Desde Río de Janeiro
Se acabaron las
especulaciones. El martes, en el Mineirao, conoceremos con precisión, más allá
del resultado, dónde está parada la selección argentina en este momento, en el
concierto del fútbol mundial, ya no sólo sudamericano. Se enfrentarán por la
semifinal de la Copa América, en un hermoso clima de clásico, dos equipos con
una rica y larga historia, en el partido más importante del mundo de
representativos nacionales.
Por estos días,
la gran mayoría de la prensa brasileña y sus comentaristas ex futbolistas, han
reiterado que por el tipo de juego, no hay equipo que le convenga más a esta
selección brasileña que la argentina, algo que habrá que ver en el verde (y
aparentemente descompensado) césped, pero puede que tengan razón.
Por el momento,
tanto Argentina como Brasil son dos signos de pregunta, aunque el tamaño del de
los albicelestes es mucho mayor. En todo caso, las dudas de Brasil se remontan
a dos o tres aspectos, que vamos a señalar: 1) Si una defensa que no recibió
goles hasta ahora en el torneo es porque es eficiente o si es porque no ha sido
exigida ante rivales muy débiles con muy poca capacidad ofensiva, lo cual permitió
también adelantar a sus dos laterales (especialmente a Daniel Alves) a
voluntad. 2) Si Philippe Coutinho se
hará cargo, definitivamente, del equipo o si seguirá sin un claro conductor al
no poder contar con Neymar, 3) Si podrá filtrar más pases a sus definidores,
erráticos por ahora en el torneo, ante una defensa más sólida, recordando que
hasta ahora, de los cuatro partidos jugados en la Copa, y ante rivales que le
acomodaron por ser local, sólo en un partido pudo irse en ventaja al terminar
el primer tiempo.
Este Brasil es
un equipo correcto, que administra bien la pelota, que se equivoca poco en los
pases (en la primera ronda, fue el que más pases dio, 1911, seguido de
Argentina con 1447), pero que cuando llega a tres cuartos (siempre hasta ahora
con escasa resistencia hasta allí) no pudo resolver mucho ante defensas muy valladas.
Por el lado
argentino, ocurrió lo que suele decir el recordado refrán: en el andar de los
camiones se acomodan los melones. Se trata de un equipo anárquico, que cambia
permanentemente de ejecutantes porque también su entrenador, Lionel Scaloni, va
aprendiendo sobre la marcha ante rivales que tienen doctorados terminados, y
así es que a veces acierta, otras pifia, y por lo general no acierta los
cambios sea porque no lee bien los partidos, porque tiene miedo de perder lo
obtenido, por respetar los galones de algunos jugadores, o por un mix de
algunas o todas estas variables juntas.
Este equipo
argentino es raro. Comenzó con un 4-4-2 pero con la característica de que los
dos volantes centrales (Gio Lo Celso y Leandro Paredes) no sienten la marca, y
entonces le comenzó a ocurrir aquello mismo del Real Madrid post-Vicente Del
Bosque (salvando las distancias) cuando al presidente Florentino Pérez se le
ocurrió que había que vender a Claude Makelele porque no tenía buen aspecto
para vender muchas camisetas. Los blancos se quedaron sin un “cinco” de marca y
todos pasaban por el medio como Juan por su casa y recién en tres cuartos
salían los defensores, sin un tapón adelante.
Recién en los
últimos partidos de la Copa reaccionó Scaloni colocando entonces a dos
colaboradores como Marcos Acuña y Rodrigo de Paul para romper el doble cinco y
agregar músculo en la medular, en tanto que el triángulo final, con Lionel
Messi, Lautaro Martínez y Sergio Agüero aparecía como inamovible, luego de un
inicio errático, con un Ángel Di María aislado y sin aporte.
También hubo
intentos de corrección atrás, parte con éxito y parte en duda. Scaloni probó
con tres centrales distintos, con tres laterales derechos, pero éste último
lugar no termina de convencer, en cambio la dupla de los dos zagueros se fue
aceitando hasta completar un buen partido ante Venezuela, siempre bien
respaldados por un sólido Franco Armani, al que le corregiríamos los saques con
los pies (la pelota va muy arriba y no hay gente alta, mejor de cachetada y
apelando a la velocidad de los delanteros).
La incógnita
final es Messi. No parece un problema anímico pero no se halla. No gambetea en
el uno contra uno, no siempre pasa bien, y parece incómodo en el torneo. Una
pena, cuando por fin tiene dos referentes de peso adelante. Contra Venezuela estaba
para salir, pero si no lo hizo, es porque es Messi y se espera de él cualquier
cosa en cualquier momento.
¿Alcanza para
ganarle a Brasil en el Mineirao ante su público el martes? Difícil decirlo.
Todo indica que se debe mantener el once que jugó el viernes ante Venezuela en
el Maracaná, y acaso el puesto de lateral derecho debería ser para el único “cuatro”
puro del plantel, Renzo Saravia, aunque haya comenzado mal.
La clave está en
no permitir que Brasil haga su juego. Los centrales son claves para que no se
filtren pases, Acuña, para contener a Alves, y el resto, es cuestión de jugar y
no agitar fantasmas. Si en su momento se le pudo ganar más de una vez a los
equipos de Pelé, esto es menos que aquello, pero hay que jugar, sin miedo, y
tratando de reencontrar ese estilo que hizo que el fútbol argentino fuera tan
respetado y temido.
Acaso sea el principio para poder pensar en llegar a la
final y apelar a la grandeza.
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