Desde Amsterdam
El fútbol es un
deporte tan hermoso, que pocos tienen su imprevisibilidad. Porque decíamos en
los momentos previos al partido de Anfield, que la ventaja que llevaba el
Barcelona era tan grande y en más de un sentido, que para quedar eliminado
tenían que aparecer los fantasmas de su eliminación ante la Roma de la
temporada pasada, y que el Liverpool jugara a un nivel casi imposible, porque
saldría a jugar con varios suplentes.
Y sin embargo,
todos esos hechos se conjugaron en la noche de ayer en Anfield, sumados a otro
que está mucho más relacionado con el juego, con la propia imprevisibilidad del
fútbol, porque si dijimos que en el Camp
Nou el Liverpool había jugado mejor que el Barcelona pese a perder por
3-0 y daba lugar a que más de uno nos tildara de locos, ahora los “reds” no
fueron tan superiores en el juego, incluso al revés, pero aparecieron en el
momento justo y con esos goles (especialmente el segundo, el de Wijnaldum en el
segundo tiempo, cuando ya los “reds” quedaron a tiro de la remontada), fueron
minando la endeble mentalidad de su rival.
Pero no todo es
azar. A la suerte, hay que ayudarla, y el Liverpool hizo todo lo posible. Si
algo caracteriza al público de Anfield es su persistencia, su fe, contra todo y
todos. ¿Qué se lesionaron Roberto Firmino, Naby Keita y Mohamed Salah?
Seguimos. ¿Qué Van Dijk no llega en las mejores condiciones físicas? No
importa. ¿Qué el Barcelona llega con tres goles de ventaja? No todo está
perdido y se puede remontar. ¿Qué Vincent Kompany marcó el gol del Manchester
City a quince minutos del final ante el Leicester y podemos perder la Premier
League pese a una campaña espectacular? Puede ocurrir, pero tal vez eliminando
al Barcelona, se consigan las fuerzas para el domingo que viene en la
definición.
Del otro lado,
todo al revés. Si el Barcelona ganó la Liga, y es finalista de la Copa del Rey
ante el Valencia es mucho más por mérito de Lionel Messi, Gerard Piqué, Jordi
Alba, el portero Marc Ter Stegen y a veces el olfato goleador de Luis Suárez
que por una estructura de equipo.
A estos mismos
jugadores de Anfield les costó horrores vencer al Levante el día que el
Barcelona se aseguró el título de Liga en el Camp Nou y desde hace meses que,
luego de muchos años, el Barcelona ya no tiene empacho en aceptar que en
ocasiones le cede el balón al rival para aguantar resultados, lo que antes era
una herejía.
¿Qué fue lo que
ocurrió? Que se fueron yendo Xavi, Iniesta, Pedro, de comenzó a jugar sin
extremos, sin volantes ofensivos de peso, con demasiada gente que aportara un
toque horizontal y pocos ejecutantes arriba y con sólo el uruguayo Suárez en el
ataque, ya fue muy poco y lejos, además, de aquellos tiempos en los que el
Barcelona nos regalaba espectáculos maravillosos.
Y este equipo
utilitario de los Sergi Roberto, Rakitic, Busquets, Vidal, Semedo y Lenglet se
conformó con sacar un buen resultado en Anfield pero se encontró con su contracara:
un equipo voraz, con fe en sus posibilidades, con un estadio entregado, y con
el olfato de que la de ayer, podía ser una noche histórica.
Mientras eso
ocurría, del otro lado, a medida que le llegaban los goles (merecidos o no), el
Barcelona comenzaba a recordar cómo la Roma le remontó en la temporada anterior
y afloraron los viejos fantasmas y ni Messi lo pudo salvar, para concretar una
de las derrotas más duras y humillantes de su historia.
El Barcelona
dejó pasar una ocasión brillante, para caer en un gran fracaso: una final en
Madrid, en una competencia en la que ya no estaban ni el Manchester City, ni el
Bayern, ni el PSG, ni la Juventus ni el Real Madrid. Difícilmente se repita
algo así. El Liverpool, que repite final de Champions (la perdió en Kiev en
2018 ante el Real Madrid), llega a su tercera definición europea en cuatro años
(en la 2015/16 perdió ante el Sevilla por la Europa League), se va
acostumbrando a convivir, otra vez, con la gloria.
La
decepción barcelonista planea por las calles. Gente llorando por las Ramblas,
me cuentan, y un silencio muy prolongado en el aeropuerto John Lennon, en
Liverpool, como por las calles aledañas de Anfield de los cuatro mil fanáticos
“culés” que se acercaron a alentar al equipo, y que hablan de lo que debe estar
festejando Madrid por estas horas.
Pero
no sólo triste amaneció Barcelona y eufórica, Liverpool, tras la goleada de
anoche. Ahora comenzarán a rodar cabezas y aunque la prensa señala a algunos
jugadores de desilusionante temporada, como Phillipe Coutinho (por el que hubo
demasiadas expectativas a partir del exagerado precio pagado por el club por su
pase), no debería sorprendernos si el propio entrenador Valverde acaba cayendo
en desgracia.
Serán horas muy fuertes.
1 comentario:
Excelente aotiximaciòn.Una crònixa rugurosa y ebtretenida
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