Desde Río de Janeiro
A pocas horas de la final del Mundial en el
Maracaná, Brasil entera sigue sin salir de su asombro. Es un proceso en el que
hubo impacto por el durísimo golpe sufrido, indignación, llanto y protesta, y
ahora mismo, un tremendo estado deliberativo sobre qué hacer para el futuro, al
mismo tiempo que una disputa política sobre cómo aprovechar mejor el desenlace
del torneo.
Para los brasileños, sin dudas este Mundial habrá
sido ya muy movilizante. La humillación por la histórica derrota ante Alemania
por 1-7 dejará marcas al punto tal de que el que fue llamado desde hace tantos
años como “El país del fútbol”, ahora clama, en casi todas sus capas sociales,
por un entrenador extranjero para el próximo período y el apuntado no es otro
que quien ya estuvo a punto de llegar y fue vetado por esas cuestiones de
nacionalismo: Josep Guardiola.
No es casualidad: Guardiola representa para los
brasileños la sensación de volver a las fuentes por un lado, pero la
modernización por el otro. En estos días aciagos para ellos, muchos recuerdan
que el ahora director técnico del Bayern Munich alemán, ya se había apiadado
del Santos de Neymar en la final del Mundial de Clubes 2011 en Japón, cuando
con el Barcelona le ganó 4-0 en un partido definido en el primer tiempo.
Ese ya fue el primer antecedente entre el “sistema
Guardiola” y el “fútbol brasileño”. Dos años y medio más tarde, otra vez el
sistema de Guardiola, aunque ahora de la mano de Joakim Low, destrozaba al
brasileño que para muchos parece atrasado, lo mismo que su entrenador Luiz
Felipe Scolari, que como el manager Carlos Parreiram, se resiste a una mínima
autocrítica.
“Haría todo exactamente igual”, dijo Scolari, con
soberbia, más allá de que el 7-1 sea un resultado de esos que ocurren una vez
en la vida. Algo mal debió haber hecho, algún error debió haber cometido.
Es cierto que se trata de una generación mediocre,
con la excepción de Neymar y Thiago Silva. El resto, quedó como jugadores que
apelaron, mucho debido al propio Scolari, como gritadores del himno con las
venas hinchadas u las mandíbulas a punto de dislocarse, apelando al juego
fuerte, la apelación con los brazos a que la gente aliente, y declaraciones
subidas de tono, pero de fútbol, ni hablar.
Muchos se preguntan sin el hecho histórico de jugar
como local y con la deuda pendiente de lo ocurrido en 1950 no daba lugar a
reservarse al menos un crack que tuviera una técnica que garantizara alguna
clase de magia en momentos sin creatividad, como Robinho, Ronaldinho, Kaká,
Pato.
Scolari apeló, en cambio, a sus jugadores, de los
que salen en serie. El típico brasileño que sale a Europa pero queda a mitad de
camino sin trascender por esa falta de brillo que pocos tienen. El entrenador
prefirió, una vez más, el armado de una “familia” a la que poder conducir con
su sabiduría “gauchesca”, pero se trataba de un Mundial, el nivel de exigencia
iba a ser más alto, y no pudo vencer como local ni a México ni a Chile, y tuvo
que necesitar ayuda arbitral para superar a Croacia en el partido inaugural.
El 7-1 ante Alemania termina dejando una enorme
herida en el sentimiento futbolero de los brasileños, acostumbrados a hacer
patria con estas cosas, porque sienten el fútbol en el alma y cualquier taxista
puede escribir un tratado de táctica sin
equivocarse demasiado, a veces hasta con insólitas puntualizaciones de
esquema.
Este Mundial enterró el de 1950. Logró lo que
ninguno. Nunca, en 64 años, alguien pudo imaginar que Barbosa y sus vejados
compañeros de aquel partido perdido ante Uruguay con aquel gol de Alcides
Chiggia quedarían atrás de sus compatriotas actuales que fueron derrotados por
Alemania por esta tremenda goleada.
Aquello, si se quiere, fue un accidente, un
descuido, un error en el momento menos oportuno pero por parte de un equipo que
venía goleando a sus adversarios y que necesitaba un empate para coronarse.
Éste fue mucho peor: recibió una paliza táctica, ya perdía desde los 10 minutos
y con un remate en el área tras un córner. Ya perdía 0-5 en el primer tiempo, y
tampoco había hecho buenos partidos antes, en la fase de grupos y en los
octavos de final.-
En el gran libro “Anatomia de una derrota”, Paulo
Perdigao sueña con que intenta alertar a Barbosa de que Chiggia va a rematar
hacia ese lugar, para que se estire y por fin, redima al pueblo brasileño y
rechace la pelota, pero el arquero se distrae por darse vuelta a mirarlo y de
todos modos sufre el tanto. Pelé siempre dijo que era un niño y aquel resultado
lo marcó para toda la vida, pero acaso gran parte de su rebeldía y necesidad
futboleras hayan nacido ese día. ¿Habrá otro niño hoy con esas mismas
inquietudes, crack del futuro?
Brasil se debate también hoy sobre qué hacer con ese
futuro. Por el lado de la política, está claro que la presidente Dilma
Rousseff, que ya pagará muy caro con su imagen si debe entregar la Copa a
Lionel Messi, porque Argentina es el gran rival y la propia mandataria había
manifestado que si ganaba esta selección iba a ser “una pesadilla” a los
corresponsales extranjeros.
Pero Rousseff quiere pasar página enseguida y para no
quedar pegada, ya está refiriéndose a una cierta “kirchnerización” del fútbol
brasileño. Es decir, mayor injerencia del Estado, pero supuestamente
controlando los destinos de los fondos y caminando de puntitas por la cornisa
porque en pleno Mundial y con la FIFA en Río de Janeiro, sabe que al organismo
del fútbol no le gusta nada escuchar la palabra “Estado”.
En la CBF saben que Rousseff va más allá y que
cuando habla junto a su comunista ministro de Deportes, Aldo Rebelo, de
“renovación”, está diciendo que la CBF no puede continuar así y de esta forma
no hace más que escuchar las críticas de los medios y de la calle sobre que el
tema es estructural y comienza en la formación de los jugadores: cada vez más
orientada a lo físico y lo táctico y cada vez menos, a la pelota.
A su vez, el trabajo de los juveniles y la presencia
de los agentes apunta al exterior, a otros mercados, a hacer dinero. Una vez
más, el capitalismo se lleva la fiesta del gran fútbol brasileño que tanto
gozamos los amantes de este deporte y que hoy, parece un cuento o parte del
pasado.
Mientras esto dice el gobierno, el candidato
opositor a las elecciones de octubre, Aécio Neves, intenta atacar a Rousseff
sacando partido del mal desempeño de la selección y buscando por todos los
medios que el domingo, el Maracaná exprese su bronca contra ella como nunca.
“Son gajes del oficio” dijo Dilma, afectada por los
gritos en el Arena Corinthians en el partido inaugural, pero no pudo dar su
discurso de bienvenida. Tras la final tal vez la espere Messi, la peor
pesadilla.
La mayoría de los brasileños prefería que ganara
Alemania, pero un par de hechos fueron cambiando la idea: el 7-1, que torna
difícil manifestarse a favor del victimario, y una gran declaración de una
estrella humilde y bien plantada como Neymar, con muchos seguidores y limpio
por no haber podido jugar el día de la goleada histórica.
El crack del Barcelona dijo que prefiere que gane
Argentina por sus compañeros en el club catalán, Javier Mascherano y Lionel
Messi, y porque Argentina es una selección sudamericana.
Ya a las pocas horas, las opiniones estaban algo más
divididas, aunque los germanos corren con ventaja. De todos modos, el Maracaná
parecerá la Bombonera, este domingo. Más de cien mil argentinos llegaron para
apoderarse de muchos tickets que desilusionados brasileños intentarán sacarse
de encima.
La fiesta será de los otros, aunque preparada para
los de casa. La ñata contra el vidrio.
“Que pierdan los dos”, tituló Olé en la mañana de la
final de Brasil-Alemania en Japón 2002. Más o menos parece ser lo que piensan
los de aquí, a horas de la final menos pensada y que aún reserva, tal vez, una mayor pesadilla.
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