Desde Madrid
“Quiero a ese
jugador, o no me traigan a nadie si no lo consiguen”. La frase del entrenador
alemán sobre el corpulento defensor holandés Virgil Van Dijk, dicha a la dirigencia
del Liverpool a fines de 2017, acaso pueda demostrar lo que es este equipo
desde que Jürgen Klopp lo dirige.
El Liverpool,
que se coronó el caluroso sábado pasado como campeón de Europa en el estadio
Wanda Metropolitano de Madrid, es un equipo de autor, de esos que se necesita
apenas un rato para entender que fue construido día a día, con mano de orfebre,
por uno de los mejores entrenadores del mundo, alguien que tiene demasiado
claro lo que pretende.
Así es que los
“Reds” pagaron una fortuna, 85 millones de euros (récord hasta hoy en el
mercado por un defensor) al Southampton para poder contar con Van Dijk,
anunciado a los hinchas en las redes sociales oficiales para las fiestas de fin
de año, y apenas 18 meses más tarde, el holandés se consagraba como mejor
defensor del mundo y recibía, además, el premio como mejor jugador de la final
y es, a día de hoy, uno de los únicos dos jugadores que podrían arrebatarle el
Balón de Oro del año al argentino Lionel Messi, del Barcelona, junto a Eden
Hazard, del Chelsea.
Ni el Liverpool
ni el Tottenham Hotspur jugaron en Madrid una final memorable. Entre el clima
pesado de la capital española, y el penal que cobró el esloveno Damir Skomina por
una supuesta mano de Moussa Sissoko que creo que no fue tal (la pelota pegó
primero en su cuerpo y luego en su axila), que puso rápidamente en ventaja a
los “Reds”, el partido se afeó demasiado, porque en situaciones extremas como
cuando hay en juego un título, los equipos se vuelven conservadores una vez que
consiguen una ventaja.
Esto es lo que
pasó con el Liverpool, mientras que el Tottenham necesitó toda la primera parte
para salir de su letargo y buscar el empate con todo lo que tenía, como hizo en
la segunda. Entonces, todo se hizo tedioso porque uno no quería (Reds) y el
otro no estaba con la mente en el partido (Spurs).
Recién en la
parte complementaria, tras que el entrenador argentino Mauricio Pochettino
habló duro en el vestuario, el Tottenham salió igual que ante el Ajax en
Amsterdam, dispuesto a la remontada, pero chocó una y otra vez con una sólida
defensa, y especialmente, contra un Van Dijk que cortó todo en lo individual, y
que bloqueó cada uno de los remates hacia la portería de un gran Alisson
Becker, que sacó las que había que sacar.
Pero el haberse
retrasado en la final, el haber querido conservar por instinto el resultado a
partir de la suerte de haber tenido un penal a favor tan pronto, no cambia el
concepto de lo que es el Liverpool como equipo, porque vino a mover los
cimientos de un fútbol internacional con tendencia a querer copiar modelos que
ya existen, que no busca romper las estructuras, como sí lo consiguió Klopp.
¿Qué fútbol
siente Klopp? Para el alemán, el mediocampo (antes, poblado de volantes por
izquierda, derecha, centro, más adelantados o más atrasados), es apenas un
lugar de paso, una transición rápida para pasar todos al ataque, o para
regresar todos a la marca, siempre en bloque.
El Liverpool se
transformó en un equipo insoportable si presiona al error rival, pero todavía
más, si tiene el balón y entonces se adelantan los laterales, Van Dijk va en
busca de un centro aéreo, y llegan los volantes, que se suman a los tres
delanteros (Mané, Salah y Firmino), que tuvieron una temporada excepcional.
Tampoco fueron
casuales las palabras de Pochettini, el entrenador derrotado en la final:
“Tenemos que redoblar esfuerzos para la temporada que viene a partir de saber
que hemos llegado hasta aquí”. Están tomadas de su admirado Klopp hace apenas
un año, en Kiev, cuando el Liverpool caía en la final de la Champions ante el
Real Madrid por tremendos errores de su portero Loris Karius, que le costó el
puesto y el exilio. Esa noche, la misma en la que Cristiano Ronaldo comunicó su
salida del equipo blanco español, Klopp comenzaba a pensar en la reconstrucción,
que llegaría meses más tarde, en Madrid.
“Nunca me
consideré perdedor”, dijo Klopp al terminar la final, con la Copa entre sus
manos. Nunca se pensó así, ni cuando llegó a las finales de la Europa League
ante el Sevilla en 2015/16 o de la Champions League ante el Real Madrid en
2017/18. Y tampoco cuando en 2012/13 cayó en otra final de Champions con el
Borussia Dortmund ante el Bsyern Munich de Josep Guardiola.
Para Klopp,
siempre hay un motivo para aprender algo y aplicarlo después, de forma
superadora. No importó tampoco que el Liverpool vendiera a su estrella Philippe
Coutinho al Barcelona, o que los Reds se hayan quedado sin Premier League (que
nunca la ganaron con el actual formato, desde 1992) con una sola derrota en la
temporada, ni tampoco haber caído en la ida de cuartos de final 3-0 antye el
Barcelona en el Camp Nou, mereciendo como mínimo el empate. Siempre se puede
empezar de cero, especialmente si se trata de un fútbol de autor.
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