sábado, 12 de julio de 2014

La bala de plata de Messi (Volkskrant)



                                         
                                                Desde Río de Janeiro

¿Qué soñará Lionel Messi, en estas horas previas a la final de su vida? Seguramente quedará en su más estricta intimidad, como casi siempre, aunque seguro que atraviesa una semana rara, de las más extrañas de su carrera.

Es extraño ser el jugador estandarte de una selección con la tradición de la argentina, al que todas las miradas apuntan desde el primer minuto de este Mundial, que llamaba a ser el suyo, que se dijera que por edad, trayectoria, experiencia y por jugarse en Sudamérica, era éste el Mundial en el que tenía que lucir, y efectivamente ha rendido. ¿Pero ha sido el mejor?

La sensación que se tiene es que ha contribuido, que ha hecho todo para el conjunto, que ha hecho un gran esfuerzo (el miércoles llegó a correr para marcar en línea a toda la defensa holandesa en una oportunidad, aunque sólo pudiera molestar y la pelota siguió en poder de los naranjas), que no está desganado y que hasta en alguna oportunidad, ha sido decisivo con goles o asistencias.

Pero no queda tan claro que éste, por ahora y a sólo un partido del final, haya sido “el Mundial de Messi” porque algo le pasa. Hay algo imperceptible, diferente a otros tiempos, con la pelota. Tal vez sea que tras la gran lesión de 2013 su cuerpo y su mente necesiten más tiempo para readaptarse, o que haya perdido, o le cueste recuperar, la “quinta velocidad”.

Pero hoy, aún siendo un jugador desequilibrante, debe compartir el lugar de privilegio en el afecto de los argentinos con su amigo y compañero del Barcelona, Javier Mascherano, al que muchos vieron batirse ante los holandeses cual si fuera una batalla de aquellas épicas de la independencia argentina a principios del siglo XIX.

Por eso, a la mañana siguiente aparecieron los pósters en todo el país con Mascherano con vestimenta de los tiempos de la independencia o con la famosa boina, la pipa y la inscripción “Mas-CHE-rano”. Porque en él y en el arquero Sergio Romero, quien atajó dos de los cuatro penales ejecutados por Holanda, ven aquello que desde hace 24 años se busca: el compromiso, la cercanía con la gente.

Mascherano no podía hablar al terminar el partido contra Holanda. Cada tres palabras, en la zona mixta, su voz se entrecortaba y sus ojos se enrojecían y lo explicó con claridad: “Vengo luchando desde 2003 con la selección y hemos pasado por muchas etapas junto a Messi y a Maxi Rodríguez” (los tres van por su tercer Mundial).

Pero Messi no es como Mascherano. No sale tan fácil a hablar con la prensa aunque eso no significa que no haya llorado. Messi lloró cuando terminó el partido ante Holanda por dos razones: porque siempre soñó con estar en la final de un Mundial y porque sintió que, por una vez, un triunfo o no, no dependía de sí mismo, sino de lo que tal vez hicieran otros, y por una vez fue frágil, o más frágil que otras veces.

Es extraño que en el Mundial que todos pensaban para Messi, éste haya jugado aceptablemente, haya marcado goles, pero no fue lo decisivo, por ahora, que la mayoría esperaba. No fue, por ejemplo, como Diego Maradona en 1986 o Mario Kempes en 1978.


Messi sabe que le queda un partido, nada menos que la final y ante Alemania, para revertir esta situación, para darlo todo. Tiene una bala sola, pero es la bala de plata. ¿Podrá usarla a tiempo?

No hay comentarios: