El primer triunfo de un seleccionado europeo en el
continente americano en ocho Mundiales, no parece ser casualidad sino la
consecuencia de un cambio de paradigma en el fútbol.
Por primera vez queda evidenciado, y en territorio
sudamericano, que ahora hay equipos europeos, como Alemania (cuando justo
comienza a apagarse la luz de España, aunque no haya desaparecido), que son los
que ejercen el dominio futbolístico, los que juegan mejor a la pelota, mientras
que son sus rivales de siempre, los que anteriormente eran considerados los
“maestros”, los que corren detrás de ella, sin poderla dominar.
Algo sorprendente de este Mundial de Brasil, ya
antes de su inicio, es que ninguna de las consideradas tres potencias
sudamericanas tuvieron un número diez de peso en sus listas de veintitrés
jugadores.
Ni Brasil, el local y que estaba obligado a salir a
ganar el torneo, ni Argentina, que no lo ganaba desde 1986, ni Uruguay,
tuvieron un armador de juego de estas características, antes tan habitual y por
loi que adquirían una identidad especial.
A lo sumo puede decirse que en Brasil ocupaba un
lugar en el banco de suplentes, aunque sin ninguna trascendencia, un jugador
como Hernanes, el más cercano a esa función, pero el entrenador Luiz Felipe
Scolari decidió no convocar a jugadores de la talla de Ronaldinho o Kaká, por
citar dos (otro pudo ser Ganso), como para tener al menos alguna alternativa si
no se podía ejercer un dominio en determinado partido.
Un caso parecido es el de Argentina, que pudo haber
llevado a Javier Pastore o Andrés D’Alessandro, por citar a dos, o más atrás,
por edad y continuidad en el juego, al veterano Juan Román Riquelme, aunque sea
como alternativa, pero el entrenador Alejandro Sabella tuvo otras prioridades y
finalmente hizo un Mundial aceptable, aunque cabe la pregunta de qué habría
ocurrido de cambiar el sistema y optar por tener más el balón.
Lo que se nota, más allá de las decisiones tácticas
de los entrenadores, es que este Mundial es el final de una consecuencia de
años de un sistema perverso por el que las grandes potencias “fabrican”
jugadores en determinados puestos sólo pensando en vendérselos al Primer Mundo
(es decir, Europa) y por lo tanto, pierden identidad.
En otras palabras: si en Argentina, Brasil o Uruguay
siempre fue el sueño de cualquier joven ser número diez (como Pelé, Maradona,
Zico, Rivelino, Riquelme, Bochini, Rubén Paz, Francéscoli), y es lo que caracterízó a estos equipos del lado
Atlántico de Sudamérica, hoy van desapareciendo, no sólo del esquema de una
selección sino de la propia liga local, en pos de fabricar jugadores que los
europeos necesitan para que luego puedan adaptarse a estos esquemas.
Este periodista recuerda una visita del entrenador
Ricardo La Volpe (de más que cuestionables resultados en su labor) a un
importante programa de TV que se ve en todo el continente americano, y renegaba
de Riquelme, en ese momento en Boca Juniors, porque según él, significaba un
“atraso táctico” porque “hoy en Europa se juega sin número diez”. Es decir,
¿para qué formar números diez si en Europa no los quieren?
La pregunta podría ser, para los sudamericanos del
Atlántico, si les va mejor ahora, con estos jugadores, o les fue mejor antes,
con aquellos. No sólo en resultados, sino en juego, en aprecio de los demás por
su calidad y hasta, si se quiere, en el temor reverencial de los adversarios en
el pasado.
El caso de Brasil en este Mundial fue el más
patético. Dependiente en absoluto de Neymar, que tampoco es un armador de juego
pero sí un muy buen definidor en los metros finales y un buen pasador desde su
punta izquierda, pocas veces se vio a un conjunto con los colores
verde-amarillo tan pobre en la elaboración, tan basado en hechos externos,
desde el himno a capella, las quejas por los arbitrajes, las riñas, las
arengas, los llantos. Nada de fútbol, porque de fútbol no hay mucho que decir,
poco que aportar.
La selección argentina, en cambio, se encontró con
aquella pregunta que nos hemos formulado tanto desde esta columna en la previa
al Mundial: qué pasaría el día que se enfrentara a un equipo con mayor dominio
de pelota, que se equivocara poco. Y allí, por más buenos delanteros que
tuviera (que además se lesionaron y condicionaron al equipo) tuvo mucha mayor
dificultad futbolística y física.
Al revés, el panorama se plantea en Alemania, justo
campeón, porque fue el que mejor jugó pero además, por haber apostado a una
característica que correspondía antes a los sudamericanos. Pasar la pelota al
mejor ubicado, hacer correr más la pelota que el jugador, con simpleza, y
tratar de colocar en el campo a la mayoría de los protagonistas con “buen pie”.
Entonces, llegamos al cambio total de paradigma de
que en un Alemania-Brasil, o en un Alemania-Argentina (salvando las enormes
diferencias defensivas entre los dos sudamericanos), eran los europeos los
protagonistas, y los rivales, los que corrían tras ellos tratando de recuperar
la pelota. El mundo al revés.
Si observamos a Colombia con James Rodríguez, o la
labor de Costa Rica, entenderemos parte de los cambios ocurridos en este
tiempo. James, un diez clásico, no sólo se lució y fue el goleador del
certamen, sino que ahora está a punto de saltar al Real Madrid. ¿Es negocio,
finalmente, fabricar números diez?
El mayor cambio puede que aparezca en los próximos
años, cuando muchos europeos quieran copiar a los alemanes, y busquen otra vez
los números diez, pero desde el Atlántico sudamericano se les responda “lo
sentimos, ya no fabricamos más, es que ustedes antes no querían”.
Puro mercado, poco fútbol. ¿Y si tal vez el lema
fuera “más fútbol y menos mercado?”.
1 comentario:
Concuerdo totalmente.
Abrazo.
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