Desde
Cardiff, País de Gales
“Somos los dueños de Europa”, con la música de Guantanamera, es lo que suele cantar la hinchada del Real Madrid. Y no es para menos: si en algún momento quedó eso muy claro fue esta noche, cuando acabó vapuleando nada menos que a la Juventus, un equipo fuerte en defensa y con jugadores de alta jerarquía que consiguieron el doblete en Italia y arrimaron hasta el partido decisivo en el torneo continental.
Siempre se habló en el Real Madrid de aquel proyecto
de los “Galácticos” de su controvertido presidente, Florentino Pérez, cuando
éste llegara al poder blanco en 2000, pero el momento de la concreción es
efectivamente este mismo porque es ahora cuando se logró cristalizar con tres
Champions en cuatro temporadas, y paradójicamente en silencio, sin alharaca,
sin estridencia.
Y si así fue que el Real Madrid consiguió alzar su
Duodécima Champions (tenía ocho al iniciarse el siglo XXI), se debe en gran
parte a la serenidad que transmite su director técnico, Zinedine Zidane, que consiguió
lo que no es tab fácil como parece: administrar la riqueza, tantas estrellas en
un vestuario siempre complejo.
Zidane prefirió tener perfil bajo y no arriesgar su
buen nombre conseguido como crack del fútbol en tantos años de enorme
trayectoria, sino ir de a poco, desde los juveniles, hasta ser ayudante de
campo, para entender bien esos pequeños detalles que hacen al todo, y cuando
por fin tuvo su oportunidad, dio vuelta la tortilla.
Zidane decidió colocar, por fin, un cinco que juegue
de tal, como el brasileño Casemiro, liberando así a Toni Kroos para aprovechar
la mayor creatividad de éste, y supo explotar la calidad de Isco Alarcón, quien
era candidatio a marcharse y ahora es ídolo, pero además resultó la figura de
la cancha en una final en la que juntaba todas las papeletas para ser
reemplazado por el chico de la casa, Gareth Bale.
Tampoco tuvo empacho Zidane en sacar a James
Rodríguez (quien seguramente se irá al Manchester United) o hacerle entender a
Cristiano Ronaldo que las rotaciones le darían aire para la etapa decisiva de
la temporada, y ahora tiene el camino expedito a su quinto Balón de Oro,
igualando a Lionel Messi, además de ser el máximo goleador de la historia de la
Champions.
Acaso por una vez, los números expliquen lo que
ocurrió en esta final: si a la Juventus le habían marcado tres goles en todo el
torneo (solo uno de jugada), hoy el Madrid le metió cuatro que pudieron ser más.
También deja una enseñanza. Se puede tener jugadores
muy inteligentes en un plantel, incluso
con muchos títulos, como los tiene sin dudas la Juventus, pero no alcanza con
eso si enfrente hay un equipo que marca época, con grandes cracks en cada una
de sus líneas.
Y esto vale incluso para Paulo Dybala, que nunca
encontró el partido por la sencilla razón de que jamás pudo administrar la
pelota, rodeada como estuvo sabiamente su manzana. Y también para Gonzalo
Higuaín, cuya mochila de perdedor de finales va en constante aumento de peso,
aún cuando él tuvo poco y nada que ver en el Millenium de Cardiff porque no le
llegó un solo pase como la gente.
Con este resultado, sin dudas el Real Madrid agranda
su leyenda y la Juventus prolonga su pesadilla de finales perdidas (siete de
nueve) pero el tema va más allá de esto.
Este Real Madrid juega cada vez más tranquilo.
Siente que tiene muy poco que rendirle a los demás, va a su aire y cuando esto
ocurre, el fútbol fluye solo. Y más, si el entrenador no dramatiza, sonríe,
bromea con quien le pregunta, y apenas si da las indicaciones justas detrás de
la línea de cal.
Claro, con Zidane no se hablará de laboratorio,
aunque gane. Eso no vende.
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