Nadie puede objetar el campeonato ganado por Boca
Juniors desde las matemáticas y desde ser el equipo que más tiempo animó la
lucha por el título. Pero todo pasa por la voluntad y por los números. Si
hablamos del juego propiamente dicho, es ya otra c osa.
Boca (y lo saben desde sus entrenadores, los
mellizos Barros Schelotto, hasta la mayoría de sus jugadores) no es el mejor
equipo argentino.
En todo caso, es el que tiene mucho más poder ofensivo si los
tres de arriba están en una buena tarde o noche, puede tener un volante de
andar lujoso y estético como Fernando Gago y también (contra lo que el cuerpo
técnico deseaba) un volante tapón como el colombiano Wilmar Barrios, quien sólo
entró, y fue figura, por lesión de su compatriota Sebastián Pérez (que no
cumple la misma función) o porque quedó una vacante por la salida del
inclasificable uruguayo Rodrigo Bentancur.
Boca es la suma de mil elementos. De un arquero que
se lesionó (Guillermo Sara), otro que se equivocó muy feo en el verano y ya se
va (Werner) y otro que llegó y rápidamente se quedó con la titularidad, aunque
no ha demostrado demasiado por ahora aunque sí ha conseguido una cierta
regularidad (Rossi).
También es una defensa que fue cambiando de acuerdo
con el estado de ánimo imperante, pero que nunca dio seguridad en sus
marcadores centrales (tema clave que deberá atacar para 2018 si quiere tener
protagonismo en la Copa Libertadores), con marcadores laterales dispares como
Fabra, mejor atacando, o Silva, superior defendiendo, y con un Peruzzi que
comenzó peleando por meterse en la selección argentina y acabó quedando
rezagado en la consideración popular.
Pero Boca es básicamente un equipo cambiante, sin un
orden táctico, sin una idea clara de juego, y con algunos jugadores que marcan
diferencia por sí mismos como su gran goleador Darío Benedetto (el más sólido y
contundente desde Martín Palermo), Pavón en un día feliz, o Ricardo Centurión,
envuelto en problemas personales que fueron minando su confianza, o el propio
Fabra, o Barrios cuando entró.
Es más, Boca era un equipo feliz y en ascenso cuando
terminaba la primera parte del torneo, en diciembre, y además de la terna
atacante, se sumaba Caros Tévez y con Gago en sus espaldas. Demasiado para
cualquier equipo.
Pero como el fútbol es un estado de ánimo, excelente
definición de Jorge Valdano, bastó que Tévez se fuera, que Pavón se fuera
metiendo un balde en la cabeza, que los mellizos insistieran con un insípido
Bentancur que nunca demostró lo que parece que vale de acuerdo con la
cotización del mercado, y que Pablo Pérez se fuera convirtiendo en un
picapiedras que hace recordar a la transformación de aquel Jorge Daniel Ribolzi
de 1976, cuando provenía de Atlanta, para que todo se desmoronara.
Boca, que contó con la inmensa ayuda de unos rivales
que miraron para otro lado durante meses por estar pendientes de las distintas
copas sudamericanas, ahora se desmoronaba, dando espacio a que se ilusionaran
incluso aquellos que ya habían renunciado a todo. Y de hecho, River Plate nunca
se miró al espejo y se convenció de que se podía, y a la primera que tuvo todo
en sus manos, cuando ya se clasificó para los octavos de final de la
Libertadores y ganó con enorme claridad el Superclásico en la Bombonera, no
pudo sostenerlo.
Menos que menos San Lorenzo, envuelto en sus propios
problemas de un plantel veterano que tiene que pensar en algunos cambios para
la temporada que viene, o un Racing Club envuelto en cambios de técnico y de
orientaciones, y con algunas lesiones claves, y con Independiente remontando la
cuesta, entre la modernidad y la apuesta a un estilo.
Cómo será todo que emergió Bánfield al final, de la
mano de Julio Falcioni, para dar una mínima pelea en un torneo anual que parece
que fuera de una década por tanto que incluyó y que algunas de las cosas que le
ocurrieron parecen haber pasado en el siglo XX por lo cambiante que es.
Nos resulta difícil llamarlo “campeón” a Boca. Más
fácil es decir, sin temor a equivocarnos, que es el que más puntos sacó en un
torneo muy irregular, y que entonces, es el que se lleva finalmente el título.
No es poco, pero tampoco es demasiado.
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