Desde Belo Horizonte
En una jornada histórica, con el resultado más
impactante de la historia de los Mundiales, la selección brasileña, que cargaba
con la responsabilidad de reemplazar a su mejor figura, Neymar, fue derrotada
por un inédito 1-7 por Alemania, que de esta manera se clasificó para la final.
Nunca antes Brasil había perdido por este marcador,
pero mucho menos esperado era que ocurriera en una instancia decisiva como
ésta, en semifinales, pero se vio absolutamente superado por una máquina de
jugar al fútbol como fue la selección alemana, que con la base de Sudáfrica
2010, ahora agregó más técnica y precisión.
Por segunda vez, Brasil organiza un Mundial y pierde
la posibilidad de ser campeón en su propia casa, aunque en la anterior ocasión,
en 1950, dentro de todo fue un remate del uruguayo Chiggia en un partido parejo
y que definía un cuadrangular, pero aquí la goleada fue estrepìtosa, sin
atenuantes.
Al terminar el partido, el entrenador Luiz Felipe
Scolari reunió en el centro del campo a todo el plantel, pero arreciaron los
silbidos del público, mientras los jugadores alemanes saludaban a la pequeña
parcela de hinchas que acompañaron al equipo.
Brasil no tuvo tiempo para mucho. Con un esquema
parecido al alemán, al menos en posicionamiento en el campo (4-2-3-1) salió con
todo, llevado como siempre en los primeros minutos por el público, pero ya a
los 8 minutos, Tomas Müller encontró la red con mucha facilidad tras un córner
al corazón del área y el partido no tuvo retorno.
Alemania fue una ráfaga mientras que Brasil sintió
también como nunca la ausencia de un jugador fundamental en la defensa como el
suspendido Thiago Silva y un gol de Miroslav Klose (que le sirvió para
convertirse en el máximo anotador de la historia de los Mundiales) y dos goles
de Tony Kroos, uno de izquierda y otro de derecha, parecían sentenciar el
partido demasiado pronto, porque no se había llegado ni al minuto veinte.
La parálisis brasileña ya era total, pero los
alemanes no pararon de atacar ni de tocar ni de abrir la cancha, y no extrañó
entonces que llegara el quinto de Sami Khedira cuando promediaba la primera
parte. Un 0-5 que parecía de ficción, absurdo, y con los roles que parecían
cambiados.
Los alemanes parecían brasileños de otro tiempo,
mientras los de camiseta verdeamarilla deambulaban como zombies por la cancha,
sin saber bien para dónde rumbear. Alguno fue para adelante más por vergüenza
deportiva que por ideas, pero eso no aportaba demasiado.
Tras un descanso poco común, tras lo vivido (y con
Alemania perdonando más goles en la segunda mitad de la primera parte), Brasil
pareció ir a la carga otra vez y creó algunas posibilidades de gol, pero
Alemania se mantenía impertérrita, siempre con sl mismo libreto, más cercano a
Josep Guardiola que a Helmut Schöen, y no extrañó que como Brasil se iba al
ataque como un toro bravío, los germanos encontraran huecos para marcar más
diferencia de contragolpe.
Cuando Joakim Low, el entrenador alemán, se decidió
por Schurle en vez de un flojo Klose (que igual cumplió su cometido), el
delantero del Chelsea se destapó con los dos últimos tantos, pero hay que
destacar que Julio César tuvo tres intervenciones seguidas que salvaron de tres
tantos más a su equipo: una tapada abajo a Müller, una salvada por arriba del
travesaño al mismo jugador, y un anticipo al lateral a Schweisteiger, una
prueba cabal de lo que fue el partido, de la enorme diferencia de inteligencia
y uso de la pelota y de los espacios entre uno y otro.
A Brasil se le habían ido Neymar y Thiago Silva, y
eso lo convirtió en un equipo demasiado vulgar, demasiado lejos de sus más
ricas tradiciones. Demasiado preocupado por pedir penales o hablar de
contubernios de la FIFA, argumentos que suelen aparecer cuando no hay respuestas
desde el fútbol.
Al revés, Alemania cada vez trabaja menos y juega
más. Adoptó el modelo de Josep Guardiola para sus equipos, especialmente para
el Bayern Munich, y prefirió la técnica antes que todo lo demás. Los resultados
no siempre fueron los mejores pero no tardaron en llegar y hoy asistimos al
hecho más significativo de la historia de los mundiales y un cambio sustancial
en la forma de catalogar a estas dos selecciones.
Nadie olvidará este partido, que seguramente tendrá
consecuencias demasiado gravitantes, si especialmente los derrotados pueden
tomar consciencia del camino que habían emprendido, y si pueden lograr
autocriticarse y no escudarse en una llegada a semifinales que también pudo no
serlo, si aquel tiro del chileno Pinilla entraba en vez de pegar en el palo.
Hoy, los palos no ayudaron. Eso fue todo.
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