Desde Madrid
Era la tercera
final en cuatro años para este Liverpool al que dio vuelta como una media el
entrenador alemán Jürgen Klopp, y era la cuarta definición europea para el
germano, que nunca había podido ganar alguna hasta la calurosa noche del sábado
en el estadio Wanda Metropolitano del Atlético Madrid.
Ante el
Tottenham Hotspur de Mauricio Pochettino, el Liverpool se encontró con un
dudoso penal a su favor antes del minuto inicial, por una supuesta mano de
Moussa Sissoko, que transformó Mohamed Salah, e inmediatamente las sensaciones
comenzaron a ser las opuestas que un año antes en Kiev ante el Real Madrid,
cuando el arquero Loris Karius fue responsable de dos goles imposibles.
Ni el Liverpool
ni el Tottenham jugaron bien, entre los nervios de una final (que les hicieron
fallar demasiados pases poco habituales) y el tremendo calor reinante, pero
además, porque un equipo con tanta vocación ofensiva como los “Reds” esta vez
entendió que era demasiado preciado lo que estaba consiguiendo (la última
Champions había sido en 2005 y nunca ganó una Premier League desde su nuevo
formato en 1992), y prefirió conservar la ventaja antes que arriesgar, mientras
que los Spurs no podían salir de su letargo, impactados por el penal en contra
demasiado pronto.
Recién en el
segundo tiempo, cuando Pochettino pudo utilizar el descanso para motivar al
plantel, el Tottenham salió distinto, pero chocó siempre contra el arquero
brasileño Alisson Becker pero más aún contra el fornido defensor holandés
Virgil Van Dijk, elegido mejor jugador del partido, y uno de los escasos
jugadores que podrían pelearle el Balón de Oro a Lionel Messi.
Lo de Van Dijk
es una prueba cabal de que el Liverpool es un equipo de autor, como pocas veces
se vio con tanta claridad. Cuando se abrió el mercado invernal europeo de 2017,
Klopp pidió a los dirigentes que le trajeran al holandés, que en ese momento
jugaba para el Southampton. “Es ese, o no me traigan a nadie”, exigió el alemán.
El club de Anfield pagó 85 millones de euros, lo máximo que hasta hoy se gastó
en un defensor en el mundo, pero después, no hubo debate. La llegada de Van
Dijki había sido un notable acierto, y el Liverpool no sólo ganó la Champions,
sino que peleó la Premier League hasta el mismísimo final ante el poderoso
Manchester City de Josep Guardiola.
El Liverpool es
un equipo muy particular, por sus frenéticos ataques, o retrocesos, en bloque.
Contrariamente a la moda, el mediocampo casi no existe para los “Reds”. Es un
lugar de paso por el que se transita a velocidad hacia adelante o atrás,
mientras su presión, cuando la pelota la tiene el contrario, es asfixiante.
Es cierto que en
semifinales pudo quedarse afuera de la Champions. Había perdido 3-0 ante el
Barcelona en el Camp Nou en la ida (sobre la hora, Dembélé se perdió el cuarto
de manera increíble), y con varios lesionados, pocos creían en una remontada en
Anfield, que sin embargo ocurrió.
El Liverpool,
que llega a su sexta Copa de Europa, es un merecido ganador de esta Champions
porque desde hace rato viene dominando en Europa y porque tiene muy claras sus
ideas. Y va por más.
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