Desde Amsterdam
“The dream is
over”, cantaba John Lennon, desgarrado, cuando Los Beatles se separaron en
1970. Y en la tierra de los “Fab Four”, también el sueño de ganar la Champions
se acabó para el Barcelona y para Lionel Messi, luego de una catastrófica caída
en Anfield por 4-0 cuando lo tenía todo a favor y dilapidó, igual que en la
temporada pasada ante la Roma, una excelente oportunidad de llegar a la final
de la Champions League.
El Barcelona
llegaba con demasiada ventaja a la vuelta de la semifinal de la Champions en
Anfield, porque además del 3-0 de la ida, que ya era mucha distancia en goles,
el Liverpool arrastraba tres lesiones demasiado importantes en su andamiaje,
como las de dos de sus tres delanteros habituales (Roberto Firmino y Mohamed
Salah), y la del volante Naby Keita, el más creativo, y a último momento se
dudaba sobre si podría jugar su mejor defensor, el marcador central Virgil Van
Dijk. Y por si faltara poco, los “reds” habían recibido el durísimo golpe del
gol del belga Vincent Kompany, del Manchester City, en el final del partido
ante el Leicester que los dejaban a un punto del equipo de Pep Guardiola a una
sola fecha del final de la Premier League.
Con todas en
contra, el Liverpool salió a jugar su partido sabiendo que no tenía demasiado
que perder, y con el antecedente de que ya había marcado nueve veces en la
temporada más de tres goles. El Barcelona, por su parte, salía con la única y
lejana duda sobre si aquella eliminación de 2018 ante la Roma, que le había
marcado tres goles, jugaría o no su partido psicológico.
Como esto es
fútbol y tiene su lado impredecible, el partido resultó parecido al del Camp
Nou pero de algún modo, al revés. Ahora fue el Barcelona el que tuvo la pelota
más tiempo pero no pudo concretar lo que generó, mientras que si bien el
Liverpool comenzó ganando pronto 1-0 por el gol de Origi, no parecía que el
marcador pudiera alterarse demasiado para los ingleses.
Lo que sí llamó
la atención fue el planteo de Ernesto Valverde, con dos líneas de cuatro para
contener al Liverpool, casi todos defensores o volantes de marca (Sergi
Roberto, Piqué, Lenglet, Alba, Busquets, Rakitic, Arturo Vidal) y apenas Messi
y Luis Suárez en el ataque, con un gris Coutinho un poco más atrás, algo que,
siendo exagerado, ya era una tendencia de toda la temporada: lejos de aquellos
tiempos de esplendor, ahora el Barcelona ya se plantea cederle la pelota a los
rivales cuando son de fuste y en momentos trascendentes, algo impensado hace
unos pocos años.
Y cuando ya la
vocación ofensiva no lo es tal, cuando tener la pelota ya no es una filosofía
sino una suma de momentos, puede pasar lo que ocurrió: una suma de errores, de desconciertos,
el rival que va tomando confianza arropado por un público que si algo tuvo
siempre fue fe, con un entrenador como el alemán Jürgen Klopp que se suele
devorar a los pusilánimes, y así fue que el Barcelona volvió a tropezar con la
misma piedra y acabó cayendo por una goleada doblemente desastrosa por lo que
significa: la eliminación de una Champions que parecía casi conseguida (con el
Real Madrid, la Juventus, el Manchester City, el PSG y el Bayern afuera), y una
derrota que, al ser la segunda en dos años consecutivos, dejará ya una huella
que costará remontar.
Para el
Liverpool, un premio al gran trabajo de todo el año, al notable crecimiento que
temporada a temporada va teniendo este equipo, finalista de la Europa League,
luego de la Champions, y ahora repite su presencia en Madrid el 1 de junio, en
el partido decisivo, esperando por Ajax o Tottenham, aunque algo ya es seguro:
gane o pierda, lo venderá muy caro.
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