Desde Cardiff, País de Gales
No pudo tampoco esta Juventus del doblete en su
país, con todo el poderío defensivo y un portero como Gianluiggi Buffon que
aspiraba al Balón de Oro. Hizo lo que pudo en la primera parte, pero contra
este Real Madrid es casi imposible aguantar los noventa minutos, y los blancos
acabaron dando una fiesta que se parecía mucho a los partidos de la Liga
Española ante casi todos sus rivales.
Este Real Madrid, que por primera vez en la historia
moderna del fútbol europeo (la Champions comenzó a jugarse en la temporada
1992/93) logra repetir un título continental
en dos años sucesivos, cuenta con demasiada riqueza técnica en todas sus
posiciones como para que alguien ponga en duda su dominio, cada vez más
extendido.
Si en la primera parte la Juventus comenzó jugando
de la manera que hay que enfrentar a un equipo como el Real Madrid, anticipando
a sus receptores, estableciendo un fútbol físico y dinámico, atacándolo por
donde se podía y asfixiándolo en su campo, los blancos se fueron acomodando con
el correr del tiempo y el poder de gol de cristiano Ronaldo es tan fuerte que
en uno de los primeros balones que tuvo en sus pies, ya estaban en ventaja.
La Juventus es mejor equipo que la mayoría y por eso
llegó a la final, y entonces no se amedrentó y salió decididamente a buscar un
empate que llegó de la manera menos prevista, con un gran gol de media chilena
de Mandzukic, pero el Real Madrid ya había anunciado lo que pasaría con apenas
algo de espacios porque pocas veces a una defensa como la turinesa le han
llegado dos delanteros enfrentados a dos defensores.
Cuando llegó el gol de Casemiro, en la segunda
parte, e inmediatamente aumentó Cristiano Ronaldo para el 3-1, la sensación de
todo el estadio es que la final ya tenía dueño y que desde ese momento, casi
que se jugaba sólo para completar la formalidad de los noventa minutos.
Tanto es el poder del Real Madrid, que aún siendo
Gareth Bale el jugador mimado del público por ser el único galés de la noche
(al que las cámaras tomaban para reflejar en las pantallas del estadio), no
encontraba sitio en el equipo ni para ingresar como suplente porque con la
aparición de los espacios, Isco Alarcón tuvo una gran noche hasta convertirse,
para nosotros, en la figura del partido,
justo cuando era el candidato lógico a salir y por eso, el entrenador Zinedine
Zidane optó por Benzema en esta oportunidad.
Ya todo lo que podía intentar desde el otro
banquillo el entrenador Massimiliano Allegri, era en vano. Quitó a Barzagli
para buscar una defensa que pasara de cinco a cuatro, con Juan Cuadrado
agregando presencia en el medio, o con el ingreso de Mario Lemina por un casi
ausente Paulo Dybala, bien rodeado, y descorazonado al no recibir nunca juego
limpio, mientras que Higuaín y Mandzukic estaban completamente desconectados
del resto.
Este Real Madrid se parece mucho, y quizá comience a
reflejar a la perfección, aquellos deseos originales de su controvertido
presidente, Florentino Pérez, cuando al asumir en 2000 hablaba de “Galácticos”
o de “Zidanes y Pavones”.
El dominio europeo es ahora total, aún con Lionel
Messi en el Barcelona, pero producto de un armado de jugadores que encontró
ahora en Zidane lo que antes sólo había existido con Vicente Del Bosque, y ya
en los últimos años, con Carlo Ancelotti, un entrenador de bajo perfil, que
sabe manejar el vestuario y la prensa con mano izquierda, y que no atosiga a
sus jugadores con gritos y gestos sin mucho sentido y que en general sólo
agregan una cuota de histrionismo a un espectáculo muy necesitado de esto para
la audiencia televisiva o para fabricar personajes.
No se llega a ganar tres Champions en cuatro años
por casualidad. Hubo, por supuesto, situaciones polémicas, fallos arbitrales
favorables más que discutibles como en cuartos de final ante el Bayern Munich
en el Santiago Bernabeu, y hasta sorteos beneficiosos como el de la temporada
pasada, que dieron al Real Madrid vía libre para una nueva final, pero con eso
solo, no se gana.
Los blancos tienen por fin un equipo, en el que cada
uno conoce su rol, con un portero como Navas que respondió siempre que fue
necesario, un símbolo de la fuerza en Sergio Ramos, dos laterales completos
como Carvajal y Marcelo, un volante de marca como Casemiro (a quien introdujo
Zidane tras la salida de Rafa Benítez como entrenador en los inicios de la
pasada temporada), que liberó a su vez a Toni Kroos, y otro volante de ida y
vuelta como Modric, y no hace falta describir demasiado a su tridente ofensivo.
El Real Madrid llega entonces a su duodécima copa de
Europa, y la chance de jugar en
diciembre el Mundial de Clubes de Emiratos Árabes, y en agosto próximo, la
Supercopa de Europa ante el Manchester United de su ex entrenador José
Mourinho, el mismo que acabó peleado con varios de los jugadores de mayor peso
y que vivió de escándalo es escándalo.
También como campeón de Liga, jugará a doble partido
ante el Barcelona por la Supercopa de España y los desafíos siguen, pero es
claro que cuando un equipo se acostumbra a ganar, como el Real Madrid, el
fútbol fluye de otra manera,
espontáneamente, sin presiones, que es la mejor
manera de salir a jugar.
Con resultados, apoyados en el buen juego, sin
griteríos desde el banquillo, sin polémicas. El Real Madrid, otra vez campeón
de Europa, vive horas dulces, y con razón.
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