Desde San Petersburgo
Demasiado hermoso marco para un partido de semifinal
de Mundial tan atractivo, por los jugadores que había en los dos equipos. Y sin
embargo, cuando en la pantalla apareció el dato de poco más de 66 mil
espectadores pareció una exageración. No fue lo excitante que se podía imaginar
pero hay ya un dato seguro: este equipo francés huele a campeón.
Francia se impuso en el resultado por un exiguo 1-0
ante Bélgica pero la diferencia táctica fue grande y el punto de madurez en la
comparación del momento que cada uno atraviesa, es notable.
Francia es un equipo acomodado, que tiene exacta
idea de lo que quiere. No luce siempre, pero hasta cuando defiende tiene un
toque de distinción, como si jugara con guantes en las manos y en los pies.
Bélgica trata bien la pelota. Tiene gente que sabe
bastante o mucho en el manejo, pero su defensa todavía no está del todo
asentada y anoche, su entrenador español, Roberto Martínez, demostró que si
bien está en buen camino, le falta todavía ese punto de hervor necesario para
la consagración.
Por lo pronto, el planteo inicial de los “Diablos
Rojos” fue equivocado. Más que todo, porque intentó ser pragmático simplemente
porque enfrente tuvo al rey de la especialidad, pero que jamás se daría el lujo
de quitar a Dries Mertens para colocar en su lugar al “árbol” Maouane Fellaini,
un volante físico de esos que corren y que se destacan en el juego aéreo, pero que poco aportan por abajo,
por no decir nada.
Entonces, Bélgica renunció a lo que más sabe, en
cierta medida, porque se auto mutiló sin entender que Francia cede la pelota a
propósito porque juega al error del rival, pero si éste renuncia de entrada a
lo que más sabe, comienza a estar perdido. Y más aún, si los galos marcan el
primer gol, como el de una pelota parada que Samuel Umtiti cabeceó a la red,
como ante Uruguay lo hizo su compañero Raphael Varane. Ya demasiado para ser
casualidad.
Una vez que Francia se puso en ventaja, el partido
se hizo mucho más previsible. Su entrenador, Didier Deschamps, el eslabón entre
aquel equipo campeón mundial en 1998 (cuando fue capitán) y éste que vuelve a
jugar una final, plantea un esquema italiano cuando se defiende, pero francés
cuando se ataca.
Un arquero seguro como Hugo Lloris, que agarra las
que puede y rechaza las que ve dificultosas, una defensa casi española, con
Benjamin Pavard (Stuttgart) pero con jugadores del Barcelona, Real Madrid y
Atlético Madrid, sumada a un gran volante central como Ngolo Kanté (campeón de
la Premier League con el Leicester y con el Chelsea), a quien ayudan Blaise
Matuidi y en la medida de lo posible para su elegancia, Paul Pogba y allí sí,
cuando pueden salen como balas Antoine Griezmann, y especialmente Kylian
Mbappé, para ayudar al pivote Olivier Giroud, el más limitado, que hace el
trabajo de aguantar arriba para que lleguen sus compañeros.
Martínez, el DT español de Bélgica, falló su planteo
porque si bien luego rectificó con los cambios correctos (es decir, ingresaron
los que nunca debieron salir, Mertens y Yannick Ferreira Carrasco, y por
Fellaini y un insípido Mussa Dembélé), ya era demasiado tarde y además, había
renunciado a parte de su idea original. No fue valiente y no sostuvo lo que
trajo al Mundial y que entronizó a su equipo como candidato.
Una vez más, habrá quienes repitan la consigna de
que hasta ahora, se trata de un Mundial en el que los que esperan el error
rival se terminan imponiendo, pero no es del todo asi. El tema sigue siendo qué
hacer cuando se tiene la pelota, aunque esto dure un suspiro.
Para correr, basta el ejemplo de Fellaini, un
portento físico, un gigante del área, pero si no hay dominio de pelota y en los
centros está bien controlado, sólo le queda salir.
Francia siempre sabe qué hacer. Cuando hay que
atacar, ataca. Cuando hay que defender, defiende, cuando hay que contragolpear,
contragolpea y cuando hay que cerrar el partido, como ante Uruguay o ante
Bélgica, Deschamps recurre, apenas diez minutos y en puntas de pie, digno del
gran teatro Marinsky de esta bellísima ciudad, al “doble cinco” con Steven
Nzonzi al lado de Kanté y los minutos pasan hasta quedarse con la victoria.
Esta Francia huele a campeona, aunque una final es
un partido extraño, distinto, y debe esperar por su rival que saldrá entre
Inglaterra y Croacia, esta noche (tarde de la Argentina( en Moscú.
Aquella Francia de 1998 que había conseguido el DT
Aimée Jacquet era considerada un mix exacto entre blancos, negros y árabes
(“blanc, noire, beure”). Esta otra, es un equipo con jugadores que mayormente
pertenecen a otras ligas. Apenas Mbappé lo hace en el PSG. El resto, participa en clubes
alemanes, españoles, ingleses e italianos.
De aquella Francia multirracial a esta otra
multicolor con todas las variantes tácticas, parece que el festejo puede ser el
mismo, veinte años después. Huele a campeón. Pero le queda un paso más.
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