Desde Belo Horizonte
Acaso el extraño
comunicado que anduvo dando vueltas durante la tarde de ayer, que no se sabe si
es una fake new u oficial por parte del Comité Organizador de la Copa América,
como respuesta al director técnico de la selección argentina, Lionel Scaloni,
acerca de que el estado del césped del estadio Fonte Nova de Salvador se
encuentra “en excelentes condiciones”, puede alinearse en la misma coherencia
del equipo albiceleste.
Si uno no sabe a
qué juega y su improvisado entrenador (que llegó al post-doctorado sin haber
terminado el bachillerato) atribuye el preocupante desempeño del debut copero
ante Colombia al estado del césped (como si para el rival no atentara en su
juego), el Comité Organizador no tiene un sitio web claro donde publicar sus
comunicados, y la Conmebol tampoco ayuda con sus dudas, sus vaivenes y sus
informaciones confusas.
“El Comité
Organizador refuerza que el gramado del Arena Fonte Nova está en excelentes
condiciones, atendiendo todos sus requisitos como altura de corte, tracción,
humedad, compactación y resistencia”, insiste el comunicado, que fue dado a
conocer a medias por algunos sitios web sudamericanos, e insiste en que en el
período que antecedió al torneo “visitas e inspecciones rutinarias fueron
realizadas de acuerdo con el planteamiento establecido por el Comité
Organizador local” y finaliza diciendo que durante todo el partido entre
Argentina y Colombia “la pelota circuló sin ninguna dificultad y el gramado
nunca sufrió dificultades”.
El hecho de
colocar una vez más los errores propios en cesta ajena es algo repetitivo en
los directores técnicos argentinos, sin ninguna autocrítica y por más que sí la
pudieran tener en privado, lo que interesa es el gesto público, como si no
fuera humano errar y tener la posibilidad de rectificarse.
Aún así, tras el
horroroso inicio de la participación argentina durante el primer tiempo ante
Colombia en el Fonte Nova de Salvador, la suerte parece jugar para la selección
nacional porque el empate entre Paraguay y Qatar fue como maná del cielo y ya
las caras de los jugadores no era la misma al llegar a Belo Horizonte el
domingo por la tarde-noche. Es que de ganarle a Paraguay el miércoles en el
Mineirao, el equipo argentino estaría casi clasificado para octavos de final y
como segundo, lo cual implicaría jugar en el Maracaná de Río de Janeiro y ante
Perú o Venezuela, y ganando allí, ya estaría, con muy poco, en semifinales.
El problema de
la selección nacional, a no equivocarse, no está en la organización (por pésima
que ésta sea) ni en los rivales ni en la suerte (que como se ve, no es grela),
sino en su propia organización, desde la dirigencia de la AFA, que fue la que eligió
a Scaloni (la culpa nunca es del chancho), hasta una improvisación total de un
equipo que tiene, en todo caso, a un genio, tres o cuatro jugadores de gran
trayectoria, dos o tres con un futuro interesante, y el resto, acompaña.
Acaso por eso,
cada vez se cierran más las puertas, los jugadores casi no hablan, en las
conferencias de prensa preguntan siempre los mismos (una manera de asegurarse
que no haya planteos demasiado molestos), y cuando hay que jugar, no se cae una
idea ni de casualidad, ni se sabe explotar al mejor jugador del mundo, cada vez
más preocupado por no tener con quién asociarse.
Aún así, hay
tiempo para una recuperación para maquillar este momento, a la espera del
regreso de la Copa para que, como se espera, el director general de Selecciones,
César Luis Menotti, eche mano de alguien a la altura de la historia y del
prestigio del equipo nacional y ponga, como suele decir, la heladera en la
cocina, el sillón en el comedor, y el inodoro en el baño.
Al menos, esta
selección puede sentirse cómoda en la improvisación en un Comité Organizador
que no responde a las consultas, que se olvidó (queremos creer en la buena fe)
de habilitar televisores para que los periodistas puedan ver desde un estadio
los partidos que se juegan en los otros, que dice (junto a la Conmebol) que la
mayoría de las entradas fueron vendidas cuando la mayor parte de los estadios
están vacíos y ni Brasil logra llenarlos, o que hace deambular a todos los
equipos, y a sus hinchas, por todo un país que es un continente en sí mismo,
como si los bolsillos fueran aptos para tamaño gasto.
Basta ver un
rato a la selección uruguaya y escuchar a su añejo entrenador, Oscar Washington
Tabárez (uno que sí tiene hecho el doctorado y va por el post-doctoral) para
entender la noción de equipo, de trabajo a largo plazo, de regularidad y
continuidad. Y Uruguay, como Argentina, también exporta a sus jugadores, y
tiene los mismos problemas de calendario. Por tanto, no hay excusas. Y la culpa
no la tiene el resto del mundo.
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