Desde Río de Janeiro
Está por comenzar la final del Mundial y los
periodistas argentinos comentamos, expectantes, que ahora sí vendrá lo mejor de
Lionel Messi porque es el partido decisivo, tal vez el más importante de su
vida y cuánto más que esto puede motivarlo, que las grandes estrellas de la
historia del fútbol se destacaron en esta clase de finales.
Y no es que Messi haya jugado mal. No. Nada de eso.
Jugó bien una vez más. Por momentos, hasta tuvo el principio de esa aceleración
que lo caracterizaba en el Barcelona en su carrera, salvo en la última
temporada, aunque muchas veces le quitaron la pelota cuando ya había pasado a
dos jugadores, o se la rechazaron, o algún jugador alemán puso el cuerpo y
rebotó en él.
Argentina no gana, pero tampoco es fácil de
vulnerar. Los minutos pasan y los alemanes se van apoderando de la pelota,
aunque les cuesta llegar con peligro. Messi trata de bajar para participar,
pero no consigue entrar mucho en juego. Quiere cambiar la velocidad pero
levanta la cabeza y no ve jugadores libres. A veces tiene que abrir a los
costados para que la tome un lateral y se la devuelva unos metros más
adelantado.
No puede. El entrenador Alejandro Sabella busca
entonces nuevas fórmulas. Sabe que el equipo argentino partía en inferioridad
física por haber jugado la semifinal un día más tarde y además, alargue y
penales ante Holanda, cuando Alemania definió la suya ante Brasil en menos de
medio tiempo. Y por eso, coloca a Sergio Agüero en lugar de Ezequiel Lavezzi
para definir el partido en los noventa minutos, para no forzar un alargue de
treinta minutos más que consuman las pìernas de sus jugadores.
Pero no lo consigue. Hay alargue. Messi tiene la
misma expresión de siempre, gane o pierda. Trata de que sus emociones no se
conozcan. Nadie sabe, por ejemplo, que antes de salir por el túnel para
comenzar la final, volvió a vomitar. Hará uno de sus slaloms frente a Neuer,
pero la pelota se irá desviada. Abrirá con precisión, una vez más, hacia su
compañero mejor colocado o admirará, a una distancia de metros, cómo se prodiga
su compañero del Barcelona, Javier Mascherano.
Pero los minutos pasan y llega el gol de Götze para
Alemania. Demasiado cerca del final como para intentar algo más, pero hay una,
ya en el final del alargue. Los argentinos suspiran y los alemanes rezan. Va
Messi…pero la pelota sale por encima del travesaño.
Termina el partido, con el festejo de los alemanes
aunque con el Balón de Oro al mejor jugador del torneo para Messi, que recibirá
con cara de póker. Alguien como él, acostumbrado a los Balones de Oro al mejor
jugador del mundo, sabe que esto no calma su frustración, y atraviesa la zona
mixta sin hablar, con velocidad. Es evidente que se quiere ir a su casa, con
los suyos.
¿Qué le pasó a Messi en este Mundial? Es difícil de
saberlo. Todos pensaron que tras la temporada en el Barcelona, éste sería “su”
Mundial, por edad, por continente, por experiencia, por su situación de líder
en la selección argentina, pero Messi hizo apenas un buen torneo.
Fue decisivo en la primera fase, con goles y
asistencias pero algo le pasó luego.
Algunos creen que su problema es físico, otros, anímico, unos terceros,
futbolísticos. De su técnica nadie duda, pero ya, ni los tiros librtes con
barrera son garantías de gol, algo sumamente extraño.
Messi se va de otro Mundial, su tercero ya, lleno de
preguntas y escasas respuestas. Sólo él
sabe si le pasa algo, y qué le pasa. Para los demás, es un misterio insondable,
al menos por ahora.
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