No me lo
contaron. Lo viví allí, en los Estados Unidos, in situ. Antes de comenzar la
cobertura del que fuera mi tercer Mundial, en 1994, habíamos estado con algunos
colegas en el gran espectáculo del Stardust, en Los Ángeles, en el sorteo de
diciembre de 1993, y a la salida, nos encontramos con varios dirigentes del
fútbol argentino, alguno de ellos, incluso, al que respetábamos mucho, ya
fallecido, y que tiene un hijo que sigue su trayectoria.
Esos dirigentes
nos habían dado sus tarjetas personales (en esa época ni asomaba el whatsapp) “para
lo que necesiten”, pero meses después, ya en el Mundial y con el caso de doping
consumado, no atendieron jamás el teléfono y brillaron por su ausencia, pese a
que algunos se alojaban en nuestros mismos hoteles.
La historia del
falso doping (porque fue falso, no hubo doping) de Maradona en el Mundial de
1994 es una historia que, con el paso de un cuarto de siglo, podríamos
describir como de descuido y de traición.
Descuido, porque
pocas veces vimos a Diego Maradona realizar la titánica tarea de preparación
física para adecuar su cuerpo a la máxima competencia, luego de meses de estar
parado, como aquella vez. Y en mucho había tenido que ver el doctor Daniel
Lentini, uno de los mejores deportólogos de la Argentina, también traicionado
un año después en un caso poco analizado, el de otro falso doping en un
Platense-Gimnasia en una maniobra para sacarlo del control antidoping del
CENARD ante la cercanía de los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995. Pero
esa es otra historia.
Volvamos a los
primeros meses de 1994, cuando se acercaba el Mundial de los Estados Unidos, y
ya la selección argentina se había clasificado en un repechaje ante Australia
tras el 0-5 de setiembre de 1993 ante Colombia en el Monumental en el que no
estuvo Maradona, enfrentado en ese momento a Alfio Basile, el DT de la
selección argentina (“El Coco se emborrachó con dos Copas América”, llegó a
decir el “diez”, que prefería cruzar el Río de la Plata para ir a ver al Uruguay
de su amigo Carlos “Patito” Aguilera).
Oh casualidad,
como la FIFA necesitaba de la participación de la selección argentina en el
Mundial para vender boletos, porque el público no era el de ahora, la figura de
Maradona era clave y entonces no sólo no hubo control antidoping en el partido
de ida ante Australia en Sydney (1-1) sino que ya un año antes, en una medida
insólita, la FIFA había obligado al Nápoli a sentarse en una mesa con el
Sevilla para que escuchara una oferta por el “diez” cuando jamás se puede
obligar a un club a negociar, y el Sevilla no reunía ni siquiera los avales
mínimos bancarios para la operación (esto nos fue ratificado días pasados en
Barcelona por el propio José María Minguella, el empresario que participó en
ese pase). Todo, para que Maradona estuviera contento y activo para el Mundial
1994.
La cuestión es
que todos fuimos testigos de la preparación de Maradona en el CENARD con el
doctor Lentini. Estaba hecho un violín y sin casualidades. Se había “matado” en
el gimnasio, y el doctor le agregó una sustancia llamada Ripped Fast, para
ayudar con los tiempos, y que no tenía nada de doping.
El problema
comenzó cuando tras el Mundial de Italia 1990, un gran médico (un señor,
además) como el doctor Raúl Madero, dejó la selección argentina para irse al
departamento médico de la FIFA, y entonces su segundo, Ernesto Ugalde, pasó al primer
lugar y como segundo fue convocado el doctor y ex arquero, Roberto Peidró, de
la Fundación Favaloro.
Cuando acabó la
excelente preparación de Maradona y hubo que viajar al Mundial, en vez de
proponerle a Lentini que siguiera con Maradona para asegurarse el mejor
rendimiento del “diez” en el Mundial, el entonces sempiterno presidente de la
AFA, Julio Grondona, consideró que no hacía falta y que con Ugalde y Peidró, la
delegación estaría medicamente cubierta.
¿Qué hubiera
pasado si Grondona le hubiese preguntado a Lentini cuánto es el lucro cesante
suyo en caso de tener que viajar al Mundial? ¿No habría sido una buena
inversión tener a Maradona bien cuidado por el mismo médico que había logrado
con él una excelente puesta a punto?
No fue así y
comenzó a ocurrir que como Ugalde no era un hombre muy ligado al fútbol y tampoco
conectó mucho con Maradona, éste no tuvo un control adecuado. Rodeado del físico-culturista
Daniel Cerrini, la cosa se iba complicando. Ugalde no ingresaba en su
habitación (Peidró sí, pero era el número dos), y de repente, pasando varios
días, Maradona se quedó sin el Ripped Fast y lo mandó a comprar. Resultó que en
los Estados Unidos, la sustancia se llama Ripped Fuel. Le dijeron a los del
círculo de Maradona que “es lo mismo, acá se llama así” y en parte es verdad,
porque en deportes como el basquetbol es de venta libre, pero la única
diferencia es que el Riupped Fuel…contiene efedrina, cinco componentes de
efedrina.
Eso fue lo que
ocurrió, que no hubo control y que Maradona, entonces, dio doping de efedrina,
lo cual en una situación como esa, acaso conllevaba una sanción por un partido,
no más que eso. Pero era el Mundial 1994, el último del brasileño Joao
Havelange como presidente, y la selección argentina había comenzado el torneo
metiendo miedo y con un juego que daba para pensar en que llegaría muy lejos.
Pero no terminó
allí la historia. Cuando Grondona alertó a la dirigencia argentina y al cuerpo
técnico lo que estaba sucediendo, hubo que acudir rápidamente a la contraprueba
en el laboratorio de Los Angeles. Se decidió entobxes que fueran cuatro
personas, el abogado de la AFA, Santiago Agricol de Bianchetti, el vicepresidente
de River, David Pintado, el abogado que formaba parte del equipo de agentes de
Maradona, Daniel “Ojitos” Bolotnicoff, y el doctor Peidró )(lógico, porque
Ugalde se quedó con el equipo, que al día siguiente debía jugar en Dallas por
la última fecha de la fase de grupos ante Bulgaria).
En el avión, los
miembros de la delegación pensaron en un plan, muy cansados, para alegar en el
caso de que diera positiva la contraprueba. La idea era ir a descansar al hotel
y al otro día, a la mañana, tener un plan preparado, pero al llegar al
aeropuerto fueron sorprendidos con gente con carteles de la FIFA que ya los
esperaron para conducirlos a la contraprueba, sin descansar.
Se decidió que
entonces ingresaran Peidró y Bolotnicoff, muy nerviosos, y se leyó el
protocolo. Pasarían primero el Frasco A y luego el B. Cuando llegó el segundo,
para su sorpresa, Peidró constató que estaba semiabierto e inmediatamente dijo
que el procedimiento era ilegal en esas condiciones y propuso, con
inteligencia, una tregua de un día. Eso ayudaría a la selección argentina a
jugar ante Bulgaria con Maradona, pero los miembros de la comisión, atónitos,
resolvieron dar una sola hora. “Los cagamos, los cagamos”, codeó Bolotnicoff a
Peidró, eufórico.
A la salida para
el receso, ambos contaron lo ocurrido a Pintado y De Bianchetti, y decidieron,
lógicamente, contarle los detalles a Grondona, a quien llamaron. Pero para
sorpresa de todos, Pintado tomó la manija, se alejó, Peidró le pedía el
teléfono para detallarle al presidente de la AFA las consecuencias de lo
ocurrido, pero no le dejaron intervenir.
Al regreso del
receso, ingresaron Peidró y Pintado, y éste, ante la mirada incrédula del
doctor, dijo que la propuesta era seguir con el caso, y así se iba a castigar a
Maradona pero Grondona decidió retirarlo del plantel. Peidró, entonces, pidió
firmar el acta en disidencia y esa hoja, luego, fue arrancada del expediente,
vaya a saberse por quién.
Al regreso con
la delegación, Peidró tenía una bronca negra. Se sentía traicionado. En el
hotel de la selección argentina, en un momento, se abrió la puerta del
ascensor. Grondona estaba adentro. El doctor, prácticamente se le abalanzó: “Julio,
usted y yo tenemos que hablar”, pero la puerta se cerró entre ellos, y no lo
volvió a ver. Al regresar a la Argentina, Peidró prefirió volver a la Fundación
Favaloro.
Nosotros
presenciamos el partido ante Bulgaria en Dallas, en el que los jugadores
argentinos salieron sin dormir ni comer, en muchos casos, con caras demacradas,
y encima perdieron 2-0 en el último minuto, y eso los obligaba a ir a Los
Angeles a jugar octavos de final tres días después, cuando con un empate, un
triunfo y hasta una derrota por un gol, les permitía regresar a Boston, donde
quedaban casi todas sus pertenencias.
En la caótica
conferencia de prensa tras el partido, y mientras nos anunciaban que al mismo
tiempo Maradona convocaba a una conferencia de prensa en otro hotel, alcanzamos
a preguntar a Basile, al “Panadero” Rubén Díaz y a Reinaldo Merlo, qué iban a
hacer con toda la ropa que quedó en Boston al tener que rumbear ahora a Los
Angeles y de manera inmediata. Se miraron y Basile respondió “No sé”.
Con un colega
suizo motorizado, nos fuimos a toda
velocidad al hotel en el que hablaba Maradona, a minutos de aquello de que “me
cortaron las piernas”. Todo era desazón y horas más tarde, con el querido amigo
de Río Cuarto, Jorge Cárdenas, pudimos divisar a lo lejos, en un puente,
abatidos, a muchos jugadores argentinos, que iban y venían. Nos subimos. Le
preguntamos a José Basualdo cómo veía el partido ante Rumania, y la respuesta
fue “no sé ni me interesa, sólo quiero volver a casa”.
Todo era una
locura. Acudimos a la conferencia de prensa convocada por Havelange y el
presidente del Comité Médico de la FIFA, el doctor belga Michael D’Hooghe,
quien habló de un doping “por haberse consumido un cóctel de sustancias”, una
canallada. La misma FIFA que quiso primero contentar a Maradona con el pase al
Sevilla o sin antidoping ante Australia, ahora lo desechaba porque el pescado
ya estaba todo vendido y su presencia era un peligro para los intereses
deportivos de la dirigencia, con la complicidad de la AFA.
A nuestro lado,
en la quinta fila, el colega Alfredo Leuco nos miraba atónito. Al regreso a
Buenos Aires, en el CENARD, Lentini demostraría, con voluntarios, que las cinco
sustancias que argumentaba D’Hooghe, estaban todas en el mismo medicamento.
Eran todos derivados de la efedrina, que simplemente, estaba dentro del Ripped
Fuel, pero marche preso.
Al regreso al
centro de prensa, escribiendo a toda velocidad, se nos acercó el entonces
colega de la revista “Sólo Fútbol”, Sergio Castillo con la “Buena nueva”. “Contra
Rumania nos tocó Pïerluiggi Pairetto. Estamos fritos. Nos volvemos a casa”. La
venganza final de Italia 90 estaba servida.
No me lo
contaron. Lo viví, y todo lo que aquí se cuenta pueden leerlo, desde hace 23
años, en el libro “Maradona, rebelde con causa”, que ya tiene ocho ediciones.
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