martes, 13 de julio de 2010
Volver a empezar (Jornada)
Paradójicamente, este título remite a una película española de José Luis Garci, que ganó el primer “Oscar” para ese país en 1982, en la que aparece aquel gran wing izquierdo que fue Enzo Ferrero, argentino que jugaba en el Sporting Gijón, justo ahora que la selección de la “Madre Patria” gana su primer Mundial. Y tal vez sea útil para lo que se pretende decir, y es que el fútbol argentino necesita, como el agua, volver a empezar. Replantearse todo, seriamente, para no seguir repitiendo una y otra vez los mismos errores. Muchos compararon este rotundo, determinante, 4-0 de Alemania en los cuartos de final del Mundial, con la última goleada mundialista por la misma diferencia ante Holanda en 1974. Pero todo es muy distinto. Los contextos lo son. En aquel tiempo, la selección holandesa generaba una revolución táctica con la “Naranja Mecánica” de Marinus Michels y dos genios como Johan Cruyff y Wim Van Haneggem, y el equipo argentino apenas si fue partenaire de esa máquina de jugar. La diferencia era enorme y a cuatro años de un Mundial como local. Desde lo físico, lo táctico, las condiciones de trabajo y hasta en el prestigio. Ser convocado a la selección argentina era un enorme problema porque no había ninguna organización, ni tampoco una institución que pudiera sostenerla. Es allí cuando aparece providencialmente César Luis Menotti para la concreción de un primer proyecto serio, a largo plazo, con un orden, un respaldo institucional desde la AFA, con absoluta prioridad para el equipo nacional, con marcados tiempos de trabajo, y con una coherencia. Otra vez, casualidad o no, el punto de partida para ganar el primer Mundial de la historia, en 1978, fue un partido ante España en el estadio Monumental de Núñez, un 12 de octubre de 1974 en un amistoso. Y hoy, 36 años después, el fútbol argentino aparece institucionalmente perdido, sin rumbo, sin dirección, sin saber qué quiere, con movimientos que cambian de recorrido en cada esquina, que toma lo que le conviene y al otro día vuelve a renunciar para volver a cambiar porque no hay una coherencia, un plan, una idea rectora.
No hace falta ir muy lejos. Este equipo argentino que acaba de regresar con una dolorosa caída ante Alemania, y que fue extrañamente vitoreado al llegar a Ezeiza, contó no sólo con jugadores muy exitosos en su mayoría en los principales equipos del mundo, a su vez tuvo en sus filas a muchos de los distintos campeones mundiales juveniles de los tiempos de José Pekerman, y varios jugadores del Boca Juniors de Carlos Bianchi, múltiple campeón de todo. Pero de nada sirvió, como suele pasar con las distintas manifestaciones argentinas en cualquier orden. ¿Qué partido sacó el fútbol argentino de haber ganado cinco de los últimos siete mundiales sub-20? (1995, 1997, 2001, 2005 y 2007) Ninguno. Tanto es así que ya se han desperdiciado tres de esas cinco generaciones porque para Brasil 2014, los jugadores del Mundial de Argentinba 2001 andarán entre los 32 y 33 años de promedio. ¿Qué partido se sacó de aquél Boca de Bianchi tan ganador? Ninguno. Y ya esos jugadores, para Brasil 2014, se habrán retirado en su mayoría, sin que el más exitoso entrenador argentino de los últimos treinta años se haya sentado jamás en el banco de suplentes de la selección argentina. Y en cambio sí lo ha hecho Diego Maradona, el mayor ídolo deportivo argentino, pero que jamás se preparó para el cargo que ocupa. La AFA nunca lo protegió, no lo preparó, no usufructuó el privilegio de tener a alguien como Maradona para irlo formando desde los juveniles para que luego volcara todos sus conocimientos en la selección absoluta.
Todo aquel trabajo de Pekerman, de tantos años, quedó allí, sepultado por no saber aprovechar los recursos, algo que no parece que sea nuevo para cualquier lector que haya nacido o vivido en la Argentina del último medio siglo. No puede el fútbol ser distinto que la vida misma. Y así vamos, sin un aprovechamiento de lo que pudimos generar, y sin un mínimo plan, que se conozca,. Para desarrollar hacia adelante cuando el fútbol argentino, insistimos, debe hacerse un enorme replanteo. El primero de todos es preguntarse, como hizo España hace una década, cuando comenzó el trabajo que dio sus frutos ahora, a qué queremos jugar, qué modelo queremos para nosotros. ¿Juega a algo la selección argentina? ¿Se juega a algo, por lo general, en los torneos argentinos, o sus partidos suelen ser mayoría de choques, rechazos, y competencias entre los protagonistas para ver quién es el más vivo y saca más ventaja al adversario? Da la sensación de que el futbolista argentino recién entiende el juego cuando emigra y se enfrenta ante un contexto más serio y profesional.
El fútbol argentino hace rato que perdió una identidad, una idea de jugar al fútbol, más allá del entrenador de turno. Porque el fútbol argentino perdió de fabricar marcadores de punta, los clásicos chiquitos que podían arrojarse hacia los laterales para cortar los avances de los punteros rivales. Tampoco se fabricaron más “wines” porque se repitió la consigna dominante acerca de que “no se juega más así”, como si fuera una moda del vestido o similar. Luego, el fútbol argentino copió el modelo europeísta del excecrable “doble cinco”, por el que dos jugadores se chocan en el mismo espacio para poder hacer juntos lo que antes hacía un alto y a veces hasta pesado volante central, sin la misma dinámica que ahora, y todo esto, además, para quitarle, claro, otro atacante al equipo. Tampoco se producen más “ochos” como lo fueron Juan José López, Osvaldo Ardiles o Miguel Brindisi, entre otros, para pasar a jugar con “carrileros”, muchachos muy voluntariosos que corren y corren, sin ton ni son, pero que no terminan llegando al fondo del ataque y tampoco terminan colaborando del todo con la marca. Y llegamos al summum del delirio de la “actualización” cuando ya se acabaron los creativos números diez para sumar un cuarto volante, a lo sumo un enganche cercano a los dos puntas. Es decir que el fútbol argentino ha perdido siete de los once puestos en la cancha por los que fue temido y admirado, justo cuando España retoma en buena medida muchos de aquello conceptos y gana el Mundial, así como en 1993, Colombia se paseaba por Buenos Aires con un 0-5 jugando “a la Argentina”.
Pero no puede quedarse este análisis en lo estrictamente táctico, sino que estos cambios, en buena medida, sirven a una causa económica. Si el fútbol sufrió en este tiempo una transformación, fue justamente la de perder aquella bohemia, la idea romántica del amor por la camiseta y los clubes como sociedades civiles manejadas por sus socios, por una máquina de generar recursos, aunque no se sepa demasiado para qué ni para quiénes.
Y si es tan bienvenido el dinero, incluso sobre el propio fútbol, entonces qué mejor que adaptar el modelo a la meca del fútbol europeo, dobde están los benditos euros, y vender, exportar, como se plantearía cualquier empresa, y allí se desvirtuó todo. Y los torneos se juegan al revés del calendario climático para vender. Y se deja de jugar con el número diez porque, claro, en Europa no se usa y entonces, no se vende. Y tampoco los marcadores de punta porque cruzando el océano, es una antigüedad. Y así, el fútbol argentino se fue transformando en satélite del europeo, copiando sus ideas, subordinado a sus mandatos, con sus jugadores europeizados, tacticizados, maquinizados, sin rebeldía y con sus cuentas repletas en los bancos; tanto, que en muchos casos los ha llevado a perder la noción de realidad. Porque el modelo de jugador argentino actual, con algunas raras excepciones, es el de un tipo desinteresado, quisquilloso, malhumorado, que ve en el periodista o un enemigo, o un amigo del éxito que ni siquiera sabe preguntar, en la mayoría de los casos, y que se le pega en otros en busca de aunque sea la mínima información. Y desconfía, o, como algún delantero goleador, en la zona mixta va derechito a donde está la cámara de la TV.
Por eso el nuevo proyecto debería ser integral, integrador del futbolista argentino a su contexto, a su realidad. Las delegaciones argentinas deben entender, por fin, que en fútbol, la selección es la NBA y debe dejar de tener miedo a todo y a todos. Basta de hoteles a decenas de kilómetros de las grandes ciudades para que nadie moleste, con la antipatía que las caracteriza. Más que nunca, el jugador argentino necesita, si fuera posible, un hotel en medio de una calle peatonal, que pase gente, que les converse, que sepan cómo se vive y se siente, que se comprometan con su gente. Y eso los volverá a identificar con el país, con el público que tantas veces se agolpa aunque sea para verlos de cerca y se va frustrado, sin entender tanto desaire.
Todo hace al todo, como en el gol de la final del Mundial, cuando Iniesta, uno de los cracks del momento, se sacó la camiseta y abajo tenía otra recortada que recordaba al compañero del Espanyol fallecido por un paro cardíaco hace un año, Dani Jarque. Un bonito detalle de quienes siempre tratan de ser amables, simpáticos, poco protestones, jugadores de primera clase y además, campeones.
Por todo esto y tantas otras innumerables fallas organizativas, y porque en la Argentina el fútbol está demasiado pendiente del dinero como para estar interesado en el juego, es que hay que refundar todo y volver a empezar. En 1974, fue contra España y ahora debería ser a partir de España y su ejemplo. Pero hay que comenzar ya. Brasil ya tiene decidido contratar a Luiz Felipe Scolari para el 2014, Italia ya reemplazó a Marcello Lippi por Cesare Prandelli, Francia hizo lo propio con Lorent Blanc en lugar de Raymond Doménech, Japón ya piensa en Pekerman o Bielsa, mientras Sudáfrica cree que ha llegado la hora de un entrenador nativo, ¿Y Argentina? En el tachín tachín de los medios, la política y la división de aguas por el sí o no a Diego Maradona. Y así le va. Y así le irá.
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1 comentario:
Una de tus mejores notas. Coincido 100% con lo expresado aquí.
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