domingo, 11 de julio de 2010
España, más campeón por el juego que por el torneo (Jornada)
Johanesburgo.- Seguramente a ningún español de a pie le interesará, en estas horas, el por qué su selección ganó por primera vez en su historia un Mundial de fútbol. Y está bien que así sea, porque es momento de disfrutar. Pero a nosotros nos cabe opinar sobre los hechos y sus causas, desde la reflexión posible sobre un impacto mediático y social tan brutal como es un Mundial de fútbol para todo el planeta y desde el intento de tomar una primera distancia cuando apenas si pasaron algunas horas de la final, lo primero que aparece, nítidamente, es que el equipo español es, por lejos, el que mejor juega.
Ausentes de la contienda por sus propios fracasos Brasil, Argentina, Italia, Francia e Inglaterra,la selección española, que fue de menos a más en el Mundial, y que había comenzado en un mar de dudas, perdiendo inesperadamente ante Suiza, se encontró a sí misma en el momento justo, en la semifinal ante Alemania, y aunque en la final ante Holanda no pudo ser la misma y en cierta forma fue maniatada, su título mundial es un acto de estricta justicia con el espíritu de este deporte, con la filosofía del juego, que pasa por divertir y divertirse, por dar espectáculo, por pretender ganar pero desde una vía ética de controlar el balón y saber qué hacer con él, tener un plan, algo que parece simple, pero que no muchos equipos tienen hoy en el concierto mundial.
Este título le da al fútbol español, por fin, un lugar entre los grandes. Los aficionados más veteranos, siempre han defendido al balompié de su país con argumentos de clubes, desde el Real Madrid y sus nueve copas europeas hasta el Barcelona de los últimos tiempos y sus tres copas continentales, pero cuando se comenzaba a hablar de la selección, era motivo de timidez, de mufa, de indiferencia, como un sino fatal que no permitía un crecimiento, como que los éxitos a ese nivel estaban reservados para otros. Hasta la prensa, mucha de ella sensacionalista, dejaba de lado al equipo nacional para pasarlo a las páginas interiores. Todo eso terminó hace ya algún tiempo, cuando por fin, como dijo sabiamente César Luis Menotti en un diálogo con este cronista que suscitó una dura respuesta de algunos sectores, el fútbol español se dio cuenta de que debía dejar de ser toro para comenzar a ser torero, para no depender más de aquella “furia” que tanto daño le hizo a su imagen. Y encontró por fin un estilo, una forma de jugar, al toque, con buenos intérpretes porque de eso se trata también. Sin una generación de grandes jugadores, tampoco es posible forjar un fútbol de alto nivel aunque las ideas sean buenas. Y se puede decir que España se forjó este primer título mundial, ganado anoche en el estadio Soccer City ante 85 mil personas, mucho antes, cuando hace una década apareció una selección juvenil que ganó el Mundial sub-20 en Nigeria 1999, en la que estaban, entre otros, Iker Casillas, Xavi Hernández, y Carlos Marchena.
La Liga Española, que siempre atrajo a jugadores extranjeros de toda laya, ya no fue más un problema para el desarrollo de la selección nacional, porque fueron apareciendo jugadores en las divisiones juveniles, que fueron encontrando su lugar, y especialmente coincidieron cuatro o cinco sin excepción, que tendrán en el futuro difícil reemplazo. Entre ellos, un espectacular arquero como Iker Casillas, que aún no llega a los 30 años y ya parece que tuviera diez más, dueño absoluto de su puesto desde hace más de una década nada menos que en el Real Madrid y capaz de las más grandes proezas y decisivo en la final de anoche sacándole dos goles claros a un gran delantero como Arje Robben. También, dos marcadores centrales de la indiscutible calidad y entrega de Carles Puyol y Gerard Piqué, quienes comparten la zaga en el Barcelona múltiple campeón de todo. Pero fundamentalmente, hay que mencionar en primer plano a dos volantes de la categoría de Xavi Hernández y Andrés Iniesta, los que generan el fútbol desde el medio, con la claridad necesaria para aportar juego en el ataque, y un delantero con la capacidad goleadora de David Villa, resonante fichaje del Barcelona para la próxima temporada.
Aún así, mencionar jugador por jugador no resulta inútil sino redundante. España es mucho más que eso. Como dijo Xavi en la conferencia de prensa del sábado, a horas de la final, si es por jugadores, su compañero en el Barcelona, Lionel Messi, es el mejor, pero el fútbol no es una suma de cracks sino un juego colectivo, en el que se necesita que cada uno aporte lo máximo posible en pos de un objetivo común, y España abrevó de la excepcional escuela catalana de La Masía del Barcelona, que a su vez comenzó a entender en los años setenta, a partir de la revolución holandesa (paradójicamente), que el fútbol anterior de España era demasiado limitado, que se trataba de otra cosa, y que el fundamento mayor del juego es, siempre, la tendencia a la posesión del balón. Parece de Perogrullo pero en el fútbol, tener la pelota no sólo significa dominar, sino que saber qué hacer con ella, es el primer paso para imponer la propia táctica sobre la del adversario, y no dársela al rival, implica, a su vez, la mejor defensa posible.
Con estos fundamentos trabajó por años el Barcelona, con excelentes resultados, no sólo en títulos, sino en identificaciòn colectiva mundial con su juego, por momentos de maravilla para el goce de los que amamos este deporte. Y con la base del Barcelona (los ocho goles de la selección en el Mundial los hicieron jugadores de ese equipo), con ocho jugadores de su campeón de liga y algunos refuerzos básicos, España llega a la cumbre de su historia futbolera haciendo lo que otros renunciaron a hacer, por falta de convicciones y coherencia, y hoy marca tendencia, a ver si alguno se anima a seguirla en el futuro. Parece claro el camino: el Barcelona se impone en el mundo, España gana la Eurocopa y a los dos años, el Mundial con una generación dorada.
Párrafo aparte para Vicente Del Bosque, un señor con todas las letras fuera de la cancha (este cronista tuvo que aclararle una vez, a la salida de un entrenamiento del Real Madrid en el viejo campo de Begoña, en el Paseo de la Castellana, que no estaba enojado por tener que esperarlo veinte minutos más de lo convenido, ante tantos pedidos de disculpa, algo poco usual en este medio), pero también gran entrenador adentro, con la gran virtud que significa mantener lo bueno heredado, como fue el caso de este equipo, ya ganador dos años antes, con Luis Aragonés, de la Eurocopa de Austria y Suiza . Del Bosque tuvo que soportar las comparaciones con el entrenador anterior, que había sido el primero en conducir a una selección española más allá de la “maldición” de los cuartos de final, ese muro que parecía infranqueable hasta que lo atravesó el buen fútbol. También, que se le endilgara el adjetivo de “vago” y que en 2003, el magnate Florentino Pérez lo echara del Real Madrid, aún saliendo campeón y manejando un vestuario complicadísimo, porque es algo panzón, tiene cierta pelada, bigotes antiguos y algo de papada. Eso no era aconsejable para el marketing y la venta de camisetas de la “nueva era” y se quedó en la calle. Pero no hizo ruido como no lo hace ahora que llegó a la cima. Un gran ejemplo de vida.
Por todo esto, España es mucho más campeón mundial por lo que viene haciendo, por su juego coherente de tanto tiempo, por decidirse a escribir su propia historia, por hacerse dueña de la pelota, y no tanto por estos siete partidos del Mundial, porque es cierto, pudo haber jugado mejor, si bien tiene ciertas excusas en jugadores que no llegaron bien físicamente (Torres, Cesc e Iniesta), y porque seguramente la presión de ser una inédita favorita, la desconcentró al principio. Pero a la larga, el fútbol español se impuso por ser el mejor, y es un acto de estricta justicia para con el Mundial y con el fútbol. España vivió el día de su vida, y ahora es ya un grande. Ya nada será como antes. Y no deja de ser una excelente noticia para el fútbol que gane quien mejor juega.
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