones: Jorge Sampaoli en
Argentina, Héctor Cúper en Egipto, Juan Antonio Pizzi en Arabia Saudita, José
Pekerman en Colombia y Ricardo Gareca en Perú.
A todos ellos, hay que sumarles los ya consagrados
en Europa como Diego Simeone, Mauricio Pochettino, Marcelo Bielsa, Eduardo
Berizzo o en menor medida Antonio Mohamed y Matías Almeyda, y gente con gran
trayectoria en la Argentina como Marcelo Gallardo o Gustavo Alfaro.
Tampoco nadie podría oponerse a que pueden cumplir
funciones de managers el propio Pekerman, Carlos Bianchi, quien nunca tuvo la
oportunidad de sentarse en el banco del equipo nacional pese a haber ganado
cuatro Copas Libertadores y tres Intercontinentales (una aberración que nadie
entiende en el mundo), y ahora que por suerte parece reestablecido de su
problema de salud, Alejandro Sabella.
Insistimos en que no es una cuestión de nombres. El
problema sigue siendo que no hay dirigencia con capacidad en la conducción de
la AFA porque sin saber a qué se quiere jugar, sin tener una idea de lo que se
pretende, cuando el fútbol de todo el mundo avanza en lo técnico y lo táctico,
y se va convirtiendo en un negocio cada vez más rentable, da prácticamente lo
mismo quién sea el elegido.
Desde 1982 (que pudo ser desde 1978), la AFA tuvo
cuatro Mundiales con Diego Maradona y otros cuatro con Lionel Messi, y ganó uno
solo de esos ocho. Tuvo cuatro Copas América con la chance de que jugara
Maradona (1979, 1983, 1987, 1989) y no ganó ninguna, y luego tuvo cuatro Copas
América con Messi (2007, 2011, 2015 y 2016) y tampoco ganó ninguna.
Es decir, el problema sigue sin ser el jugador. No
es cierto que luego de esta generación, que llegó muy alto aunque no haya
podido coronar, no haya más nada. Lo desmienten rotundamente los Mauro Icardi,
Paulo Dybala, Facundo Colidio, Lautaro Martínez, Ezequiel Barco, Marcos Senesi,
Ángel Correa, Cristian Pavón, Exequiel Palacios, Lucas Martínez Quarta, Giovani
Lo Celso y tantos más.
El problema es que el fútbol argentino no se sincera
y no busca estudiar, de verdad, la causa de su caída, y aunque hay agoreros que
ya lo comparan con lo que pudo ser Hungría después de los años Cincuenta y no
lo fue, podría ir por ese camino si no hay autocrítica feroz, si no se entiende
que se viene siguiendo una lógica puramente de mercado desde que al regresar
del Mundial de Suecia de 1958, los cráneos de entonces optaron por copiar el
modelo físico y táctico europeo porque Checoslovaquia goleó 6-1 a la Selección
en vez de entender que la fiesta y el gran juego provenía del vecino Brasil,
brillante campeón con el joven Pelé y compañía.
Tras Suiza 1954 (al que la selección argentina no
asistió), y Suecia 1958, los dirigentes enviados a esos Mundiales regresaron
con la ilusión del gran negocio del marketing, la compra-venta de jugadores y
la implementación de la figura del DT, una suerte de primer ministro europeo
que hiciera de fusible en vez de que saltara el presidente del club en tiempos
de crisis.
Así es que hoy, por venderles a los europeos por un
puñado de euros (luego, con bastante certeza, mal gastados o que entrarán en
bolsillos inexplicables), el fútbol argentino no tiene arqueros que embolsen
remates ni sepan sacar con los pies, marcadores centrales tiempistas y que
metan miedo, marcadores de punta con oficio que se sepan tirar a los pies,
“cincos” elegantes que toquen con criterio y sean los dueños de su zona,
“ochos” que lleguen a posición de gol (tal vez el último haya sido Lucho
González en 2006), “diez”, que manejen a los equipos, wines que desborden y
gambeteen, y “nueves” que sepan bajar para buscar la pelota, descargar para
volver al área rival y definir.
Nada de todo esto es casual. Fue un proceso de seis
décadas en las que paulatinamente todo se fue degradando. Y tiene su lógica: ¿para
qué fabricar números diez si en Europa se juega sin ellos y son los que compran?
¿Para qué queremos formar wines si en “La Meca” no los quieren? Si hay hasta
periodistas que para referirse al fútbol argentino utilizan el término “mercado
local” y nadie se pone colorado.
Este es el fútbol argentino que los dirigentes de
los últimos años supieron conseguir. Y acá seguimos discutiendo si Pérez, López
o González…
Y sin proyecto, y serio, que profundice en nuestras
raíces y en el juego, no habrá paraíso. Las dos veces que el fútbol argentino
lo tuvo (1974, con César Menotti y 1995 con José Pekerman) terminó siendo
campeón mundial. ¿Se podrá retomar esa senda con esta dirigencia?
1 comentario:
Uno de los males de los argentinos es el pensar en personalismos. Creer que un líder, uno solo, nos guiará como un mesías hacia un lugar mejor.
Pasó con los caudillos y grandes líderes políticos del siglo XIX. Se repitió en el XX con la figura de Juan Perón. Y ahora tenemos a los macristas, kirchneristas, duhaldistas, etcétera.
En el fútbol pasa lo mismo. Antes era Diego Maradona. Él asumió esa presión y logró llegar a dos finales de copa del mundo. Con Messi no se dio porque Messi tiene una personalidad totalmente distinta. La cual le impide ser un líder carismático.
Hay que pensar a la AFA como un conjunto, como un todo. A las selecciones como un todo y al fútbol argentino como algo en conjunto dirigido por grupos preparados para eso. No una AFA de Tapia o de Sampaoli o de Lio.
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