Desde Barcelona
Lionel Messi, el
mejor jugador del mundo, recibió ayer el segundo más importante galardón que
otorga la Generalitat de Cataluña, la Creu de Sant Jordi (la Cruz de San
Jorge), de manos del presidente de la comunidad autónoma, Quim Torrá, por sus
notables aportes desde el deporte, en un acto en el que también fueron
premiados científicos, escritores, docentes y otros miembros destacados de la
comunidad.
Apenas una vez
anterior, un futbolista había recibido este premio (sólo superado por la
Medalla de Oro de la Generalitat), el holandés Johan Cruyff, en 2006.
Messi no había
aparecido en público desde que el Barcelona había sido goleado 4-0 por el
Liverpool en Anfield hacía una semana, lo que le había significado quedar
eliminado de la Champions League en semifinales, meses después de que el crack
argentino y capitán de los azulgranas dijera, en la presentación de la
temporada en el Camp Nou, que el objetivo de este año era “levantar esta Copa
tan linda y tan deseada”, pero se escapó justo en el final.
La única vez que
Messi había tenido una actuación pública fue en el compromiso que el Barcelona
tuvo que afrontar por la anteúltima jornada de la Liga Española, el pasado fin
de semana, ante el Getafe. Ganó 2-0, pero el argentino no sólo no convirtió
goles sino que se colocó bien cerca del vestuario para que cuando el árbitro
diera por terminado el partido, salir corriendo sin saludar a nadie.
Por eso, la
expectativa por ver a un Messi distinto y sonriendo, era mucha. Y la situación
del galardón catalán era la ideal. Se lo vio jovial, departiendo con otros
premiados, hasta que llegó el momento de que una locutora hablara en catalán
(el jugador entiende algo pero no todo) y en un momento, hubo aplausos
generalizados a los que el deportista se plegó.
Sin embargo,
segundos después, esos aplausos continuaron pero bajo la consigna “presos
políticos, libertad/´presos políticos, libertad”, en referencia a quienes
purgan meses en la cárcel por haber intentado implementar la independencia
catalana de España en octubre de 2017, lo que para muchos catalanes son “presos
políticos” y para gran parte del resto de España, “políticos presos”.
La cuestión es
que este griterío de consignas para que liberen a lo que en Cataluña se
considera “´presos políticos” tomó por sorpresa a Messi, que seguramente conoce
este cántico porque en cada partido del Barcelona en el Camp Nou, se corea
desde hace tiempo cuando transcurren 17 minutos y 14 segundos de ambas partes,
haciendo juego con el año 1714, el de la resistencia catalana a la monarquía
borbónica.
Messi, entonces,
como reacción a esos cánticos e intuyendo que si aplaudía podía acarrearle
problemas o centrarlo en un debate que no es el suyo, bajó inmediatamente las
manos, siendo el único de todo el escenario que no sólo no aplaudía la
consigna, sino que se mantenía callado cuando el resto la coreaba.
Sorprende que
siendo un jugador de fútbol y acaso ajeno a lo que ocurre con la política
catalana o española, Messi haya notado que lo racional era mantenerse
prescindente, solo como estaba arriba del escenario y difícilmente con
asesoramiento previo sobre qué hacer en un caso así, cuando hasta el Barcelona
–cuya plana mayor asistió al acto-apoya la consigna.
¿Se habrá
preguntado Messi qué hacer en ese instante en el que quedó solo en el
escenario, rodeado de personalidades catalanas pidiendo por los “presos
políticos”? ¿Lo tendrá tan claro que pudo separarse tan tajantemente de aquella
realidad sin por ello pagar ningún peaje en la sociedad en la que vive y en la
que es nada menos que el capitán de un buque insignia del símbolo del
independentismo como el Fútbol Club Barcelona?
Lo cierto es que
hasta los catalanes lo acabaron justificando y el jugador terminó yéndose lo
más tranquilo a su casa, y con una primera sonrisa luego del desastre del
Liverpool.
Messi había
concretado uno de los mejores regates de su trayectoria, el de la política,
que, definitivamente, no es lo suyo, aunque la intuición, parece que le es
innata.
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