jueves, 8 de junio de 2017

Los periodistas y las ballenitas




Resulta extraño pasar un Día del Periodista (del de verdad, el único que existe, no me vengan con ese asunto del “periodista deportivo”, a esta altura una ingenuidad inconcebible) tan lejos de la Argentina, donde se conmemora.

Sin embargo, nuestro reciente viaje al Reino Unido para la cobertura de la final de la Champions League en Cardiff nos permitió constatar que en el llamado Primer Mundo, hay muchos hechos que se repiten y que se amplifican del otro lado del Océano Atlántico.

Por ejemplo, lo difícil, cada vez más, de acceder a los protagonistas del fútbol donde quiera que estos se encuentren y por varias razones. Lo hemos podido notar en la zona mixta tras la final entre el Real Madrid y la Juventus pero ya lo habíamos notado en cualquier partido de todo torneo europeo o ligas nacionales.

Unos porque ganaron y están festejando en plena euforia. Los otros, porque están mal anímicamente porque perdieron. Lo cierto es que nadie habla, o habla unos pocos y esos pocos hablan con los medios conocidos o que, saben bien, les genera algún rédito personal, sea que su familia los está viendo, o amigos, o porque así pueden lucir la indumentaria deportiva que sale enfocada y los que les pagan un dinero extra se quedan tranquilos acerca de que ellos cumplen sus contratos.

Es decir que somos cada vez más serviciales a unos deportistas que no tienen ningún interés en hablar con nosotros, mientras que nosotros tampoco lo tenemos en gran medida, sino que es lo que muchos medios requieren y aún si hablaran en una zona mixta, dirían a todos lo mismo y todos tendríamos el mismo testimonio. ¿De qué sirve eso? De muy poco.

Es decir que si queremos abundar en el periodismo “de fútbol”, estamos inmersos en un mecanismo cada vez más perverso como el perro que se muerde la cola: quienes estudiamos una carrera y abrazamos una profesión, corremos con prisa y sin pausa para entrevistar a unos protagonistas sin estudios en general, que no tienen ganas de hablar con nosotros mientras que nosotros sabemos fehacientemente que lo que digan ya podríamos escribirlo sin escuchar sus voces, con muy escasas excepciones.

Pero no sólo eso, sino que los encargados de prensa de los clubes o las federaciones, de acuerdo a cada caso, nos lo pondrán bien difícil para que no podamos acceder a ellos para que “los dejemos en paz” porque están cansados, agotados, concentrados, mentalizados, enojados, o lo que fuese.

En otras palabras, los encargados de Prensa están, al revés de lo que el oficio parece indicar, para decirnos que no, para oponerse a que lleguemos a los protagonistas, y de ninguna manera a facilitar la tarea.

Pero la cosa no termina allí. Desde hace tiempo que las coberturas internacionales de los grandes torneos o las finales más trascendentes están incluidas en llamados “no lugares”. Centros de prensa casi siempre iguales, con la misma estructura arquitectónica, por lo general colores neutros o apagados, cocina neutra y en serie, con alimentos escasos y muy carios aprovechando la monopolización y casi siempre, consecuencia de una concesión a terceros para explotar el negocio.

También estas estructuras suelen incluir vallados enormes, o muy largos, para que la prensa sienta que debe caminar y caminar kilómetros en el total de los días de la cobertura, para que inconscientemente entienda lo “difícil” que es haber llegado hasta allí, que quien llega es un privilegiado y no porque le asista el pleno derecho de cubrir ese acontecimiento.

Algo así como que la institución nos hace el favor de acreditarnos, de darnos esa posibilidad de estar allí, y nosotros, demasiado pretensiosos, ¡también queremos hablar con los protagonistas!

Por supuesto que en las conferencias de prensa ocurre algo similar. Es la institución organizadora la que concede el poder de la pregunta entre la multitud de periodistas y para eso, juega un rol fundamental el grado de conocimiento/experiencia, que ese periodista tenga con esa institución o con sus funcionarios. De lo contrario, levantar la mano es una pérdida de tiempo,  y una pregunta comprometida puede ser respondida cambiando de tema, o con ironía, o con monosílabos.

Al periodismo del siglo XXI , especializado en un deporte masivo como el fútbol, le cuesta entender y es lógico que así suceda, que estamos ante el fin de una etapa, en la que a los protagonistas sólo les interesan los medios orales por su llegada pero que, de fondo, cuentan con las redes sociales con las que se comunican con la gente sin intermediarios y en las que pueden decir lo que quieran y hasta cuentan con el apoyo de las redes sociales de parejas, amigos y familiares.

Claro, todo esto si se pretende aún algún tipo de independencia de los poderes, si aún nos queda la llamita de la inquietud individual por informarnos sin pasar por el tamiz de los intereses de los grandes medios, de las corporaciones, o bien de aquellos no tan grandes en lo económico pero que por lo general sus dueños invirtieron en ellos como bien pudieron hacerlo para montar una pizzería, y vaya a saberse el motivo, prefirieron un medio de comunicación.

Porque hoy, detrás de muchos de esos medios, lamentablemente, no hay periodistas sino gente que quiere hacer caja, diferencia, y entonces no interesa demasiado una cobertura sino “cuánto deja”, “cuánto se gana” porque se pone en juego mucho más lo comercial que el interés de conocer.

Este periodista recuerda con nostalgia uno de los tantos diálogos sobre tiempos pasados, cuando era muy joven, en los que, a decir de Víctor Hugo Morales, “debatíamos ideas, no intereses de empresa como ahora”.

Morales nos recordaba los primeros años ochenta, con el furor de aquel debate (para nosotros extremista y de posturas forzadas por los grupos que integraban cada uno). Tiempos de “Menotti o Bilardo”, o incluso antes, cuando el periodista llegó a la Argentina desde Uruguay y aún tuvo que enfrentarse al liderazgo radial de José María Muñoz, a quien acabó destronando un lustro más tarde.

Hoy, los intereses empresariales dominan la actividad y no sólo en la Argentina. Los grandes torneos, llámense Mundiales, Copas América, Copas de las Confederaciones, Eurocopas, no piensan en el periodista de a pie, justamente porque son los menos “interesantes” para lo que pretenden transmitir, y entonces comienzan las rotaciones por ciudades (de paso, se gasta más en viajes, hotelería, etc), algo que sólo pueden solventar grandes compañías, o se organizan directamente certámenes que comparten dos (o ahora tal vez más) países.

Porque el mundo del fútbol está pensado, desde hace años y en forma creciente, sólo para que las empresas, “a las que les interesa el deporte”, “difundan” lo que ellos quieren que se difunda. En otras palabras, estamos ante una nueva moda de comunicar lo que ocurre, y es la de empresas y organismos estratégicamente aliados para sacar más ventajas del negocio, y eso va a contramano del periodista “a secas”, como nosotros.

Entonces, como dice un ilustre colega, los periodistas de esta época, en especial los que desde hace tiempo que peinamos canas, somos algo así como el simil de lo que en los años setenta y principios de los ochenta eran los vendedores de ballenitas.

En ese tiempo, comenzó a dejarse de usar ballenitas para las camisas. Se vendían cada vez menos, hasta que un día se dejaron de usar.

Acaso el periodismo sea siempre necesario si es que hay alguien dispuesto a contar algo que no se sabe y que haya quienes no quieran que se sepa, pero si no hay medios interesados en eso y sólo quieren formar parte del sistema, iremos inexorablemente hacia el lado de los vendedores de ballenitas.

Y si no comprendemos que la declaracionitis sólo es una pérdida de tiempo, y no nos dedicamos a investigar, relacionar y analizar los hechos, las camisas se usarán sin ballenitas, y estaremos perdidos.

Estamos en esa encrucijada.


Feliz Día, pese a todo, y a la distancia.

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