Ciudad del Cabo.- ¿Cuál será la idiosincracia alemana, tomando en cuenta todo lo que se juega su selección mañana, al igual que la argentina? Esa pregunta, en verdad más lógica para un Jürgen Habermas que para el defensor del Bayern Munich fue la última que se le formuló a un incrédulo Martín Demichelis en la última conferencia de prensa de la Universidad de Pretoria antes de que el equipo de Diego Maradona parta hoy por la tarde rumbo a esta ciudad en la que el director técnico deberá romper una de sus cábalas predilectas para hablar con el periodismo en el estadio Green Point en vez de hacerlo en el Loftus Versfeld, como en las ocasiones anteriores.
¿Qué siente un jugador alemán, en estos tiempos de europeización, pero al mismo tiempo de consolidación de la unificación luego de dos décadas de que se haya derrumbado el Muro de Berlín y un poco menos de que haya ingresado como el país más potente de Europa en el sostenimiento de un euro que ahora parece caerse?
También ésta parece una pregunta para el eminente sociólogo Habermas, pero no es casual que en este partido de mañana esté presente la canciller alemana Angela Merkel, la líder democratacristiana que acaso llega para infundir un poco de nacionalismo y de simbología a toda la carga que ya de por sí arrastran estos jugadores, que no pudieron ganar un Mundial de locales aunque pasaron in extremis a la selección argentina en 2006, por la misma instancia que ahora y en un enfrentamiento especial, con muchísimos elementos de análisis.
En aquel partido del 30 de junio de 2006 participaron muchos de los jugadores alemanes que volverán a estar en el Green Point, y acaso Miroslav Klose haya vuelto a ensayar aquel salto que terminó con una pierna muy separada de la otra y que golpeó, en un supuesto accidente, al “Pato” Roberto Abbondanzieri, y será otra vez el peligrosísimo atacante que ya alcanzó a Pelé con sus doce goles en la historia de los Mundiales y va por más, como acaso también el arquero Manuel Neuer sostenga en sus manos un papelito con la dirección a la que podrían ir los penales de los argentinos, como ocurriera hace cuatro años con Jens Lehman, que lo terminó subastando a muy buen precio.
¿Puede ser el mismo nacionalismo alemán de los fuertes tiempos de desarrollo de la post-guerra, cuando no casualmente sus equipos arrasaban con un estilo propio y una potencia incomparable, pero además, con una técnica exquisita como la que pudimos disfrutar en los pies del Kaiser Franz Beckenbauer, o de Paul Breitner, Gerd Müller, Günter Netzer, Wolfgang Overath, o ya más adelante, en Karl Heinz Rumenigge, o en Pierre Litbarski, o aún más aquí, los Lottar Matthaeus o Thomas Hassler?
No parece que sean los mismos tiempos, y habría que ver cuánto influye en el íntimo sentimiento del fútbol germano, acostumbrado a los grandes éxitos, pero que parecido a la Argentina, no levanta una Copa del Mundo desde aquel discutido penal de Andreas Brehme en 1990, justo meses después de la caída del Muro de Berlín.
Este equipo alemán, que extraño con su historia de silencios y respuestas en el verde césped, trata de desequilibrar a su rival con una guerra de nervios de "declaracionitis", cuenta en sus filas con una delantera de origen polaco (Klose y Lukas Podolski nacieron allí) y en el banco de suplentes se suelen sentar Mario Gómez, casi español, y Cacau, brasileño nacionalizado. Son los tiempos que corren y que no escapan a los alemanes tampoco.
Por eso, no alcanza con que Demichelis haya bautizado a su hijo Bastian en homenaje a su compañero del Bayern Munich Schweinsteiger, quien sin embargo aprovecha para declarar que los argentinos “son malos perdedores” y que “suelen provocar” en los partidos, dando pie a que Maradona aprovechara para preguntarle al volante qué le pasa, si está nervioso.
Alemania viene contando con muchos elementos para llegar lejos. Cuenta con una potente economía que le permite una liga fuerte, con un entrenador inteligente como Joakim Löw, ex colaborador de Jürgen Klinsmann, que apareció sorpresivamente y de anteojos oscuros en la zona mixta de la selección argentina cuando venció a México y se fue sigilosamente del lugar. Cuenta con una mirada benigna de la FIFA, más europeísta que nunca, y por si hiciera falta algo más, cuenta con la pelota y la marca reina del fútbol mundial. ¿Algo más desean los señores?
Seguramente, pasar de rueda, llegar a semifinales y vengar la derrota de dos años atrás ante España en aquella final de la Eurocopa que los volvió a postergar y que los alejó de una Copa, como Italia en la dolorosa semifinal de 2006, cuando los altavoces también se quedaron mudos y tardaron una eternidad en relatar los goles de Del Piero y Grosso, o como los errores insólitos del gran Oliver Kahn en los dos goles de Ronaldo en la final de 2002 ante Brasil.
Los alemanes saben que con Argentina las apuestas y la consideración los coloca fifty-fifty en las posibilidades y que enfrente habrá una suma de estrellas y el ángel de Maradona, nada menos, pero sueñan con pasar a semifinales. Pero también saben lo que les suele costar el estilo argentino. De hecho, desde un amistoso de 1984 con un notable gol de Ricardo Bochini de emboquillada, ya han perdido seis veces (1986, 1987, 1993, 2001 y 2010) y hasta el día de los penales, en Berlín, empataron a duras penas cuando salieron Abbondanzieri y Juan Román Riquelme, y el entrenador argentino de entonces no se jugó por el cambio que vieron miles de millones de personas.
Sólo así, Alemania pudo pasar aquella vez. Esta de ahora, es otra historia, con muchas preguntas, que acaso podamos responder el sábado a la noche, sin necesidad de recurrir a Habermas.
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