sábado, 12 de julio de 2014

Anatomía de una derrota



                                              Desde Río de Janeiro

A pocas horas de la final del Mundial en el Maracaná, Brasil entera sigue sin salir de su asombro. Es un proceso en el que hubo impacto por el durísimo golpe sufrido, indignación, llanto y protesta, y ahora mismo, un tremendo estado deliberativo sobre qué hacer para el futuro, al mismo tiempo que una disputa política sobre cómo aprovechar mejor el desenlace del torneo.

Para los brasileños, sin dudas este Mundial habrá sido ya muy movilizante. La humillación por la histórica derrota ante Alemania por 1-7 dejará marcas al punto tal de que el que fue llamado desde hace tantos años como “El país del fútbol”, ahora clama, en casi todas sus capas sociales, por un entrenador extranjero para el próximo período y el apuntado no es otro que quien ya estuvo a punto de llegar y fue vetado por esas cuestiones de nacionalismo: Josep Guardiola.

No es casualidad: Guardiola representa para los brasileños la sensación de volver a las fuentes por un lado, pero la modernización por el otro. En estos días aciagos para ellos, muchos recuerdan que el ahora director técnico del Bayern Munich alemán, ya se había apiadado del Santos de Neymar en la final del Mundial de Clubes 2011 en Japón, cuando con el Barcelona le ganó 4-0 en un partido definido en el primer tiempo.

Ese ya fue el primer antecedente entre el “sistema Guardiola” y el “fútbol brasileño”. Dos años y medio más tarde, otra vez el sistema de Guardiola, aunque ahora de la mano de Joakim Low, destrozaba al brasileño que para muchos parece atrasado, lo mismo que su entrenador Luiz Felipe Scolari, que como el manager Carlos Parreiram, se resiste a una mínima autocrítica.

“Haría todo exactamente igual”, dijo Scolari, con soberbia, más allá de que el 7-1 sea un resultado de esos que ocurren una vez en la vida. Algo mal debió haber hecho, algún error debió haber cometido.

Es cierto que se trata de una generación mediocre, con la excepción de Neymar y Thiago Silva. El resto, quedó como jugadores que apelaron, mucho debido al propio Scolari, como gritadores del himno con las venas hinchadas u las mandíbulas a punto de dislocarse, apelando al juego fuerte, la apelación con los brazos a que la gente aliente, y declaraciones subidas de tono, pero de fútbol, ni hablar.

Muchos se preguntan sin el hecho histórico de jugar como local y con la deuda pendiente de lo ocurrido en 1950 no daba lugar a reservarse al menos un crack que tuviera una técnica que garantizara alguna clase de magia en momentos sin creatividad, como Robinho, Ronaldinho, Kaká, Pato.

Scolari apeló, en cambio, a sus jugadores, de los que salen en serie. El típico brasileño que sale a Europa pero queda a mitad de camino sin trascender por esa falta de brillo que pocos tienen. El entrenador prefirió, una vez más, el armado de una “familia” a la que poder conducir con su sabiduría “gauchesca”, pero se trataba de un Mundial, el nivel de exigencia iba a ser más alto, y no pudo vencer como local ni a México ni a Chile, y tuvo que necesitar ayuda arbitral para superar a Croacia en el partido inaugural.

El 7-1 ante Alemania termina dejando una enorme herida en el sentimiento futbolero de los brasileños, acostumbrados a hacer patria con estas cosas, porque sienten el fútbol en el alma y cualquier taxista puede escribir un tratado de táctica sin  equivocarse demasiado, a veces hasta con insólitas puntualizaciones de esquema.

Este Mundial enterró el de 1950. Logró lo que ninguno. Nunca, en 64 años, alguien pudo imaginar que Barbosa y sus vejados compañeros de aquel partido perdido ante Uruguay con aquel gol de Alcides Chiggia quedarían atrás de sus compatriotas actuales que fueron derrotados por Alemania por esta tremenda goleada.

Aquello, si se quiere, fue un accidente, un descuido, un error en el momento menos oportuno pero por parte de un equipo que venía goleando a sus adversarios y que necesitaba un empate para coronarse. Éste fue mucho peor: recibió una paliza táctica, ya perdía desde los 10 minutos y con un remate en el área tras un córner. Ya perdía 0-5 en el primer tiempo, y tampoco había hecho buenos partidos antes, en la fase de grupos y en los octavos de final.-

En el gran libro “Anatomia de una derrota”, Paulo Perdigao sueña con que intenta alertar a Barbosa de que Chiggia va a rematar hacia ese lugar, para que se estire y por fin, redima al pueblo brasileño y rechace la pelota, pero el arquero se distrae por darse vuelta a mirarlo y de todos modos sufre el tanto. Pelé siempre dijo que era un niño y aquel resultado lo marcó para toda la vida, pero acaso gran parte de su rebeldía y necesidad futboleras hayan nacido ese día. ¿Habrá otro niño hoy con esas mismas inquietudes, crack del futuro?

Brasil se debate también hoy sobre qué hacer con ese futuro. Por el lado de la política, está claro que la presidente Dilma Rousseff, que ya pagará muy caro con su imagen si debe entregar la Copa a Lionel Messi, porque Argentina es el gran rival y la propia mandataria había manifestado que si ganaba esta selección iba a ser “una pesadilla” a los corresponsales extranjeros.

Pero Rousseff quiere pasar página enseguida y para no quedar pegada, ya está refiriéndose a una cierta “kirchnerización” del fútbol brasileño. Es decir, mayor injerencia del Estado, pero supuestamente controlando los destinos de los fondos y caminando de puntitas por la cornisa porque en pleno Mundial y con la FIFA en Río de Janeiro, sabe que al organismo del fútbol no le gusta nada escuchar la palabra “Estado”.

En la CBF saben que Rousseff va más allá y que cuando habla junto a su comunista ministro de Deportes, Aldo Rebelo, de “renovación”, está diciendo que la CBF no puede continuar así y de esta forma no hace más que escuchar las críticas de los medios y de la calle sobre que el tema es estructural y comienza en la formación de los jugadores: cada vez más orientada a lo físico y lo táctico y cada vez menos, a la pelota.

A su vez, el trabajo de los juveniles y la presencia de los agentes apunta al exterior, a otros mercados, a hacer dinero. Una vez más, el capitalismo se lleva la fiesta del gran fútbol brasileño que tanto gozamos los amantes de este deporte y que hoy, parece un cuento o parte del pasado.

Mientras esto dice el gobierno, el candidato opositor a las elecciones de octubre, Aécio Neves, intenta atacar a Rousseff sacando partido del mal desempeño de la selección y buscando por todos los medios que el domingo, el Maracaná exprese su bronca contra ella como nunca.

“Son gajes del oficio” dijo Dilma, afectada por los gritos en el Arena Corinthians en el partido inaugural, pero no pudo dar su discurso de bienvenida. Tras la final tal vez la espere Messi, la peor pesadilla.

La mayoría de los brasileños prefería que ganara Alemania, pero un par de hechos fueron cambiando la idea: el 7-1, que torna difícil manifestarse a favor del victimario, y una gran declaración de una estrella humilde y bien plantada como Neymar, con muchos seguidores y limpio por no haber podido jugar el día de la goleada histórica.

El crack del Barcelona dijo que prefiere que gane Argentina por sus compañeros en el club catalán, Javier Mascherano y Lionel Messi, y porque Argentina es una selección sudamericana.

Ya a las pocas horas, las opiniones estaban algo más divididas, aunque los germanos corren con ventaja. De todos modos, el Maracaná parecerá la Bombonera, este domingo. Más de cien mil argentinos llegaron para apoderarse de muchos tickets que desilusionados brasileños intentarán sacarse de encima.

La fiesta será de los otros, aunque preparada para los de casa. La ñata contra el vidrio.

“Que pierdan los dos”, tituló Olé en la mañana de la final de Brasil-Alemania en Japón 2002. Más o menos parece ser lo que piensan los de aquí, a horas de la final menos pensada y que aún reserva, tal vez,  una mayor pesadilla.

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