Desde Brasil
A pocas horas de
jugarse el tercer y último partido de la fase de grupos de la Copa América de
Brasil, parece insólito pero es real que alrededor de la selección argentina,
que tiene a Lionel Messi en sus filas, se hacen cálculos sobre sus escasas
chances de clasificarse a los cuartos de final, y probablemente, si no vence a
Qatar el domingo por la tarde, quedará última entre cuatro equipos, lo que
debería desembocar en una crisis sin precedentes.
En esta Copa
América, compuesta por tres grupos de cuatro equipos, se clasifican a los
cuartos de final los dos mejores de cada uno, y los dos mejores terceros, es
decir que sólo cuatro selecciones nacionales sobre las doce participantes,
quedan eliminadas en primera ronda, y Argentina, segunda ganadora de títulos de
este torneo en la historia (14 sobre 15 de Uruguay), podría ser una de las
cuatro que se vuelven a casa desde el inicio.
La gran pregunta
que podrían formularse los lectores es cómo, con Messi en sus filas, se ha
llegado a tanto. ¿Cómo se pudo caer tan bajo, con jugadores como Sergio Agüero,
Ángel Di María, Nicolás Otamendi o Paulo Dybala? El equipo argentino, de
momento, jugó dos de los tres partidos en su grupo y perdió en su debut ante
Colombia (2-0) y empató (gracias a un penalti otorgado por el VAR) ante
Paraguay (1-1) y sólo le resta jugar ante Qatar, pero ya no puede ser primera
(Colombia ganó el grupo) y si Paraguay gana su partido, tampoco segunda, por lo
que lo máximo que podría aspirar sería a un mísero lugar como uno de los dos
“mejores terceros”.
La respuesta a
la insólita situación de la selección argentina es que todo comienza muy
arriba, en la propia conducción de la federación nacional (AFA), que va sin
rumbo y con muchísimos problemas que no resuelve y que vienen de lejos, desde
la estructuración centralista de los torneos locales (que tienen demasiados
equipos de Buenos Aires y no del resto de las ciudades, en un país muy extenso
pero muy concentrado), la permanente exportación de jugadores y con ello, la
pérdida de nivel de los torneos, y especialmente, el desorden en el que entró
la selección argentina desde que renunciara José Pekerman en 2006, luego del
Mundial de Alemania, donde Argentina fue eliminada en cuartos de final por los
locales, desde los penaltis.
Para tener una
mayor precisión, desde 1974 hasta 2006, la selección argentina había tenido
seis entrenadores (Menotti, Bilardo, Basile, Passarella, Bielsa y Pekerman), y
desde 2006 hasta hoy, ocho entrenadores (Basile otra vez, Maradona, Batista,
Sabella, Martino, Bauza, Sampaoli y Scaloni), con la gran chance de que una vez
que transcurra la Copa América y el equipo regrese a casa, la AFA elegirá un
noveno.
Es decir que en
32 años, la selección argentina tuvo seis entrenadores, y en los últimos13
años, tuvo ocho. Un ejemplo puede ser contundente: Sergio Agüero, del
Manchester City, era centrodelantero para Batista, extremo izquierdo para
Sabella, nuevamente centrodelantero para Martino, jugaba de segundo delantero
con Bauza, variaba entre delantero y jugando de segunda punta con Sampaoli. Un
mismo jugador, cambiando de tres hasta cuatro posiciones en un lapso de cinco
años.
A la falta de
continuidad y de línea de juego (los entrenadores que pasaron no obedecían a la
misma filosofía, por lo que la selección argentina fue variando desde un
intento por jugar más ofensivo, con 4-3-3, a otro más conservador, con 4-4-2),
hay que sumarle también un hecho más estructural, y es que por razones económicas,
el fútbol argentino fue dejando de producir jugadores en funciones claves,
porque para poder vender a Europa hacía falta generar las funciones que el
mercado europeo requiere.
En el fútbol
argentino, siempre fue un clásico la función del “diez”, un número mítico que
utilizaron desde Maradona o Ricardo Bochini (un extraordinario jugador de los
años setenta y ochenta) o Juan Román Riquelme y, por supuesto, Messi, pero como
ahora en Europa no se utiliza, ya entonces tampoco aparecieron más, al no tener
a quien vendérselo. Así podemos sumar a los extremos, que siempre fueron otra
característica de los albicelestes. Una tercera posición es la de mediocentro.
El fútbol argentino siempre tuvo jugadores altos y de muy buena presencia allí,
muy elegantes, y ahora necesita a dos para que hagan lo que antes podía
realizar uno solo.
La consecuencia
es lo que hay. Una selección argentina con tanta historia, a punto de quedar
eliminada pronto de una Copa América, sin que se entienda a qué quiere jugar,
con sus jugadores derrumbados anímicamente, y con un entrenador que no estaba
en condiciones de dirigir a este equipo.
Bebiendo de su
propio veneno, la selección argentina corre el riesgo de encaminarse a ser en
el siglo XXI lo que fue Hungría en la segunda mitad del siglo XX (aunque en ese
caso, la causa fue la guerra): una selección que vive del recuerdo de lo que
fue, y que nunca pudo recuperar aquellos años de brillo.
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