La victoria ante Brasil en Australia, en el último
amistoso de la selección argentina, primero con Jorge Sampaoli como director técnico,
no debe tapar la vista del bosque. Se ganó como se pudo empatar y hasta perder
por un gol ante un equipo fuerte, ya armado, que juega suelto, que no tuvo a
todos sus titulares y que contó con varias ocasiones de gol y simplemente, no
tuvo contundencia.
Esto, sin embargo, no es constante y acaso en otro
partido ante Brasil, acaso por los puntos, los verdeamarillos no fallen.
Por eso, el resultado no puede ser demasiado
indicativo, a esta altura, para poder señalar en qué punto, o momento, se
encuentra la selección argentina.
Creemos que es el rendimiento, el juego, el sistema,
lo que nos puede ubicar un poco más en el análisis con miras a lo que realmente
interesa, que son los cuatro partidos restantes del grupo clasificatorio para
el Mundial de Rusia 2018.
Es en este sentido, que si bien observamos buena
voluntad en querer salir con pelota dominada, o establecer un cuadrado en el
medio con dos volantes defensivos y dos ofensivos, creemos que la selección
argentina dio algunos pasitos para adelante pero continúa en déficit y no
vimos, al menos hasta ahora, semejante “revolución” táctica que algunos
destacan.
Parece prematuro pero el sistema táctico de tres
defensores (tan de moda en el Primer Mundo), dos volantes defensivos y dos
ofensivos, un punta y dos alas, que no juegan de extremos, es una buena idea a
la que le falta un poco más de audacia, a fuer de ser considerados trogloditas
del ataque.
Pero estuvo claro que la producción del lateral José
Gómez, ante Brasil, fue limitada porque al ser el único de la banda, fue bien
neutralizado primero por Willian y luego por Filipe Luis. Por eso, insistimos
en que faltó un extremo de ese lado, mientras que si bien Angel Di María tuvo
un buen primer tiempo como volante, es necesario que gane algunos metros para
que no ocurra aquello que tanto les sucede a los nueves argentinos: quedan tan
solos arriba (como Higuaín en Australia) que acaban sin recibir un buen pase en
todo el partido.
Que una selección como la argentina tenga tantos
nueves para colocar y acabe con Lionel Messi de punta y sin un nueve clásico
entra dentro de los eternos contrasentidos justificados por parte de una prensa
que siempre vende ilusiones sin mucha base.
Alguna vez dijimos lo mismo de aquel Barcelona de
Pep Guardiola: nos encantaba su juego, pero nunca comprendimos del todo aquello
del “falso nueve” porque se puede jugar con verdaderos. De hecho, creemos que tanto esos equipos del
Barça como aquellos de la España de Vicente Del Bosque pecaron por no tenerlo y
partidos que estaban para ganar por cinco goles los acabaron venciendo por dos,
y aquellos que estaban para una diferencia dedos, los acabaron empatando, por
no tener suficiente poder para definir.
Una propuesta audaz del todo sería con un 3-2-2-3, que
para aquellos lectores del blog, ya lo hemos escrito anteriormente y en más de
una ocasión, pero siempre respetando la esencia del fútbol argentino: uno o dos
números 10 que hagan la pausa, dos extremos y un nueve.
Si luego se quiere salir jugando, tanto mejor (si
bien hay que corregir muchas imprecisiones en los pases, al punto de que Brasil
se dio cuenta y llegó a marcar hasta a Sergio Romero), y lo mismo si se
progresa con la pelota al pie.
Lo claro es que la pelota y su tenencia no se
negocia porque a esta altura, no se puede depender de los errores adversarios.
Si se quiere avanzar en la idea del buen fútbol, la pelota es la que tiene que
correr como prioridad.
Por eso, el
sistema es relativo si se cuenta con jugadores de buen pie y se respeta lo
esencial de una forma de jugar que caracteriza al fútbol argentino.
Si se utiliza entonces el 3-2-2-3, creemos que se
debe salir con jugadores de buen pie, desde un arquero que juegue bien también
con los pies, dos volantes dúctiles y con poder de distribución, que ayuden a
los dos talentos sobre los que gira el juego, dos extremos y un nueve de
categoría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario