Desde Sao Paulo
El llanto de Javier Mascherano y de Lionel Messi
acaso explique desde lo emocional mucho de lo que ocurrió en la tarde-noche de
ayer en el Arena Corinthians.
La selección argentina sufrió la clasificación a la
final del Mundial porque en los ciento veinte minutos empató sin goles ante
Holanda y entonces dependió en buena parte de Sergio Romero en los penales,
pero desde el inicio de los cuartos de final, es un equipo duro, rocoso,
sólido, al que es muy difícil crearle situaciones de gol.
Es un equipo que se fue armando en el correr del
Mundial. No es el mismo que cuando viajó a Brasil a disputar el torneo. Aquél,
aunque eso pareciera que fue hace dos años o más aún, ofrecía más dudas, era
más desequilibrado y la famosa “manta corta” de la que hablaba el brasileño Tim
protegía mucho más al ataque y dejaba demasiado desangelada a la defensa, que
tenía que lidiar sola, con poca gente colaborando.
El propio entrenador argentino, Alejandro Sabella,
repetía hasta días antes de comenzar el Mundial y ya en Brasil, que así eran
las cosas, que todos debían colaborar para no sufrir tanto atrás, mientras que
el arquero Romero llegaba con polémicas, por su discontinuidad en el Mónaco y
porque no convencía a la opinión pública.
Puede decirse que ese equipo fue el de la fase de
grupos, pero todo cambió cuando en los octavos de final, no pudo vencer a Suiza
hasta el alargue, por un providencial gol de Angel Di María, cuando parecía que
ya iban a los penales.
Allí, la “rebelión” de los jugadores para seguir con
el 4-3-3 que se manifestó tras el demasiado conservador inicio ante Bosnia, con
aquellos cinco defensores, tuvo que ceder. Ya no hubo más chances de
justificarlo y Sabella aprovechó la ocasión y leyó bien lo que ocurría, pero
con otra virtud aún mayor: tuvo apertura mental.
Sabella, en silencio, optó por hacer los cambios que
había que hacer. Determinó el final de un insípido y lento Fernando Gago, que
siguió siendo el de Boca Juniors pese al trabajo diferenciado de Ezeiza en la
previa, y en su lugar hizo ingresar a un más ordenado y distributivo Lucas
Biglia, que constituyó una sólida pareja central con el gran Javier Mascherano,
estandarte y líder natural de este equipo.
Y quitó a un jugador “suyo”, como Federico Fernández
(fuerte en el juego aéreo pero demasiado limitado por abajo) y en su lugar hizo
ingresar al más dúctil Martín Demichelis, que de no estar en la lista, pasó a
ingresar entre los probables, luego entre los posibles, luego entre los
viajantes y finalmente, entre los titulares inamovibles.
Todo esto redundó en el arco invicto en los últimos tres partidos,
los más importantes y tampoco ayer fue la excepción, porque Holanda fue
controlada en todo momento, y si alguien se asomó por el partido y no conocía
los antecedentes de Arje Robben y Robbin Van Persie sería difícil convencerlo
de que se trata de una de las mejores duplas ofensivas del mundo.
Apenas tuvieron una, en la que Mascherano tuvo que
estirarse para quitarle el gol a Robben con la punta del pie y casi se
desgarra, pero es demasiado poco para ciento veinte minutos.
Argentina controló siempre el partido, lo cual no
significa que haya sido superior con la pelota. Sí consiguió algo fundamental
para los dichos de Sabella: fue un equipo equilibrado siempre, aunque con
alguna merma ofensiva que habrá que ver si hay tiempo para corregir.
Justamente porque tampoco en ataque es lo que
parecía que sería, un equipo demoledor, ahora se encuentra con que
retrasándose, genera espacios para contragolpear pero sus ejecutantes no son
tan certeros porque salvo Messi, los otros tres titulares inamovibles, Higuaín,
Agüero y Di María, sufrieron o padecen lesiones y no están al cien por ciento
de sus posibilidades.
Para Higuaín, tanto trecho sin compañía es demasiado
para un jugador de cierto porte, Agüero está falto de rodaje, Di María,
ausente, y entonces entró a tallar Lavezzi, de muy buen partido hasta que se
fundió, mientras que Palacio es un gran delantero, pero siempre tiene algún
problema en los partidos importantes y esta vez tuvo un cabezazo a pedir de una
semifinal, para definirla, y sin embargo no pudo más que entregarle la pelota
al arquero Cillessen.
Tal vez se atrasó demasiado en la cancha el equipo
argentino desde el segundo tiempo, y dejó que Holanda dispusiera de la pelota
(aunque no llegara), y no deja de ser un buen ensayo para la final, que puede
que sea parecida, aunque con mucho más poder de fuego en los alemanes.
Por eso, Argentina también tendrá que ser efectiva
en las situaciones de que disponga, si no quiere volver a sufrir y depender de
los penales para ser campeona del mundo por tercera vez en su historia.
No podría ser mejor este Mundial hasta aquí: con
Brasil eliminado, espera el gran escenario del Maracaná, en Río de Janeiro para
una tercera final en 28 años ante Alemania. Es una oportunidad para no
desperdiciarla. Argentina está demasiado cerca del cielo.
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