“No, no, así no, muchachos. Siéntense alrededor de
mí, que les voy a hacer una serie de preguntas, porque no me gusta lo que vi.
¿De qué está hecha la pelota?”, preguntó con aire de inocencia un Alfredo Di
Stéfano que se estrenaba como entrenador en el Espanyol de Barcelona. “De
cuero”, le respondieron. “Y de dónde se saca el cuero?”, “De la vaca”, le
dijeron, sonrientes, sin entender. “¿Y la vaca qué come?”, “pasto”, le respondieron. “Bueno, pues el fútbol es eso:
pasto, pasto, pasto, no la revienten más por el aire”.
Alfredo Di Stéfano amaba a la pelota. Decía que
había que tratarla como a una mujer, con cariño. No por nada, tenía un
monumento a ella en la puerta de su casa con la inscripción “Gracias, vieja”.
Di Stéfano fue un portento de fútbol, un fenómeno.
El primer jugador de toda la cancha. Él se comía la cancha, con naturalidad. Y
eso que tuvo que esperar cuando irrumpió en el magnífico River Plate en 1945, en
años de “La Máquina” y otros componentes de ese mecanismo de relojería que
compusieron Muñoz, Moreno, Pedernera, labruna y Lousteau porque no había lugar
entre los titulares y entonces para 1946 aceptó una cesión a Huracán hasta que
en 1947, Pedernera se fue a Atlanta y quedó el hueco, pero duró poco porque al
año siguiente, con muchos otros más, emigraron al Millonarios del “Ballet Azul”
por la huelga de futbolistas en Argentina.
No hubo tiempo para disfrutarlo mucho porque se fue
del país muy joven aunque se recuerdan algunos cánticos populares como
“Socorro, socorro, ahí viene la Saeta con su propulsión a chorro”, o “Aserrín,
Aserrán, como baila el alemán”. Di Stéfano tuvo esos apodos, La Saeta Rubia o
El Alemán.
Allí en Colombia, Di Stéfano se divirtió como nunca
con sus compañeros argentinos en una liga pirata que pagaba muy bien y daba
para todo –incluso, con un secuestro de la guerrilla cubana, que según él
mismo, lo trató muy bien-, hasta que llegó aquella gira por España que
transformaría su vida ya de grande, cuando en pleno franquismo, Real Madrid y
Barcelona pugnaron por un pase que se convirtió en un problema político y cuya
polémica perdura hasta hoy, con infinidad de libros y documentales.
Este cronista recuerda una hermosa charla con un
gran columnista como es el director del diario deportivo “As” de Madrid,
Alfredo Relaño, en su despacho, cuando contó hace poco tiempo que en verdad, lo
que ocurrió es que Santiago Bernabeu, el entonces presidente del Real Madrid,
fue más rápido que el Barcelona y al saber que la liga colombiana no tenía
autorización de la FIFA, recurrió al club anterior, a River, y así se selló el
pase, aunque le ofreció a su contrincante que Di Stéfano jugara un año para
cada uno y luego decidiera. Los catalanes aceptaron cuando el argentino ya se
había puesto la camiseta azulgrana y había maravillado junto a Ladislao Kubala,
pero la situación hizo que se tomara un tren hacia Madrid y ya nunca se
torcería el recorrido.
En Barcelona insisten en que fue el dictador
Francisco Franco el que forzó la ida de Di Stéfano al Real Madrid.
“La Saeta Rubia fue el jugador más importante del comienzo de la disputa de la Champions
League. Esa era la referencia. Leía algo muy interesante en un viejo artículo
exactamente el día antes del accidente del Torino en Superga (1949), que decía
que justamente el Torino quería contratar a un jugador argentino muy fuerte que
se llamaba Alfredo Di Stéfano y que iba a pagar 600 liras, que era una suma muy
importante. Él por entonces jugaba en Colombia”, recuerda el reconocido
periodista de La Gazetta dello Sport, Paolo Condo.
“Di Stéfano fue el primero que fue al mismo tiempo
delantero y armador, como luego fue Johan Cruyff y que en Italia como último
legado del rol es Francesco Totti, un “todocampista” que marca goles.
Luego vino la época de fulgor en el Real Madrid, que
le debe tanto a Di Stéfano por las cinco Copas de Europa consecutivas (1956 a
1960), que hasta su muerte de ayer era presidente de honor.
Ácido al hablar, a veces no se le entendía demasiado
por su vozarrón y sus palabras pronunciadas para adentro pero tenía sentencias
duras (como apoyar a Lionel Messi como mejor jugador aún teniendo a Cristiano
Ronaldo cerca, en el club blanco) y claras.
Nunca tuvo mano blanda y las dos veces que volvió a
la Argentina como DT, fue para salir campeón. Una con Boca Juniors nada menos
que en una definición ante River en el Monumental (Nacional 1969) y otra con
River en 1982, cuando Mario Kempes se puso la camiseta de la banda roja y
Norberto Alonso, enfrentado, prefirió irse a Vélez Sársfield.
No tuvo oportunidades mundialistas. Sólo viajó a
Chile 1962 con la selección española pero no ingresó en ningún partido, y
antes, fue campeón sudamericano de albiceleste con aquel brillante equipo de
los Carasucias de 1957 en Lima, aunque de ellos, sólo Corbatta y Cruz pudieron
estar presentes en Suecia 1958. Al terceto del medio no lo convocaron porque no
se acostumbraba a llamar a los que se iban…
Lo dijo el Maestro Julio César Pasquato (Juvenal):
“Alfredo Di Stéfano regó con su sangre
las canchas argentinas”. Un gran embajador argentino en el mundo. Un super
crack que llevó el estilo criollo a todo el planeta.
Gracias, Alfredo. Gracias, viejo.
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