domingo, 13 de junio de 2010

La Copa de Africa (Yahoo)



Por un mes, el mundo conocerá de cerca el penetrante sonido de las ya famosas vuvuzelas, unas cornetas especiales que si suenan juntas, pueden afectar a los oídos de manera parecida al paso cercano de un avión, o se escuchará hasta el hartazgo el “Waka Waka” de la colombiana Shakira, la canción oficial del Mundial, que esta semana comienza, terminando por fin con la ansiedad de miles de millones de habitantes del planeta.

No hay como el fútbol, la principal manifestación de la humanidad, ya muchísimo más que un mero deporte, con significados que fueron desplazando incluso a muchas religiones. ¿Acaso la ceremonia de entrega de la Copa no se parece a un acto litúrgico? El gran analista español Vicente Verdú sostiene en su libro “Fútbol, mitos, ritos y símbolos” que un gol no es otra cosa “que el regreso al pueblo a contar a los vecinos el éxito conseguido del otro lado de la línea de cal”.

Pero este Mundial de Sudáfrica tiene algo especial, distinto a los demás. Es el primer Mundial en un continente sumergido, alejado y en el que Sudáfrica ha sufrido daños inmensos como vivir en un régimen como el del Appartheid, por suerte ya en la historia, pero que le ha traído innumerables conflictos raciales y sociales, de los que está tratando de salir.

Con el símbolo del anciano Nelson Mandela, de noventa y dos años, uno de los personajes claves de la historia moderna, ex prisionero por veintisiete años de la cárcel de Robben Island (donde vio cómo los negros jugaban fútbol en los ratos libres), para luego salir y sin ninguna venganza llegar a presidir el país y obtener el Premio Nobel de la Paz, Sudáfrica intentará seguramente, con su seleccionado de los Bafana Bafana, establecer un hito para los africanos.

La situación es otra, aunque se intente por todos los medios recrear el clima del ya mítico Mundial de rugby de 1995, que con Mandela a la cabeza logró unir a toda una nación alrededor de otro deporte. Hoy, a quince años, todos los derechos se han igualado y el que preside el palco es apenas Jacob Zuma, un presidente surgido de elecciones, perseguido por supuestos actos de corrupción, entre los que se cuentan gastos exagerados y sin control por parte del Comité Organizador del Mundial (LOC).

Este será el Mundial de los negros, así como el otro significó el de la igualdad. Son los negros, los oprimidos del pasado, los que siguen trabajando por la comida en muchos casos, o por comisiones pero sin salario, los que apoyan decididamente a los Bafana Bafana.

Pero también puede ser la oportunidad de hacer crecer en buena parte al país en infraestructuras y transporte, si bien las obras no han llegado a tiempo y han hecho dudar por algún momento a las autoridades de la FIFA sobre la viabilidad de organizar el torneo aquí.

Según se informa oficialmente, Sudáfrica puede llegar a aumentar en un 0,4 por ciento el consumo gracias a la llegada de unos trescientos mil a cuatrocientos cincuenta mil turistas de todo el mundo.

El psicólogo sudafricano Geryling Viljoen sostiene, acerca de este Mundial, que demostrará “si somos capaces de recibir el reto de presentar algo semejante al mundo entero. Significará, aunque sea por un tiempo, el fin de la recesión. Los seres humanos necesitamos siempre algún antídoto contra el stress, y la Copa del Mundo es la mayoir distracción posible”.

Nic Dawes, gran analista del “Mail & Guardian” de Johanesburgo, sostiene en su editorial que “en oficinas y supermercados, en aeropuertos y en las estaciones de policía y en los hospitales, en todas partes brillarán los mismos colores, sin una ubicuidad clara. Es un mensaje que no necesitamos darlo a nuestra selección. Es para los que no son de Sudáfrica, para que en tiendan que estamos todos juntos en esto y es preciso insistir en la solidaridad y en entender que se puede construir un edificio con distintos materiales, no tiene por qué ser todo igual”.

Sudáfrica ya ganó su Mundial porque pudo organizarlo, con sus virtudes y con sus defectos, y aunque es muy probable que el continente africano tarde mucho en volver a tener una oportunidad como ésta, con todo el costo que ello implicó, con los doscientos cincuenta mil dólares mensuales de salario para el brasileño Carlos Parreira, quien retornó como entrenador luego de que fracasara el juego defensivo de su compatriota Joel Santana, y cuando ya nadie imaginaba que volvería a ocupar el banco de suplentes de los Bafana Bafana.

“Mi familia me necesita, especialmente mi esposa. Ellos me necesitan cerca, y luego de treinta y seis años de casados, no puedo decir que no”, afirmó en aquel momento, cuando renunció. Ahora, aceptó regresar y ya ha logrado mantener un invicto de doce partidos, si bien apenas en marzo, afirmaba que el equipo no tenía identidad y que para conseguirla “hay que poner la pelota contra el piso y usar nuestra técnica”, Parreira les dijo que la situación del equipo sudafricano “es similar a una botella llena sólo con el treinta por ciento lleno y el resto se lo tenemos que poner nosotros, paso a paso”.

Hoy, Parreira dice que ya hay una identidad, y no sólo puede verse en la cancha, sino en cualquier calle de Johanesburgo o Pretoria. La mayoría camina con la camiseta amarilla con vivos verdes de los Bafana Bafana.

1 comentario:

FI dijo...

Interesantísimo artículo, no tengo más que decir. Das un recorrido de todo un país en unos cuantos párrafos, se nota que eres periodista, eh.