Resulta extraño pasar un Día del Periodista (del de
verdad, el único que existe, no me vengan con ese asunto del “periodista
deportivo”, a esta altura una ingenuidad inconcebible) tan lejos de la
Argentina, donde se conmemora.
Sin embargo, nuestro reciente viaje al Reino Unido
para la cobertura de la final de la Champions League en Cardiff nos permitió
constatar que en el llamado Primer Mundo, hay muchos hechos que se repiten y
que se amplifican del otro lado del Océano Atlántico.
Por ejemplo, lo difícil, cada vez más, de acceder a
los protagonistas del fútbol donde quiera que estos se encuentren y por varias
razones. Lo hemos podido notar en la zona mixta tras la final entre el Real
Madrid y la Juventus pero ya lo habíamos notado en cualquier partido de todo
torneo europeo o ligas nacionales.
Unos porque ganaron y están festejando en plena
euforia. Los otros, porque están mal anímicamente porque perdieron. Lo cierto
es que nadie habla, o habla unos pocos y esos pocos hablan con los medios
conocidos o que, saben bien, les genera algún rédito personal, sea que su
familia los está viendo, o amigos, o porque así pueden lucir la indumentaria
deportiva que sale enfocada y los que les pagan un dinero extra se quedan
tranquilos acerca de que ellos cumplen sus contratos.
Es decir que somos cada vez más serviciales a unos
deportistas que no tienen ningún interés en hablar con nosotros, mientras que
nosotros tampoco lo tenemos en gran medida, sino que es lo que muchos medios
requieren y aún si hablaran en una zona mixta, dirían a todos lo mismo y todos
tendríamos el mismo testimonio. ¿De qué sirve eso? De muy poco.
Es decir que si queremos abundar en el periodismo
“de fútbol”, estamos inmersos en un mecanismo cada vez más perverso como el
perro que se muerde la cola: quienes estudiamos una carrera y abrazamos una
profesión, corremos con prisa y sin pausa para entrevistar a unos protagonistas
sin estudios en general, que no tienen ganas de hablar con nosotros mientras
que nosotros sabemos fehacientemente que lo que digan ya podríamos escribirlo
sin escuchar sus voces, con muy escasas excepciones.
Pero no sólo eso, sino que los encargados de prensa
de los clubes o las federaciones, de acuerdo a cada caso, nos lo pondrán bien
difícil para que no podamos acceder a ellos para que “los dejemos en paz”
porque están cansados, agotados, concentrados, mentalizados, enojados, o lo que
fuese.
En otras palabras, los encargados de Prensa están,
al revés de lo que el oficio parece indicar, para decirnos que no, para
oponerse a que lleguemos a los protagonistas, y de ninguna manera a facilitar
la tarea.
Pero la cosa no termina allí. Desde hace tiempo que
las coberturas internacionales de los grandes torneos o las finales más
trascendentes están incluidas en llamados “no lugares”. Centros de prensa casi
siempre iguales, con la misma estructura arquitectónica, por lo general colores
neutros o apagados, cocina neutra y en serie, con alimentos escasos y muy
carios aprovechando la monopolización y casi siempre, consecuencia de una
concesión a terceros para explotar el negocio.
También estas estructuras suelen incluir vallados
enormes, o muy largos, para que la prensa sienta que debe caminar y caminar
kilómetros en el total de los días de la cobertura, para que inconscientemente
entienda lo “difícil” que es haber llegado hasta allí, que quien llega es un
privilegiado y no porque le asista el pleno derecho de cubrir ese
acontecimiento.
Algo así como que la institución nos hace el favor
de acreditarnos, de darnos esa posibilidad de estar allí, y nosotros, demasiado
pretensiosos, ¡también queremos hablar con los protagonistas!
Por supuesto que en las conferencias de prensa
ocurre algo similar. Es la institución organizadora la que concede el poder de
la pregunta entre la multitud de periodistas y para eso, juega un rol
fundamental el grado de conocimiento/experiencia, que ese periodista tenga con
esa institución o con sus funcionarios. De lo contrario, levantar la mano es
una pérdida de tiempo, y una pregunta
comprometida puede ser respondida cambiando de tema, o con ironía, o con
monosílabos.
Al periodismo del siglo XXI , especializado en un
deporte masivo como el fútbol, le cuesta entender y es lógico que así suceda,
que estamos ante el fin de una etapa, en la que a los protagonistas sólo les
interesan los medios orales por su llegada pero que, de fondo, cuentan con las
redes sociales con las que se comunican con la gente sin intermediarios y en
las que pueden decir lo que quieran y hasta cuentan con el apoyo de las redes
sociales de parejas, amigos y familiares.
Claro, todo esto si se pretende aún algún tipo de
independencia de los poderes, si aún nos queda la llamita de la inquietud
individual por informarnos sin pasar por el tamiz de los intereses de los
grandes medios, de las corporaciones, o bien de aquellos no tan grandes en lo
económico pero que por lo general sus dueños invirtieron en ellos como bien
pudieron hacerlo para montar una pizzería, y vaya a saberse el motivo,
prefirieron un medio de comunicación.
Porque hoy, detrás de muchos de esos medios, lamentablemente,
no hay periodistas sino gente que quiere hacer caja, diferencia, y entonces no
interesa demasiado una cobertura sino “cuánto deja”, “cuánto se gana” porque se
pone en juego mucho más lo comercial que el interés de conocer.
Este periodista recuerda con nostalgia uno de los
tantos diálogos sobre tiempos pasados, cuando era muy joven, en los que, a
decir de Víctor Hugo Morales, “debatíamos ideas, no intereses de empresa como
ahora”.
Morales nos recordaba los primeros años ochenta, con
el furor de aquel debate (para nosotros extremista y de posturas forzadas por
los grupos que integraban cada uno). Tiempos de “Menotti o Bilardo”, o incluso
antes, cuando el periodista llegó a la Argentina desde Uruguay y aún tuvo que
enfrentarse al liderazgo radial de José María Muñoz, a quien acabó destronando
un lustro más tarde.
Hoy, los intereses empresariales dominan la
actividad y no sólo en la Argentina. Los grandes torneos, llámense Mundiales,
Copas América, Copas de las Confederaciones, Eurocopas, no piensan en el
periodista de a pie, justamente porque son los menos “interesantes” para lo que
pretenden transmitir, y entonces comienzan las rotaciones por ciudades (de
paso, se gasta más en viajes, hotelería, etc), algo que sólo pueden solventar
grandes compañías, o se organizan directamente certámenes que comparten dos (o
ahora tal vez más) países.
Porque el mundo del fútbol está pensado, desde hace
años y en forma creciente, sólo para que las empresas, “a las que les interesa
el deporte”, “difundan” lo que ellos quieren que se difunda. En otras palabras,
estamos ante una nueva moda de comunicar lo que ocurre, y es la de empresas y
organismos estratégicamente aliados para sacar más ventajas del negocio, y eso
va a contramano del periodista “a secas”, como nosotros.
Entonces, como dice un ilustre colega, los
periodistas de esta época, en especial los que desde hace tiempo que peinamos
canas, somos algo así como el simil de lo que en los años setenta y principios
de los ochenta eran los vendedores de ballenitas.
En ese tiempo, comenzó a dejarse de usar ballenitas
para las camisas. Se vendían cada vez menos, hasta que un día se dejaron de
usar.
Acaso el periodismo sea siempre necesario si es que
hay alguien dispuesto a contar algo que no se sabe y que haya quienes no
quieran que se sepa, pero si no hay medios interesados en eso y sólo quieren
formar parte del sistema, iremos inexorablemente hacia el lado de los
vendedores de ballenitas.
Y si no comprendemos que la declaracionitis sólo es
una pérdida de tiempo, y no nos dedicamos a investigar, relacionar y analizar
los hechos, las camisas se usarán sin ballenitas, y estaremos perdidos.
Estamos en esa encrucijada.
Feliz Día, pese a todo, y a la distancia.
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