Desde San Pablo
Conmovió el llanto de Javier Mascherano
cuando el árbitro italiano Rizzoli dio por terminada la final del Mundial en el
estadio Maracaná. Porque el gran volante argentino entendió que el sueño de una
generación había terminado y que por tercera vez consecutiva, esta vez ya para
ser campeón mundial, Alemania eliminaba a su equipo.
En el Mundial 2006 fue ajustadamente.
Argentina tenía el partido de cuartos dominado, cuando un error final en los
cambios permitió el empate de los germanos y la definición por penales. Cuatro
años más tarde, otra vez los mismos rivales, pero no hubo partido: a los diez
minutos estaba definido y fue 4-0 para los europeos. Ahora en el Maracaná fue
otra cosa, pero tampoco alcanzó a los albicelestes.
Es que hoy, una final de un Mundial
puede definirse por pequeños detalles. Los sistemas tácticos son muy avanzados
y entonces, un mal cambio, o un cambio hecho a destiempo, pueden ser
consecuencias de una derrota o una victoria.
La selección argentina, que fue mutando
durante el Mundial, de un gran ataque y una defensa endeble, a una muy cerrada
defensa pero un ataque ineficaz, llegó a la final contra un rival con gran
posesión de pelota, con un día más de descanso y además, con una semifinal ante
Brasil que fue casi un entrenamiento con público y el resultado tal vez más
impactante de la historia del torneo: 1-7.
Entonces, para ganarle a esta selección
alemana, con tantos elementos en contra y la lesión de un jugador fundamental
como Angel Di María, el entrenador de la selección argentina, Alejandro
Sabella, no podía fallar en nada. Así como él mismo dijo que su equipo tenía
que realizar “el partido perfecto”, también él partía con un margen demasiado
corto de error en las decisiones.
Y el partido fue como se esperaba, con
los alemanes dominando, pero sin poder llegar al arco argentino, cerrado como
desde octavos de final ante Suiza, aunque lo extraño fue que los europeos sí se
equivocaran lo suficiente como para que los de Sabella pudieran haber
convertido. Lo que también fue raro es que Gonzalo Higuaín primero, y Rodrigo
Palacio después, fallaron claras situaciones de gol y eso hizo que se llegara
al alargue tan temido por los albicelestes. Por esa misma razón, Sabella había
hecho entrar a Sergio Agüero por Ezequiel Lavezzi, tal como él mismo explicó en
la conferencia de prensa posterior, con el objeto de rematar el partido antes
de llegar al tiempo extra, sabedor de que cuanto más tiempo de juego, mayor
necesidad de resistencia física y mayor chance para los alemanes.
Esos cambios pudieron ser en otro tiempo
y acaso, en otra oportunidad. Lavezzi estaba jugando un gran partido cuando fue
cambiado, y no sólo fue apartado del encuentro sino que así, la selección
argentina quedó con la chance de un cambio menos. Por esta razón, menos se
entiende el de Fernando Gago por Enzo Pérez, que es más luchador, aunque
parecía agotado, y aún menos, en el tiempo, el de Palacio por Higuaín.
Así fue que al rato, Lucas Biglia tuvo
un tirón que lo afectó y de esta forma, Argentina jugaba el alargue con diez
jugadores “y medio” contra once de una Alemania no sólo más resistente sino más
técnica, que hizo correr la pelota y obligó a su rival a correr el triple para
recuperarla y por si faltaba poco, aún quedaba el cambio de Mario Götze por un
insípido Miroslav Klose, que da la sensación de que vino a Brasil a marcar los
dos goles que lo dejaran como máximo anotador de la historia y poco más.
Y cuando Argentina ya luchaba y corría
pensando en que podía llegar a los penales, llegó el tanto de Götze, a menos de
diez minutos para el final, con el que prácticamente todo quedaba definido.
Alemania es el campeón mundial en Brasil
más por el trayecto durante todo el torneo (tal vez con la excepción de algunos
pasajes ante Argelia en octavos de final) que por la final, en la que Argentina
tuvo sus oportunidades y estuvo cerca, pero “estar cerca” no significa merecer
ganar.
Desde hace rato que el fútbol alemán
está en ascenso y pudo aprehender lo mejor del toque español, agregándole su
dinámica, potencia y explosión propias, y eso desgasta a los rivales, como le
sucedió el domingo en el Maracaná a la selección argentina, en lo que parecía
un fútbol invertido de lo que fue durante más de medio siglo: los sudamericanos
con un excelso toque de balón, y los europeos de “cintura dura” corriendo tras
ellos. Hoy, son los alemanes los que tocan y los argentinos, los que corren.
Punto aparte para Lionel Messi. Era el
partido más trascendente de cuantos ha jugado en once años en el profesionalismo,
y si bien no jugó mal y hasta lo hizo aceptablemente, sorprendió por esa falta
de plus que se le suele pedir a los grandes cracks. Habrá que saber por qué,
pero la sensación de que nunca se sabrá, y que dejó pasar una oportunidad
única, por edad, por jugarse en Sudamérica y por trayectoria.
Alemania campeón mundial, un acto de
estricta justicia para los que defienden que aún la pelota es lo más importante
en un deporte que se convirtió en un fenómeno de masas y en el que el juego
parece muchas veces quedar de lado.
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