Desde Belo Horizonte
Faltan apenas
horas para un nuevo entrenamiento de la selección argentina que, pese a todo, sigue
teniendo en sus filas al mejor jugador del mundo, Lionel Messi, y acaso sólo
por eso concita tanto interés de la prensa. Sin embargo, no hay noticias ni
sobre cuándo se ejercitarán nuevamente los jugadores, ni si la prensa podrá
estar presente o no. Recién se resuelve sobre el final del día, casi en el
borde del día siguiente.
Esto que parece
apenas un nimio detalle, no lo es. El fútbol argentino tiene un presidente de
la federación (AFA) al que todos llaman por el apodo (“Chiqui”, abreviatura de
“Chiquito”) aunque se llame Claudio Tapia, quien se manifiesta hincha de Boca
Juniors, el club más popular del país, aunque representa a un club pequeño de
la Tercera División, Barracas Central, que acaba de ascender a Segunda en un
escandaloso torneo que cambió de formato en la mitad de su transcurso.
Y entonces,
tampoco puede sorprender que el entrenador de una selección nacional que ganó
dos Mundiales, catorce Copas América, dos medallas doradas olímpicas, y que
disputó cinco finales de Mundiales, sea Lionel Scaloni, alguien que cae bien al
plantel desde lo personal pero que, aunque parezca mentira, jamás había
dirigido a un equipo, ni siquiera de clubes, antes de llegar a este máximo
cargo.
Scaloni, quien
jugó más de dos décadas, fue campeón mundial juvenil con la camiseta argentina
en Malasia 1997, formó parte del cuerpo técnico de Jorge Sampaoli en la
frustrante participación albiceleste en Rusia 2018 y cuando los demás
renunciaron, a él le ofrecieron seguir en el máximo lugar porque aunque
Argentina tiene en el exterior entrenadores como Mauricio Pochettino
(Tottenham), Diego Simeone (Atlético Madrid), Eduardo Berizzo (selección de
paraguay), Ricardo Gareca (selección de Perú), Marcelo Bielsa (Leeds United) o
Jorge Célico (tercero con Ecuador en el reciente Mundial sub-20 de Polonia),
casi nadie quiere tomar ese cargo porque no encuentran seriedad institucional.
Entonces, no es
de extrañar que Scaloni atribuya la clara derrota en el debut argentino por 2-0
ante Colombia, al, mal estado del césped (como si para el rival sí estuviera en
buenas condiciones) o no haga en público la más mínima autocrítica.
Colombia también
comenzaba, oficialmente, un ciclo nuevo en esta Copa América, con el portugués
Carlos Queiroz (ex selección de Portugal y Real Madrid) y muchos otros equipos
se están armando, pero ya se ve en este conjunto una idea de equipo, una
pretensión de juego, algunos conceptos de ataque o defensa.
En cambio, el
equipo argentino da una imagen anárquica en los buenos momentos, muy pocos, o
en los malos (la mayoría). No hay una idea madre y da la sensación de que aún
teniendo a Messi, prefiere entregarle el balón a su rival porque no sabe muy
bien qué hacer con él cuando lo tiene.
Chances de
seguir en la Copa América tiene, porque lo ayudó la suerte y Paraguay no pudo
vencer a Qatar por el mismo grupo (2-2) por lo que si Argentina vence a
Paraguay el miércoles próximo en Belo Horizonte, hasta alcanzará el segundo
puesto del grupo B y a los cuartos de final se clasifican dos de cada uno de
los tres grupos y hasta dos de los tres terceros.
El problema no
está, entonces, tanto en la clasificación o no a la fase siguiente, sino en la
pregunta sobre por qué pasan los años y la selección argentina no encuentra un
rumbo, mientras Uruguay (que goleó 4-0 a Ecuador), Brasil (que debutó con un
3-0 a Bolivia y sin Neymar) o Colombia, cada vez se alejan más.
Y la respuesta
no parece comenzar en el césped sino bastante más afuera, en las instituciones
que rigen el fútbol argentino. En la Argentina hay una frase que dice que la
culpa no la tiene el cerdo, sino quien le da de comer. Aquí, en esta Copa
América, por cómo van las cosas, podría emplearse perfectamente.
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