Desde París
Esta vez, a
diferencia del 24 de febrero de 2016, no hubo tanta emoción, ni la incógnita
sobre si sería el más votado, ni la esposa corriendo a abrazarlo al escenario.
El ítalo suizo Gianni Infantino fue reelecto como presidente de la FIFA por
otros cuatro años, por aclamación y con un
comicio en el que obtuvo 202 sufragios contra 3. Apenas lagrimeó cuando
se enteró que había ganado, y dedicó su éxito “a los que me quieren y a los que
me odian”.
Infantino tiene
varios desafíos en su gestión pero también, por estos días, debe librar algunas
guerras. Una de ellas aparece como la más dura y la otra, en cambio,
circunstancial. La segunda está relacionada con las fuertes declaraciones en su
contra del ex presidente de la FIFA, el suizo Josephn Blatter, y con el ex
titular de la UEFA, Michel Platini, suspendido hasta octubre porque los
tribunales consideraron que no pudo probar de dónde recibió un pago de 1,8
millones de euros por parte de Blatter, con fondos de la FIFA.
Platini y
Blatter, en líneas generales y cada uno a su manera, coinciden en atacar a
Infantino por el lado de una supuesta incapacidad para el cargo que tendrá por
otros cuatro años más, y no resulta nada casual que lo hayan explicitado. Para
diciembre de 2015, se produjo en Zurich una reunión trascendente entre altos
dirigentes del fútbol internacional provenientes de Europa y Sudamérica. Del
cónclave tenía que surgir un candidato para las elecciones de presidente de
FIFA de principios de 2016 y no resultaba nada fácil decidirlo.
Desde ambos
lados del Océano Atlántico sabían que no había demasiados dirigentes que
reunieran el carisma, la trayectoria o el poderío para presentar su
candidatura: Blatter, defenestrado políticamente, al punto de que siendo
reelecto en mayo de 2015, tuvo que renunciar a los tres días al no tener el
respaldo de los mandatarios más importantes de Europa a causa de la corrupción.
Platini, suspendido por el dinero que había recibido de Blatter sin
justificativo. Desde el lado sudamericano, la gran mayoría de los dirigentes
estaba involucrada en el “FIFA-Gate”, un caso en la justicia norteamericana por
haber vendido los derechos de TV a grandes consorcios por módicas cifras y por
muchos años de grandes torneos como Mundiales y Copas América, a cambio de
importantes sobornos.
El único que
quedaba con chances era Angel María Villar, el presidente de la Real Federación
Española (RFEF), de mucha fuerza en la UEFA y cuyo hijo, el joven abogado Gorka
Villar, había sido funcionario de la Conmebol (la Confederación Sudamericana).
Parecía todo perfecto, pero Villar tampoco quiso ser candidato. Sabía que su
situación empeoraba cada día, por casos de corrupción, al punto de que pocos
meses más tarde sólo saldría de la cárcel pagando una fianza.
¿Qué hacer,
entonces? “De aquí no se va nadie sin que salga el nombre de nuestro candidato
porque no podemos darnos el lujo de que el fútbol se vaya con los jeques”, dijo
alguien muy influyente. Y fue allí que surgió el nombre de Gianni Infantino, el
ex secretario general de la UEFA de Platini. El simpático hombre políglota de
los sorteos de la Champions League, de repente, encontraba su lugar en el mundo
a falta de otros protagonistas. El único que garantizaba la continuidad
“occidental” en la FIFA.
La otra guerra
que tiene Infantino, y que sin dudas llevará más tiempo y acaso se vaya
agigantando con el paso de los meses, es contra la UEFA, justamente la entidad
de la que proviene, porque todo ha cambiado demasiado allí. Es llamativo que un
presidente como el esloveno Aleksander Ceferin, se haya consustanciado tanto
con los clubes poderosos de la ECA (Asociación de Clubes Europeos), cuando la
UEFA siempre estuvo enfrentada a ellos.
La ECA, que
reúne a muchos clubes pero que es manejada básicamente por la élite del fútbol
europeo, desde hace rato que tiene como objetivo priorizar un súper torneo
continental sobre las competiciones de Liga y en este sentido, la Champions
actual les quedaba pequeña. Quieren mucho más: vender un gran torneo, una
“Súper Champions” desde 2024 con cuatro grupos de ocho equipos cada uno, a la
que será muy difícil acceder cada año desde países periféricos europeos porque
sólo habrá cuatro plazas para decenas de federaciones, mientras que en el gran
torneo europeo cada equipo jugará un mínimo de 14 partidos en la fase de
grupos, que podrían llegar a ser 21 si se llegara a la final. Esto implicaría
jugar casi una segunda liga (además de la nacional) e iría dejando al torneo
nacional en un segundo plano (sólo faltaría que la Super Champions pase a los
fines de semana y las ligas, a los miércoles).
Ante esta
situación, sorprendió que Infantino dejara para el final de la conferencia de
prensa, una vez reelecto, cuando ya se acabaron las preguntas, una referencia a
la posibilidad de una “Súper Champíons” desde 2024: “Como presidente de la
FIFA, abogamos por ampliar las posibilidades de los equipos en todo el mundo.
Estamos por la globalización, que es lo contrario a la elitización”.
La próxima
guerra de la FIFA pasa entonces por una alianza con las federaciones nacionales
europeas contra la UEFA y la ECA.
El otro foco de
tormenta pasa por el Mundial de Clubes cada cuatro años, que pretende imponer
la FIFA en los próximos meses, y aunque Infantino asegura que se votará, no
parece tan sencillo porque la élite europea de la ECA (respaldada por esta UEFA
que juega siempre a su favor) no quiere
saber nada de suspender todo a mitad de temporada (se jugaría en diciembre)
para disputar una competencia que taparía de gran modo a la Super Champions de
ese año.
Al margen de las
guerras que enfrenta la FIFA, también hay otros desafíos, como acabar con la
corrupción endémica en las confederaciones africana, asiática o Sudamericana,
darle mayor preponderancia al fútbol femenino y propender a que más equipos, en
todo el mundo, puedan competir con el mismo nivel que los europeos.
No será una
tarea fácil.
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